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El hombre de letras y el científico

En un artículo, Santa Teresa y el instinto, publicado hace más de un año en EL PAÍS, expuse que la conducta de todo animal se despliega en cuántos sucesivos de acción y experiencia producidos de ese modo peculiar para cada especie que denominamos instinto y que resulta de la adaptación, ajustada y diferenciada a lo largo de las eras, a sendos ambientes específicos, configurados complementariamente. De pasada afirmé, y creo que puede probarse rigurosamente, que lo dicho en general para los animales vale en particular para el hombre, cuya conducta se produce asimismo por cuántos de acción y experiencia ' enmarcados en su instinto, resultado de su adaptación al tipo de ambiente animal que ha llegado a constituir y al que se mantiene férreamente adscrito, la sociedad humana.Cuando la conducta específica del homínido, estrechamente solidaria, culminó en la incipiente capacidad de modificar artificialmente la naturaleza, guiado por esa acción muscular (animal) sui génenris que es la palabra, refleja da en pensamiento sugeridor de nueva palabra, etcétera, esto es, cuando devino hombre, el hecho significó su adaptación. a un ambiente animal peculiar del que, desde entonces, los humanos podemos escapar cada vez menos y que modela nuestro instinto específico, a saber, realizarnos en experiencia social mediante el ejercicio incesante de cuántos sucesivos de palabra (acción) y de experiencia (pensamiento). De este modo, siempre -incluso en radical sociedad, o mintiendo, o persiguiendo propósitos antisociales- todo hombre está definido por su capacidad exclusiva y excluyente de adaptarse a ese ambiente animal específicamente humano que es la sociedad. Pero, aunque, ciertamente, el hombre tenga naturaleza animal -neuromuscular- y, por tanto, sea también animal el ambiente específico que se constituyen unos hombres a otros, es asimismo cierto que el ambiente peculiar del hombre difiere cualitativamente de algo que tienen en común los ambientes específicos de todas las demás especies. Sin entrar en la causa evolutiva de la diferencia, limitémonos a señalar dos características de aquél. En primer lugar, el ambiente humano cambia con una aceleración de un orden muy superior al de las especies animales, que, incluso las que cambian más rápidamente (el homínido ancestral mismo), lo hacen todas en términos de la evolución de otras especies; en tanto que el ambiente humano se ha despegado de la evolución conjunta de los animales y el hombre se ha constituido en el animal hegemónico que evoluciona aisladamente en términos de su ambiente privativo, la sociedad, con el que, por lo demás, se relaciona mediante sus sentidos animales y sobre el que actúa con su actividad muscular animal. Un segundo carácter diferencial es el hecho de que cada persona pueda influir con alcance muy distinto y de diversos modos sobre el ambiente general humano, es decir, sobre la sociedad humana, todo coherente a pesar de su rápido proceso de cambio y diferenciación. Los hombres, en su inmensa mayoría, persiguen objetivos particulares y viven despreocupados del efecto de su actividad sobre el ambiente humano general. Pero, a mi modo de ver, hay dos formas de actividad que no sólo influyen sobre el ambiente social general, sino que el alcance de su influencia es el testimonio mismo de su eficacia: se trata, por una parte, de los artistas y hombres de letras, y, por otra, de los hombres de ciencia, cuya respectiva actividad repercute de modo claramente distinto. Aunque lo que sigue pienso que se aplica tanto al artista como al literato, me voy a referir a éste y, claro es, desde mi perspectiva de científico y sólo como piedra de toque de cómo entiendo la creación científica.

La creación literaria

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¿Cómo veo ,desde mi perspectiva de científico, la relación en que se sitúan, con su entorno social, los literatos? Todo hombre de letras, mediante la sucesión de resultados de que sabe hacerse consciente -logrados por ese misterioso tanteo verificado por el juego alternado de su palabra interior y de su pensamiento-, va construyendo su obra elevándose, por sus brotes de inspiración, desde la experiencia social compartida a relaciones nuevas que ordenan ámbitos de tal experiencia común. En el buen escritor, las intuiciones son especialmente frecuentes e intensas, y a veces las relaciones establecIdas le sirven de base para imaginar otras de nuevo orden. La tarea del crítico es analizar en un escritor las ordenaciones del ambiente social percibidas por él y el proceso mental con que las fue intuyendo y organizando. Este proceso, sentido con claridad por el lector, constituye el atractivo de toda obra literaria original, que, para comunicar la vivencia de conquista activa de lo real, ha de mantener un acceso continuamente practicable hacia panoramas, a la vez, presentidos y luego sorprendentes, que sostengan la atención y gratifiquen el esfuerzo. De este modo, la obra literaria enriquece la experiencia social, pero sin modificarla esencialmente, dado que lo que de ella conserva en sí (a veces durante siglos y milenios) sigue constituyendo la única vía practicable hacia el despliegue de sus intuiciones.

Estas perspectivas propias, desde las que contemplar la realidad general humana, son obvias en genios como Shakespeare, Cervantes, Goethe, Dostoievski o Tolstoi, en cada uno' de los cuales se percibe de muy distinto modo no sólo la marca personal de su brotes de intuición (su estilo), sino cómo su talento creador descubre, sobre la marcha, los propósitos generales que dan su sentido, para todos, a su obra. Así, para los españoles es de conocimiento, y de disfrute, general cómo Cervantes, arrastrado por la lógica interna del desarrollo del Quijote, va consiguiendo niveles de comprensión cada vez más elevados, humanos y complejos sobre la realidad en que viven y, de añadidura, haciéndolo descubre en toda su plenitud la novela moderna. Hemos, pues, de insistir, como contraste de lo que es la creación científica, en el hecho de que la literatura nunca pierde contacto con la experiencia social compartida y da al lector la posibilidad de imaginar libremente (aunque con su pauta) sobre la experiencia particular de cada uno.

Un ejemplo, a su vez literario, de cómo influye el artista sobre la experiencia particular es la descripción de Proust dela evocación que despierta en un auditor la sonata de Vinteuil; la rica imaginación del que escucha le lleva a recrear con elementos propios las impresiones, sin duda muy distintas, que llevaron al músico a componer su sonata. Si en vez de referirse Proust a la obra de un músico imaginario hubiese concretado la sonata real que le inspiró lo escrito, los lectores de Proust que la oyeran teniendo presente su página gozarían simultáneamente, mediante elementos propios (intransferibles, pero ricamente trabados en su mente), la doble inspiración del músico y del novelista. Y así es, de hecho, lo que sucede con la sonata de Kreutzer a la que ha dado una proyección adicional la novela de Tolstoi.

La creación científica

En resumen, el literato opera directamente sobre cada una de las personas que lo leen en lo que los hombres tienen de característico: vivir realizándose en la conquista de experiencia comunicable. El literato, pues, parece que: primero, ha de considerar aspectos del entramado social (y, complementariamente, del individuo) que hayan llegado a ser básicos, estables; y segundo, ha de ofrecerlos en relaciones inéditas que el lector sienta, a su modo, en el proceso de ser captadas, relaciones que además han de ser conformes con la evolución del hombre en términos de la socíedad, para que la creación literaria trascienda a muchos y durante largo tiempo. En cambio, el científico no pretende comunicarse con los individuos, sino avanzar en la comprensión objetiva de la naturaleza con dos propósitos implícitos: primero, que, dado el origen natural del pensamiento humano, éste vaya ganando coherencia, racionalldad, y segundo, que la conducta del hombre frente a sus semejantes y frente a la naturaleza vaya siendo conducida por el pensamiento racional conseguido, de modo que un número creciente de personas se ponga en condiciones objetivas de vivir desarrollando satisfactoriamente sus facultades. En definitiva, el hombre de ciencia no pretende sintonizar el proceso mental propio con el de otros, sino modificar el ámbito social mismo, las circunstancias externas, objetivas, en que ellas viven.

Claro que, como el literato, el científico no puede realizar su empeño si no mediante actividad creadora, y que, por tanto, el proceso de su vida se verifica en frecuentes pulsos intuitivos, con conquista momentánea de libertad personal. Ahora bien, a diferencia de lo que le sucede al literato, las vivencias de conquistas rápidas de experiencia del científico produciendo su obra, por el objetivo que persigue, son impenetrables para tos demás y, me atrevo a decirlo, para él mismo, muy poco después de experimentadas. Por tanto, me parece que la experiencia general, abstracta, que iel científico persigue hace que el proceso de sus intuiciones en general permanezca oculto.

En efecto, cuando el proceso mental de un científico, en su propósito de entender y gobernar mejor un fenómeno, consigue un progreso, ello significa sustituir por una nueva interpretación y por una nueva norma de acción precisamente las previas correspondientes cuya negación permitieran el avance. Parece, pues, obvio que la creación científica, al producirse, entierra su base de partida (oculta la referencia a su proceso de origen), es decir, se ve privada de trascender como vivencia personal, lo que es, en cambio, la razón misma de la creación literaria, que nace para ser sentida por otros en su proceso de realización. En mi experiencia personal de científico, recogida en mis notas de trabajo, muy de tarde en tarde, hay alguna que expone una inducción que al enunciármela sentí brillante y en la que se plasmaba al fin algo buscado confusamente en el trabajo de largo tiempo; pues bien, estas raras notas, en las que yo me realizaba más plenamente,

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El hombre de letras y el científico

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no sólo son ininteligibles para los demás (faltos de antecedentes), sino que, a los muy pocos días, habían perdido para mí su emoción e interés, sobre todo cuando lo inducido parecía tener el suficiente fondo de verdad para utilizarlo como base de nuevas pesquisas, con lo que rápidamente se me hacía algo familiar, como si fuese externo a mí y sabido de siempre.

Así pues, pienso qué el literato (y, en general, el artista), por una parte, y el científico, por otra, prosiguen dos líneas independientes de actividad creadora, un milenaria y otra igualmente antigua, pero elevada a su nivel de abstracción teórica hace pocos siglos, a saber, respectivamente, la vivificación de las conciencias individuales y el desarrollo de la experiencia social. Es cierto que dedicarse a cualquiera de las líneas de actividad creadora requiere aplicar las facultades propias de todo hombre, pero entrenadas en lo posible y tendidas al máximo (imaginación creadora, capacidad de observación, de abstracción, de. raciocinio, de trabajo). No obstante, el distinto propósito de las dos actividades imprime un sello diferencial a los productos de cada una. Me parece que la creación literaria requiere una serena maestría que persigue la perfección; no caer en el amaneramiento, sino forzar un creciente ímpetu creador, siempre originario, fresco, dado cada vez con mayor facilidad. Pienso que, en cambio, la creación científica exige audacia para lanzarse, con el apoyo de todos los datos posibles, por terreno desconocido, lo que en sí implica imperfección: el científico ha de aspirar a imperfecciones perfectibles, a algo informe nacido para desarrollarse en una armonía superior en la que subyazga ocultó.

Quiero terminar considerando cómo son mutiladas la actividad científica y la literaria por el aislamiento recíproco en que se producen. Por una parte, la imposibilidad que percibe el científico de que el ejercicio de su actividad trascienda a las conciencias individuales, y, por la otra, la imposibilidad profesional del literato de tomar como referencia de su creación el frente de avance de la ciencia (por lo demás, hoy roto en especializaciones). Parece que, en el estado actual de las cosas, ambos campos de actividad están inexorablemente separados entre sí, lo que deja a cada uno huérfano del otro. Me inclino a pensar que el hecho se debe más que al proceso de cualquiera de ellos, a una causa más amplia que afecta al normal desarrollo del pensamiento público, pensamiento que, por una parte, habría de ser el. vínculo entre ambos modos de creación y que, por otra, debería constituir la expresión y objetivo de uno y de otro. El desiderátum, ciertamente utópico, inalcanzable, del desarrollo humano sería una sociedad en la que cada persona percibiera el sentido general de los movimientos culturales y contribuyera, en su medida, a impulsarlos.

El tema de este artículo me fue sugerido por una conversación reciente con Antonio Gala, en la que, desde experiencias tan dispares, ambos coincidimos en el valor del pensamiento (y sensibilidad) del común de las gentes. Gala concibiendo al literato como portavoz de sabiduría potencial colectiva, corno voceador ("persona") de su ambiente social; y yo entendiendo al científico como impugnador tenaz y riguroso de los propios prejuícios que así procura realizarse en pensamiento vivo, real, asimilable. La conversación con él me pareció un anticipo de una sociedad menos disgregada y, como siempre, me sedujo su extraordinaria capacidad dialogante, tan acogedora en su actitud erguida, alerta, concentrada y tan dispuesta a la réplica constructiva en la mirada, perpleja y a la vez errática, como tras un rastro.

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