Excusa final a Sorozábal
¡Qué grato sería poder seguir respondiendo excusa tras excusa a las cartas de Sorozábal, hijo, tal como Groucho replicaba incansablemente al "muchas gracias" de la espía rubia con su caballeresco "¡a usted!". Pero mi gozo llega a su fin, pues recuerdo que "el tedio tiene un límite", aunque los lectores de Sorozábal en Egin puedan llegar a dudarlo seriamente. Mi última excusa será, pues, por dejarme llevar por las secreciones glandulares en lugar de por las ideas y el raciocinio. Cuando releo al maestro Sorozábal, hijo -"híbrido de Roberto Alcázar y muñeca Gisela", "encarnación soñada por las jefas de albergue de la sección femenina", etcétera-, envidio ese tono racional y sereno, tan lejos de lo glandularmente bilioso. ¡Ay, el tono Sorozábal, quién lo pillara, para poder hablar como él hace de "amos del capital" y de "sagrados derechos inalienables"! Pero ese tono inalcanzable nace de un peculiar tino, especie de fino olfato que le llevaba hace años en el comité de lectura de una conocida editorial a oponerse furibundamente a la traducción de Thomas Bernhard por nihilista deletéreo y que hoy le ha convertido merecidamente en portavoz ideológico de los vascos de verdad. Lo que no entiendo es por qué se niega la evidencia misma: que sus arriscadas encíclicas parten hacia Euskadi mataselladas en la plaza de España. ¿Trata Sorozábal de ocultaralgo a alguien? Además de su inconfundible tono y su contrastado tino, ¿resultará que Sorozábal es un tuno?-
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