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En Colmenar de Oreja nunca pasa nada

La denuncia judicial contra el alcalde presentada por la Comunidad de Madrid ha pasado inadvertida

En Colmenar de Oreja nunca parece que pase nada. El gran motivo de conversación son las fiestas patronales. Los vecinos son tradicionalmente reacios a asociarse y el Ayuntamiento se ve como una institución un tanto imprevisible que funciona según el talante personal de los concejales. Sin embargo, Colmenar ostenta el segundo puesto de la provincia en cuanto a urbanizaciones ilegales, seis, sólo superada por el vecino Chinchón, con nueve, y tiene un alcalde que ha construido 26 chalés sin licencia cuando era concejal y se los ha legalizado ahora que es la máxima autoridad.

Nada de esto, sin embargo, interesa demasiado a los vecinos, mucho más preocupados por la falta de alumbrado público en las calles. Las irregularidades de la corporación se entienden como algo consustancial con la vida municipal. El pueblo tiene una larga tradición de silencio y desinterés por las cosas de arriba. Localidad eminentemente agrícola, a unos 50 kilómetros de Madrid, las calles de Colmenar de Oreja siguen trazados caprichosos y empinados en torno a una valiosa y abandonada plaza porticada, el convento de las agustinas y la iglesia, antiguo castillo. "Tres cosas tiene Colmenar que no las tiene Madrid: los hornos, la cantera y el puente de Zacatín", dice el viejo dicho popular, reliquia de cuando el pueblo tenía 12.000 habitantes y los hornos donde se cocían las inmensas tinajas de barro funcionaban en todo su apogeo. El resto de las familias se repartía en el trabajo en Ias canteras de piedra caliza y como jornaleros de los agricultores pudientes. Hoy, Colmenar tiene 5.300 habitantes, ya no quedan hornos, el puente de Zacatín presenta un inmejorable aspecto gracias a la restauración que llevó a cabo la Comunidad de Madrid y los antiguos jornaleros se han pasado al sector de la construcción o al trabajo de oficina, y acuden diariamente a Madrid en tres autocares. Todavía Colmenar es un pueblo agrícola, mecanizado, con importantes cosechas de maíz, vino, patatas y algo de olivo. Sus vecinos, salvo excepciones, no tienen apuros económicos. "En el pueblo todavía subsisten las diferencias de familia por una especie de inercia, porque aquí la gente ya no depende de los patronos tanto como antes. Lo que sí queda es una especie de aversión a meterse con las cosas que hacen las autoridades. No digo que no se critique, que eso sí, pero las críticas no tienen ningún efecto, aparte de ayudar a pasar el tiempo. La política no se entiende". Quien así habla es uno de los vecinos antiguos del pueblo, propietario de un bar, muy escéptico sobre el papel del Ayuntamiento a la hora de resolver los problemas colectivos.

"De los concejales te puedes fiar muy relativamente. Aquí existen muchas rencillas personales, conflictos que vienen de muy atrás. Si quiere un ejemplo, mire esa casa que está ahí, frente a la iglesia. Es del arzobispado, y le han dejado construir tres plantas, todas con ventanas. La casa de al lado también tiene tres plantas, pero parece que sólo son dos, porque en la tercera no le dejaron abrir ventanas; se la han cegado por completo. ¿Por qué? Porque es el hijo del único concejal comunista que hay, en el pueblo, y al

gunos del PSOE no le tragan". Colmenar de Oreja no cuenta con ninguna asociación de vecinos -los socialistas quisieron promover una, pero el intento no cuajó- ni de jóvenes, al margen de los chavales del club de fútbol. En el pueblo nunca ha habido una manifestación, y los plenos municipales se celebran sin público. Eso no quiere decir que la gente no cumpla con lo que considera sus deberes ciudadanos. En las elecciones municipales, el índice de participación fue superior al 60%. Coalición Popular sacó siete concejales; el PSOE, cinco, y el PCE, uno. Casi mitad y mitad.Últimamente, el Ayuntamiento ha recibido fuertes críticas de parte del pueblo, motivadas porque, en las fiestas, los que no habían pagado la entrada a la corrida de la tarde no pudieron asistir por la noche al acto del toro embolao, y los que protestaban entendían que aquello era algo parecido a un encierro y debía ser un festejo masivo y gratuito.

"Al alcalde lo único que se le puede reprochar es que se le nota demasiado que barre para su casa, pero en lo demás yo creo que lo está haciendo bien" dice otro vecino del lugar, quien, inmediatamente después, se queja de que en el pueblo todo está por hacer: ni un polideportivo en condiciones, sólo dos médicos de cabecera, calles sin alumbrado público, etcétera. "Tampoco los de la oposición lo hacen mejor. La impresión que hay en el pueblo es que ni unos ni otros se enteran demasiado", añade el hombre, con parsimonia. Esta impresión, recogida de boca de otro vecino, es compartida por algún funcionario del propio Ayuntamiento, que habla con conocimiento de causa.

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No estorban a nadie

El fenómeno que trae de cabeza a las máximas autoridades urbanísticas desde hace años no es motivo de conversación en Colmenar. En el término municipal existen seis urbanizaciones ilegales, iniciadas todas ellas antes de 1979, que ocupan en total 1.045 hectáreas de terreno. La opinión más generalizada -"que las dejen donde están; no estorban a nadie"- refleja esa especie de incapacidad de los pueblos pequeños para juzgar, a favor o en contra, cualquier cosa que no afecte a sus intereses directos.

En las seis urbanizaciones se han construido aproximadamente unos 600 o 700 chalés, algunos de los cuales encajan bien en la categoría de chalé-chabola. Asentados sobre terrenos calizos, polvorientos, salpicados de cardos de altura privilegiada, desparramados a lo largo de pequeñas lomas inhóspitas, sin agua y con abundancia de moscas, los propios obreros que trabajan en una carretera cercana no se explican cómo los promotores han conseguido vender las parcelas. Pero es turismo interior. Son 600 o 700 familias que tienen su casa a ocho o 10 kilómetros del pueblo, que por ahora no piden nada, que han proporcionado algo de trabajo a los albañiles del pueblo y que los fines de semana y en verano hacen gasto en los bares y tiendas de alimentación.

Nunca ha habido en Colmenar de Oreja demasiado respeto a las normas urbanísticas ni, en general, a ninguna otra cuyo cumplimiento no viniera exigido por la Guardia Civil. Las normativas son demasiado complicadas y sus intérpretes están muy lejos, en Madrid. Juan de Dios Carrero y Luis Raboso, concejales socialistas, se lamentan de este estado de cosas. Ellos no sabían siquiera que el alcalde ha sido denunciado judicialmente por la Comunidad de Madrid por un presunto delito de falsedad en documento público (EL PAIS del 11 de septiembre), y se han enterado por casualidad -se lo contó un amigo de Aranjuez- que el alcalde acaba de firmar un convenio con otros seis pueblos para construir un vertedero controlado.

"En el Ayuntamiento", dicen, "hemos votado en contra y protestado todos los acuerdos irregulares tomados por la mayoría, pero no ha servido de gran cosa. El alcalde es, el principal constructor del pueblo. Ahora mismo tiene a unos 40 hombres de aquí trabajando en el edificio de la Academia de Guardia Jóvenes de Valdemoro. Pues ya son 40 que no van a meterse con él, haga lo que haga en el pueblo. Aparte que los vecinos no se fijan demasiado en los formalismos. La gente cree que el polígono ganadero es legal, simplemente porque el proyecto lo hizo, privadamente, un arquitecto de la comunidad".

El concejal de festejos es de AP, José Esteban Arredondo. Se muestra satisfecho de lo realizado y achaca los desórdenes del toro embolao a la presencia de jóvenes de fuera. "El pueblo se comporta bien", dice. "Casi nunca pasa nada de interés. Los vecinos hablan del paro y de las fiestas. Si lo haces bien, nadie te dice nada, pero si no... El fallo es lo único que tiene mientes".

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