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Tribuna:A propósito del V Centenario del Descubrimiento
Tribuna
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Vivir la historia hacia el futuro

Hace poco, en estas mismas columnas, mi amigo Martín Prieto publicaba un sabroso comentario a propósito del espeso y mutuo desconocimiento que impera -ésta es la palabra- entre España- y la América hispana. Quizá habría que agregar entre la península Ibérica y toda América Latina. Martín Prieto, además de excelente escritor y periodista, es un profundo conocedor de la realidad latinoamericana. Uno de los españoles más latinoamericanistas que conozco. Habría que decir de paso, por ejemplo, que Martín Prieto es uno de los pocos, si no el único, corresponsal europeo que se ocupa personal y sistemáticamente y a menudo sobre el terreno, con los riesgos que ello implica, de la dramática situación de Paraguay, que padece la más vieja y corrupta dictadura del continente, como olvidada, y en definitiva prescripción, por la opinión pública internacional. Este descuido baladí, que a Prieto le enfurece sin hacerle perder objetividad ni ecuanimidad, no es sino una prueba más de su latinoamericanismo militante.El comentario aludido ataca con ironía y humor, con apenas disimulada indignación, algunos aspectos de este desconocimiento que se toma flagrante ante la proximidad de la celebración del V Centenario. "La historia de la conquista de la independencia", afirma sin atenuantes, "es un despropósito tal como se relata a los jóvenes estudiantes en una y otra orilla de los océanos, y hasta la crónica de los virreinatos -un prodigio de habilidad política bastante más interesante que la operación Roca o la trabajosa elaboración de una socialdemocracia en el Cono Sur- es ignorada hasta extremos que sonrojan de vergüenza". Habría que tener en cuenta que Prieto escribe su crónica en medio del soroche, el mal de la puna, en lo más alto y desolado del altiplano, en el mismo aeropuerto de La Paz, mientras escucha algunos capítulos del folletín radial dedicado a una presunta biografía de Cortés emitida en un espacio consagrado precisamente al V Centenario. No digo que tal conjunción de circunstancias haya sido la causa de la acrimoniosa efusión del cronista. Pero pudo haberla exacerbado. Lo que a veces favorece la expresión sin ambages de lo que se dice sin decir, mareados como estamos siempre por el soroche de la politesse, sobre todo cuando el mal de alturas difunde su vértigo en el ritual de las celebraciones históricas.

A propósito de esto, Martín Prieto propone -y nuevamente acierta en la matadura, como se dice en criollo-: "Lo único interesante y perdurable que podría deparar este V Centenario sería un replanteamiento de la historia común en el nivel de las escuelas, que al menos nos permitiera conocer que en Ayacucho el mariscal Sucre libró la última batalla de la independencia contra un Ejército español formado distiplinadamente por tribus quechuas y aymarás que supieron morir por la bandera española". El impacto de esta frase, que parece una metáfora, como siempre sucede con las verdades dichas sin afeites, define, a mi juicio, la compleja naturaleza de nuestra unidad, sus contradicciones, sus hechos increíbles.

El replanteamiento de la historia común que preconiza Prieto no debe limitarse, claro está, al nivel de las escuelas -la de enseñanza a los jóvenes, no las de los especialistas y profesionales de las ideas-.Empresa quizá tan difícil como el descubrimiento, debido a los sentimientos y resentimientos del trasfondo histórico, a los intereses creados, a las nefastas tradiciones seudopatrióticas y nacionales que han cristalizado sus tópicos, sus reflejos condicionados, sus tabúes, al parecer ilevantables o al menos incorregibles.

¿Pero qué es la historia?

Una omnubilación en marcha -alegorizó alguien-. Lo cual, en general y en la situación de nuestro mundo contemporáneo, parece irrefutable. Sobre todo cuando el alucinante laberinto de la historia pesa como una amenaza mortal sobre todos y cada uno de los habitantes delplaneta; amenaza que pone en suspenso, entre los dos polos del poder hegemónico mundial, la vida y la muerte de la humanidad. "Estamos en el fin de una civilización y en uno de sus confines", suelo decir Ernesto Sábato con aterradora simplicidad. Y lo que el escritor argentino expresa angustiado con respecto a su país puede aplicarse al conjunto de países iberoamericanos, puesto que incluso España y Portugal están situadas en uno de estos confines del mundo: en el vasto confin del Tercer Mundo. O en otras palabras, como lo expresó y definió certeramente Arturo Uslar Pietri: "Esto que algunos llaman la América Latina pertenece a la civilización occidental, pero de una manera peculiar. No es la continuación de la cultura de un país europeo, menos aún. la de culturas indígenas o africanas. Es, más que otra cosa, una mutacíón de Occidente, la abierta y viva frontera de Occidente con lo que ahora se llama el Tercer Mundo, que puede hablar desde una situación única con ese mundo conflictivo y también con Occidente".

Por todo ello, la conmemoración del descubrimiento -el acontecimiento más importante en los fastos de este milenio por sus consecuencias de alcance universal- va unida necesariamente a la toma de conciencia crítica de los hechos que forjaron la unidad del mundo iberoamericano -la península Ibérica y Latinoamérica- en su doble vertiente hispánica y lusitana.

En el estado de dicha dominación hegemónica bipolar por las dos superpotencias que se distribuyen sus zonas de influencia y satelización, el proyecto de integración del disperso mundo iberoamericano sobre los denominadores comunes de identidad y destino -conceptos a su vez abstractos y discutibles- es una empresa que, en las coordenadas de la historia, digamos pragmática o realista, se torna cada vez más urgente. Estos denominadores comunes son ricos precisamente por su diversidad multirracial, multicultural, material y social, en algunos casos por su antagonismo, pero siempre por su necesaria, en el sentido de ineluctable, fuerza de convocatoria.

España sabe mucho de esto. Sufrió, impuso, aprendió a lo larigo de un milenio innumerables y decisivas experiencias. No trepidó en llevarlas a sus más extremos límites en su lucha por mantener incólumes su independencia, su soberanía, su cohesión y unidad en la diversidad de sus pueblos y regiones, de sus culturas y lenguas en torno al núcleo aglutinante de la nación Estado. Creación política original, la primera en su género, que España, las Españas, ofrecieron a Europa en el lapso que va de Alfonso el Sabio a los Reyes Católicos, bajo cuyas coronas culminó la unidad nacional.

A la luz de estos signos precursores Cristóbal Colón descubre América -el hecho de que no lo supiera a su arribo a la pequeña isla de Guanahaní no invalida en modo alguno el otro hecho infinitamente más importante de que allí comenzaba el descubrimiento-, y esto sucede en coincidencia con la liberación definitiva de España de la dominación del islam en la lucha vanas veces secular de la Reconquista. Lo que significó para ella no sólo la emancipación de un poder dominador, sino algo mucho más significativo aún: su renacimiento como nación doblemente enriquecida por este triunfo con el aporte de la cultura árabe y, a través de ella, con el legado del mundo helenístico en cuyo ámbito el imperio islámico había instaurado su centro.

En otra escala, en otro sentido y con diferentes magnitudes en la dimensión del tiempo histórico, esto es también lo que iba a acontecer en el mundo recién descubierto a lo largo de un proceso cinco veces secular. De tal suerte -en las sorprendentes simetrías que a veces despliegan los hechos-, la culminación del acontecimiento inaugural luego de los cinco capítulos centrales del duro y azaroso proceso, descubrimiento, conquista, colonia, emancipación, reconciliación, va a constituir en sus correlaciones necesarias y graduales la superior dimensión de una etapa de síntesis: la integración. Ella se

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Vivir la historia hacia el futuro

Viene de la página 13inscribe en la necesidad de vivir la historia hacia el futuro.

Esta comprensión del pasado desde el presente y su proyección al futuro es, pues, la única lectura inteligible de la historia. Una lectura que comporta una toma de conciencia crítica, no únicamente por las minorías culturales, sino también y sobre todo por los millones de seres humanos de todas las capas culturales y condiciones sociales que forman esta vasta porción de la humanidad. Toma de conciencia crítica de que el descubrimiento y el entero proceso a que dio origen, si bien fue en sus comienzos una empresa española, nos conciernen hoy a todos los iberoamericanos, los de la Península y los de ultramar, en una compartida responsabilidad. Esto equivale, más allá de interpretaciones que se oponen y contradicen en polémicas a veces carentes de sentido o en querellas pueriles, a reflexionar profundamente, sin sectarismos de ninguna especie, sobre la filosofía y la práctica de la unidad. Tal corresponsabilidad, en lo que tiene de actitud positiva, comprensiva, compromete por supuesto en mayor grado a los dirigentes políticos, a los intelectuales, a los hacedores de cultura y de opinión de ambos lados del Atlántico; a los historiadores y enseñantes para un replanteamiento -como pide Martín Prieto- de la historia común. Lo que aportará un mayor y más profundo conocimiento mutuo, liberado de prejuicios, confusiones y malentendidos ahistóricos y acríticos por ambas partes. Tanto más cuanto que las correlaciones entre las dos porciones del mundo iberoamericano están llenas aún de incertidumbres y contradicciones, de mala conciencia, de anacronismos y desajustes entre lo que este mundo es y el que debiera ser; mundo caótico en su singularidad y diversidad.

La incorporación de América al sistema de Occidente, la ulterior bifurcación del continente en la América anglosajona protestante y la América ibérica católica fueron acontecimientos que imprimieron un sesgo muy particular y diferente a cada una de ellas. En lo que concierne al naciente mundo iberoamericano no aconteció esto sin dificultades y vicisitudes enormes. Choque de civilizaciones y culturas más que el pretendido y eufemístico "encuentro de culturas" o "encuentro de dos mundos". No hubo tal idílica convivencia ni era posible que la hubiese. Lo que hubo fueron luchas terribles en las que las culturas autéctonas acabaron devastadas y sus portadores sometidos o aniquilados, como ocurre siempre en las guerras de conquista, en los largos y desordenados imperios coloniales. También esto hay que asumirlo en todos sus alcances y con toda honradez, sin que nadie derrame cenizasobre su cabeza o se rasgue las vestiduras. No hay necesidad de ocultar que el tiempo histórico. del mundo iberoamericano quedó cargado de culpa. El humus que lo tapiza es un tejido de susceptibilidades a doble signo. Un terreno fértil para el persistente florecimiento de recelos y reservas mentales. Éstos generan constantes malentendidos, herencia de las viejas heridas traumáticas.

De este modo, los conflictos perduran cuando ya el paso de los tiempos ha cambiado y nivelado las realidades en pugna. No podemos juzgar, al menos no serviría a la causa de nuestra futuro -que es lo que ahora importa-, a las naciones que fueron dominadoras según se aprovechan de la historía o se avergüenzan de ella ni a desagraviar a los pueblos que fueron dominados, puesto que la historia no se ocupa de ellos sino para denostarlos.

Esos capítulos sombríos no han sido arrancados de la memoria colectiva. Pero hay que leerlos e interpretarlos en el contexto de la historia vivida con el rigor de la conciencia crítica y el fervor de la pasión moral. No debemos olvidar que tras el mestizaje biológico y cultural fue de entre lors criollos, mancebos de la tierra y mestizos, de donde iban a surgir los emancipadores y rebeldes, es cierto; pero también los más encarnizados capitanejos y tiranuelos. Los naturales, sometidos al régimen de la Encomienda, inermes y degradados en su cultura ancestral, en su dignidad humana, quedaron así batídos por tres fuegos simultáneos y convergentes: los encomenderos peninsulares, los ínquisitoriales evangelizadores y los propios mestizos. Éstos, en su humillada bastardía, en su duplicidad de colonizados, se empeñaron en ser los más serviles subalternos del poder colonial.

Tal comprensión del pasado desde el presente y la prefiguración del futuro en su realidad virtual no cumplida nos exigen -como ya queda dicho- que nos hagamos cargo plenamente -sin agravios ni resentimientos, pero desde luego sin complacencias- de lo que toca a cada parte en el tejido de grandezas y miserias, de atrocidades y sacrificios, de avances y retrocesos que jalonan el destino de Latinoamérica en los cinco siglos de su historia.

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