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La catástrofe mexicana

Desescombro en Benito Juárez

La joven está sentada allí, sobre una camilla, con la mascarilla contra el polvo en la cara; tiene aspecto centroeuropeo -ojos azules, piel clara y pecosa- y contempla las tareas de desescombro y rescate de cadáveres con gesto ausente, como si la cosa no tuviese que ver nada con ella. A su lado se amontonan los libros de Mi enciclopedia. El tomo Los animales tiene dibujados en la pasta un tigre, un águila y un monstruo prehistórico. Unos metros más allá, los soldados mantienen acordonada una zona donde se amontonan colchones, máquinas de escribir y objetos domésticos que no quedaron destruidos al hundirse la casa de unos 10 pisos de la unidad habitacional de la capital mexicana (barriada) Benito Juárez.

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En el suelo, entre el polvo, se ve pisoteada una cuchara de palo. Tres niños mexicanos ya nunca más volverán a hojear las páginas de Mi enciclopedia. Los tres niños de la familia Montes Verboonen, dos varones de 9 y 6 años, y una niña de 3, fueron hallados muertos y fueron enterrados casi inmediatamente. Ahora faltan los cadáveres de los padres. La joven mexicana contempla en silencio y tranquila la escena, perdió allí a su hermana, a su cuñado y a tres sobrinos. Sólo sobrevivió a la tragedia una niña de 11 años, que ya había salido para la escuela en el momento en que ocurrió el terremoto. Ahora su tía la ha recogido en su casa y reflexiona sobre la forma de decirle que sus padres y tres hermanos han muerto.La familia Montes Verboonen vivía en el segundo piso de la unidad habitacional que se vino abajo con el terremoto. Son casas muy grandes, del estilo arquitectónico similar a las viviendas protegidas españolas de los años cincuenta.

La joven mexicana, que espera el rescate de los cadáveres, explica que su hermana era trabajadora social y su marido, ingeniero, y añade que "se sumió el piso, porque ayer por la tarde (el viernes) empezaron a sacar cosas del piso y ahora ya no sale nada más". Probablemente el segundo movimiento sísmico, la tarde del viernes, hundió más las ruinas del piso de la familia destrozada.

Ahora, la joven que contempla con aire insensible las tareas de rescate de cadáveres y desescombro piensa que tendrá que recurrir a un psicólogo para dar la noticia a su sobrina y decirle que es la única sobreviviente de toda la familia.

A la pregunta de cómo es posible conservar tanta calma, tras dos días enteros allí, sólo interrumpidos por los trámites burocráticos y el entierro de los tres sobrinos, la joven, de aspecto frágil, responde: "Aguanto porque estoy completamente empastilada. Además, después de haber visto a otras personas que están peor, es mejor no hacer ningún teatro".

El sábado, ya oscurecido, los reflectores iluminan la zona. Siguen las tareas de desescombro.

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