_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cataluña, asignatura pendiente

Lo que en España está sucediendo en estos años de democracia incipiente, a propósito del hecho catalán, es algo que merecería mayor atención y debate.La frase anterior, de construcción muy poco elegante, es políticamente muy deliberada. Puesto que, en efecto, unos y otros, catalanes y no catalanes, se empeñan estrábicamente en contemplar "lo que pasa en Cataluña", en hablar -como siempre- de un "problema catalán", en un intento bien intencionado, pero inútil, de desentrañar por la médula, cuando lo problemático no se halla en el núcleo sino en los enlaces, en las articulaciones.

Los diagnósticos más o menos antropológizantes -fea palabra, pero tal vez gráfica- conducen inevitablemente a análisis más o menos interesantes, pero también a conclusiones totalmente carentes de significado, al estilo de aquella brillante frase que se repetía en Madrid, hace unos años, al hablar de Euskadi: "¡Qué raros son los vascos!". O a la no menos genial que hoy se prodiga en Cataluña: "¡No nos comprenden!".

Pues bien, ¿y qué? ¿Para qué sirven la comprensión y los parabiénes mutuos si se carece de un sistema civilizado y normal de articulación? - Lo único que precisamos -y de un modo históricamente urgente, porque su carencia conlleva peligro- es organizar una forma democrática, eficaz y no conflictiva de relaciones, siguiendo la vieja regla que Nicolau d'Olwer resumió casi epigramáticamente: "Necesidad de unión; imposibilidad de amalgama".

En esta época de auge de nuevos y viejos fundamentalismos, ¿seremos capaces de encontrar ante esta cuestión una senda racional? Deberíamos serlo, si sabemos convencer con interpretaciones abiertas, laicas y tolerantes acerca de nuestras realidades colectivas y, en primer lugar, de la pluralidad de nacionalidades que la Constitución expresa y ampara. Y hacerlo con un mínimo rigor, exento de ambigüedades.

No es la menor de las paradojas de la situación actual, por ejemplo, que sea el socialismo catalán acusado de ambiguo, por el pecado de mantener una difícil pugna en dos frentes: contra la ambigüedad tan rentable y peligrosa de quienes en Cataluña emplean la retórica tartarinesca de un independentismo réfoulé, y contra los nuevos brotes, no menos peligrosos, de la vieja y testaruda inercia uniformista y centralista, que tratan de entretejer políticas de pretendida racionalidad técnica en la vieja trama, terriblemente irracional, de las reacciones viscerales contra el hecho vivo de las nacionalidades. Por poner un ejemplo, desde hace tres años muchos tiemblan al oír la expresión comisión de expertos. Cualquier análisis racional de la situación política en Cataluña Heva a la conclusión de que es el fruto de estas dos ambigüedades de signo antagónico, que se fortalecen mutuamente y de modo creciente.

Ahora que se habla tanto de porcentajes deslizantes, resultaría tremendo que desde esas ambigüedades opuestas se viera también a Catalunya como una nacionalidad deslizante. Para unos, deslizándose por el plano inclinado del Estatuto hacia nuevos estadios de confrontación contra un Estado al que se desea opresor, precisamente como garantía de nuevas etapas hacia la soberanía. Para otros, como un fenómeno a conllevar y, si es posible, a reabsorber; como una pequeña y vieja nación a disolver del modo menos doloroso posible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

¿Por qué no detenerse para organizar simplemente, sensatamente, unas relaciones que sean eficaces, poco conflictivas y democráticas? Los planos inclinados, en uno u otro sentido, siempre acaban mal.

No hay un problema catalán (y decirlo no significa minimizar una mala evolución de las cosas en Cataluña), sino un problema español. Tal vez produzca algún escándalo farisaico, pero hay que repetirlo: Cataluña -o, para ser más precisos, su articulación con la joven democracia española- es todavía hoy una asignatura pendiente. Tal vez la última gran cuestión democrática frente a la cual no hay, en España, una dinámica positivamente establecida. Y no olvido Euskadi cuando digo esto.

¿Cambio de voluntades? Sí, y por la vía del pacto, con sentido de Estado. Logrando una institucionalización sin partidismos de las técnicas de relación entre las instituciones. Acabando con la tremenda incongruencia que significa, por ejemplo, que el presidente de los catalanes se dedique, con empeño digno de mejor causa, a combatir con saña a un Gobierno español que fue votado por una amplia mayoría de los catalanes. Con la certeza explícita de que desde el Estado no se es resignadamente respetuoso con unas peculiaridades, que no se conlleva la desgracia de tener unos parientes raros, sino que se quiere fortalecer unos derechos constitucionales al autogobierno político y, más allá, al hecho nacional, vivo y enriquecedor para todos, como pieza maestra de la democracia en España.

Citemos aquí, porque no hay más remedio, a la nariz de Cleopatra, aunque para algunos parezca mentar la bicha: Quien gobierna hoy en Cataluña se siente un hombre perseguido y quiere -instintiva o deliberadamente, poco importa en sus efectos- que todo el pueblo de Cataluña, y sus instituciones, se sientan perseguidos con él. Pues bien, aun así, el acuerdo es necesario para iniciar un nuevo signo en la marcha de las cosas. Hoy resultan, a todos los niveles, de un primitivismo sin perspectiva positiva alguna. Por ello es urgente que aquel pleito se dilucide.

He hablado de la necesidad de un debate. Sorprende el contraste entre la exasperación de los enfrentamientos y la debilidad o el silencio, en relación a los planteamientos de fondo. J. L. Cebrián habló en Barcelona, en tono estimulantemente polémico, y fue cubierto inmediatamente por el más piadoso de los olvidos. Ahora sólo hablan -hablamos- los políticos, como Solé Tura, aunque a veces dé la impresión de descender por primera vez de la Academia.

Creo que Cataluña y España necesitan vitalmente un acuerdo democrático de Estado. En todos sus ámbitos se respira en mayor o menor medida la consternación ante lo que la última década hubiera podido significar si las cosas hubieran transcurrido de otro modo. Pero estos ejercicios del espíritu son un sin sentido. Lo importante, lo urgente, es darse cuenta de que hay que recuperar el tiempo perdido para encauzar un gran problema irresuelto de la España democrática.

Raimon Obiols es presidente del Grupo Socialista en el Parlamento de Cataluña y primer secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_