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Los suecos rechazan la propuesta liberal y optan por mantener las conquistas sociales logradas

La continuidad del Partido Socialdemócrata y de su líder, Olof Palme, al frente del Gobierno significa que los suecos optaron el domingo por el mantenimiento de las conquistas logradas y desecharon las crudas propuestas de liberalismo económico del Partido Conservador. Los resultados presentan, sin embargo, elementos sorprendentes, que plantean algunas dudas sobre sus repercusiones en el panorama político de Suecia.

El apoyo recibido por la socialdemocracia adquiere mayor significación si se tiene en cuenta que Palme fue el centro de una campaña especialmente áspera y que fuerzas poderosas se movilizaron para impedirle un nuevo período de gobierno. Pero la pérdida de votos experimentada con respecto a las elecciones anteriores no puede menos que considerarse como una llamada de atención.Los principales medios de comunicación, que en general no son proclives a Palme, ya hacen hincapié sobre su dependencia en el Parlamento, ahora acentuada, de los votos del Partido Comunista. Palme ha respondido recordando que de los 47 años que su partido ha gobernado a Suecia en los últimos 53, sólo ha contado con mayoría absoluta parlamentaria en seis. Nada indica, por otra parte, que esa colaboración parlamentaria con los comunistas entrañe ningún peligro para la democracia sueca. Palme ha expresado reiteradamente sus discrepancias con ellos, pero entiende que están integrados en el juego político democrático sueco.

El Partido Comunista sueco, por su parte, definido como eurocomunista, se ha encargado de mostrar su independencia de Moscú, al condenar diversos aspectos de la política soviética, como, como su intervención en Afganistán.

No es descartable, por otra parte, que la socialdemocracia atempere sus impulsos reformistas a la vista de que los resultados prueban claramente que los suecos rechazan todo cambio demasiado radical, tanto de derecha como de izquierda, y ante la posibilidad de que la economía sueca sufra un deterioro en los años próximos.

Es en el campo burgués o derechista donde se han producido las mayores sorpresas. La primera, el espectacular crecimiento del Partido Liberal. Con una carrera política sin mayor relieve como antecedente, pero, con una personalidad atractiva, muy bien vendida en el mercado electoral, Bengt Westerberg, que sustituyera a Ola Ullsten en la dirección d el partido después de la catástrofe electoral de 1982, logró ganar imagen mediante el recurso de marcar diferencias con los conservadores. En lugar de un liberalismo económico descarnado, un liberalismo menos inhumano, más acorde con el sentir de la sociedad sueca. Las víctimas principales de esta política fueron los conservadores y los centristas. Los primeros esperaban ver a su líder, Ulf Adelsohn, como primer ministro y perdieron, en cambio, 10 escaños. Gösta Bohman, el anterior líder del partido, calificó, la noche del escrutinio, como "una puñalada por la espalda" la campaña del dirigente liberal.

Aunque esperada, la derrota de los centristas abre un porvenir más que incierto sobre el destino del partido y de su dirigente Thorbjörn Fälldin. Aunque respetado por partidarios y adversarios políticos, al que fuera primer ministro en los únicos seis años de Gobierno conservador en Suecia se le atribuye gran parte de responsabilidad en el desastre y sobre todo en el error de la alianza electoral realizada con el minúsculo partido Asociación Demócrata Cristiana, grupo que nunca pudo superar la barrera del 4% para tener un diputado y cuyo líder, Alf Svensson, tendrá ahora un escaño en el Parlamento, a costa de un centrista, gracias a Fälldin.

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La posibilidad de recomponer un bloque burgués aparece por ahora más difícil que antes. Además, hay antecedentes en la historia política sueca de colaboración entre la socialdemocracia y partidos centristas.

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