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Un nombramiento polémico

El Papa ha aceptado a un agnóstico de ideas marxistas -Gonzalo Puente Ojea- como embajador de España en la Santa Sede. Un acto que parecerá desconcertante a nuestros católicos que creen llevar siempre dentro de sí mismos al Papa, sintiéndose frecuentemente más papistas que él.Esta postura papal entra dentro de la actitud favorable a toda libertad religiosa que Juan Pablo II ha predicado por activa y por pasiva, después de su experiencia dialogante con el régimen ateo-marxista de su país natal, la católica Polonia. Porque el papa Wojtyla es un conservador en muchas cosas, pero no en todas. Concretamente, no lo es en aquello que aprendió en su experiencia polaca: la apertura social y su crítica a la estructura económico-social de Occidente, evidenciada en su encíclica demasiado pronto olvidada por tirios y troyanos Laborens- Exercens; así como su defensa a ultranza de la libertad religiosa en cualquier circunstancia, oportuna o no.

A mí este acto me parece un acertado mentís a nuestros escandalizados católicos, que verán no sé qué negras influencias solapadas de nuestro régimen, tras esta propuesta política. La astuta diplomacia vaticana les ha llevado la contraria a nuestros agoreros católicos hispanos, por supuesto más hispanos -en el sentido conservador y retrógrado de la palabra- que católicos verdaderos, en el significado universal de la palabra aplicada al cristianismo.

Cuando se publicó, en 1974, el libro de Puente Ojea, le dediqué un artículo en la desaparecida y añorada revista Triunfo. En él hice una, creo yo, objetiva alabanza, por la seriedad con que había trabajado el dificil asunto de su obra Ideología e historia: la formación del cristianismo como fenómeno ideológico.

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Era un libro excepcional en el panorama religioso español. Era una dura interpretación marxista del cristianismo, que yo pensé entonces que debía servir a los tranquilos y rutinarios católicos hispanos, de acicate y revulsivo de su cómoda postura. Revulsivo no tanto para los hombres de la calle, sino para esos teólogos y teologuillos clericales que detentaban el poder del pensamiento religioso en nuestro país.

Me recordaba -en otro estilo muy diferente- la gran novela demasiado olvidada de Pío Baroja El cura de Monleón. El impío don Pío manejaba una sorprendente documentación sobre el tema de la fe cristiana, algo parcial, pero notable, francamente notable. Y bastantes años después, Puente Ojea publicaba no una novela, sino un serio y concienzudo libro que sorprenderá por el conocimiento tan extenso de la bibliografía sobre el tema religioso que trataba este declarado no-creyente español.

Resultó un libro digno de respeto, y merecedor de crítica serena y diálogo. Cosa que desgraciadamente no ocurrió. Creo que ninguno de nuestros más progresistas teólogos se dignó tornarí en serio su publicación, y hacer un análisis profundo de la misma. Yo diría que les dio miedo, porque amenazaba ya la transición política con su apertura a la tan deseada libertad en todos los planos.

Hubiera sido un libro digno de amplia discusión en mesas redondas, conferencias, seminarios y coloquios. Pero así somos nosotros. Muy modernos, muy abiertos de palabras, pero muy poco de hecho, porque hemos estado demasiado acostumbrados a campar por nuestros respetos, sin permitir tener enfrente de nosotros un interlocutor religioso o no religioso, que pensase de distinto modo.

Es ya hora de que, ante este hecho ejemplar de la Santa Sede, entremos en razón los católicos españoles; y no sintamos -como le ocurrió en los últimos tiempos al neurótico Pablo VI- el olor al azufre de Santanás detectado en cualquier hombre o pensador que no comulgase con nuestras ideas.

Pasa a la página 14

Un nombramiento polémico

Viene de la página 13Deberíamos recordar las reflexiones de uno de los buenos teólogos que hemos tenido hace unos pocos años, el padre Guy de Broglie, SJ, que en su libro El derecho natural a la libertad religiosa, mantiene unas posturas moderadas, pero algunas de las cuales deben hacernos valorar las cosas que están sucediendo en nuestro país con más apertura y comprensión de las que siempre hemos estado tan carentes en nuestros ambientes católicos.

1. "Es justo reconocer a todos", dice, "el derecho a no tener que soportar ninguna clase de presión o coacción que tienda a apartarlos del agnosticismo o del ateísmo".

2. "Todos tienen un derecho natural estricto a que les, dejen en libertad para no profesar, si así les place, ninguna religión".

3. No se debe prohibir todo estudio filosófico que defienda el agnosticismo o el ateísmo, "puesto que un leal intercambio de puntos de vista sobre estas cuestiones puede contribuir a aclararlas".

4. "Hay que recurrir siempre a las armas de la luz, mucho más que a las prohibiciones legales".

Puntos de meditación sana para católicos y no católicos, que deben saber bien claramente que, en la doctrina tradicional de nuestros teólogos del siglo XVI, se ponían como base y fundamento de toda fe el derecho natural y la razón natural, de modo que no se podían anteponer los derechos de la fe a los derechos de la razón, pues hasta un padre pagano, según ellos, era totalmente respetable en su decisión de no bautizar a los hijos, y nadie podría hacerlo contra su voluntad aun en peligro de muerte.

Por eso al acertado reto que supone este nombramiento, dentro de nuestra política de cambio, ha correspondido una convivencial aceptación vaticana que debemos aplaudir los españoles, pues estrenamos con ello nuevos y libres modos de vivir a nivel político nuestros problemas religiosos.

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