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Una aproximación a la realidad egipcia

La moderación del temperamento egipcio y la textura de sus instituciones políticas cierran el paso, según el autor de este artículo, a cualquier fórmula que pretenda instalarse en el país del Nilo basada en interpretaciones radicales del islam.

La religiosidad y el credo de la eternidad han formado desde los comienzos de la historia tanto la conciencia del hombre como la marcada personalidad de la sociedad egipcia. Religiosidad y eternidad que son la base de subsistencia, creatividad y la esperanza de futuro de un pueblo, cuyas tradiciones, monumentos y culturas son fiel testigo de las mismas. El egipcio actual sigue siendo un ciudadano muy aferrado a los valores religiosos que suponen lo intrínseco tanto de su civilización antigua como de su cultura actual.Por esto, y como resultado de lo fuertes y ancestrales que son estos vínculos, la sociedad y el hombre egipcios viven en un clima auténticamente religioso; de ahí que las llamadas -a veces muy brillantes para algunas sociedades- a la vuelta a las raíces y a las tradiciones religiosas no encuentran en Egipto ningún eco por una sencilla razón: en la vida real del egipcio contemporáneo, desde el punto de vista religioso, cultural, político o social, jamás ha habido ninguna ruptura con sus raíces religiosas.

Por tanto, el pueblo egipcio tiende, psicológicamente, a la moderación, que es un componente básico del carácter egipcio, por lo que el extremismo ha supuesto un fenómeno rechazado por los egipcios tanto antes como ahora.

El hecho de establecer una comparación, generalizar partiendo de un tipo concreto de sociedades o de experiencias por las que pasan algunos países islámicos de la zona, o intentar valerse de este tipo como medida o base para estudiar, analizar o hacer comparaciones con la situación en Egipto es caer en una clara simplicidad y en generalizaciones inocentes o tal vez malintencionadas, ya que ignoran gratuitamente las profundas diferencias históricas, culturales y políticas que hay entre la sociedad egipcia y aquellas otras sociedades (Irán, Líbano, etcétera).

La moderación del Islam ha encontrado eco en el carácter moderado de los egipcios, por lo que el Islam es la fuente principal de la legislación en Egipto según la Constitución. La mayoría aplastante de las leyes egipcias coinciden con la ley islámica, y el margen reducido de leyes no coincidentes con los preceptos islámicos se está estudiando cuidadosamente como paso previo a su evolución, con el fin de lograr el consenso en una sociedad donde imperan la tolerancia, la concordia y la fraternidad entre musulmanes y coptos, que siempre han tenido una conciencia clara -por el sutil sentido político y nacional que les caracteriza- de que la división es el juego de las potencias extranjeras impulsadas por su afán de dominio. Que la unidad nacional es el arma más eficaz en la continua lucha por la libertad, el desarrollo y la paz.

Muy lejos del espíritu de moderación del Islam surgieron pequeños grupos que se salen del consenso nacional y quieren refugiarse en la violencia y el terrorismo, disfrazados con los movimientos religiosos. Pero estos grupos no representan ningún fenómeno social de envergadura. Su batalla no es -de ningún modo- religiosa. Es más bien terrorismo político ayudado por potencias extranjeras que aspiran a crear una atmósfera de confusión política que pueda dañar la imagen de Egipto, la imagen de un modelo de sociedad que inquieta a algunos regímenes vecinos, habida cuenta que el sistema democrático y de libertades que vive Egipto se ha convertido en un gran centro de atracción para los pueblos de la zona.

Es un fenómeno que causa pánico en sistemas no democráticos y dictatoriales que tiemblan ante la contagiosa democracia procedente de nuestro país. Un país conocido históricamente por ser un Estado líder. Un Estado que influye, encabeza los procesos y sirve de modelo. Los esfuerzos de desarrollo económico y social que se llevan a cabo en Egipto no son vistos, sin embargo, con el agrado de otros países y entidades extranjeras, que sólo pretenden que nuestro país esté siempre ocupado con sus problemas y cuestiones internas y, por consiguiente, alejado de su misión regional e internacional, que es la de propagar la paz basada en la justicia.

Lo que se ha venido en llamar integrismo en Egipto no se puede ni comparar por su volumen, profundidad o alcance con la situación creada en la zona que nos rodea o en otras muchas zonas del mundo, incluso en numerosos países avanzados. Este fenómeno está sometido, sin embargo, a una vigilancia seria por parte de las autoridades competentes encargadas de velar por la libertad, la democracia, la seguridad y la estabilidad en Egipto.

El trato que recibe este fenómeno pasa por dos vertientes principales y, al mismo tiempo, paralelas, Una es dar más libertad, más democracia y más diálogo. Y la otra es la eficacia en afrontar cualquier movimiento que se salga del marco de la constitucionalidad o se refugie en la violencia o el terrorismo.

Sería mucho mejor que los países amigos y moderados, que aman la democracia y la paz, colaborasen con Egipto en sus serio, esfuerzos en pro de mejorar la condición humana en el marco de sus planes de desarrollo económico y social. Porque mediante esta cooperación ayudarán en evolucionar las circunstancias económicas de nuestro país de tal forma que evite que algunos grupos extremistas se aprovechen de las difíciles condiciones económicas, que son en realidad el resultado coyuntural de varias acumulaciones históricas que nos fueron impuestas en el pasado.

Tal cooperación será, sin lugar a dudas, una excelente inversión a medio y largo plazo, en cuanto que ayudará a un Estado democrático y amigo, artíficie de la paz, la estabilidad regional y, consecuentemente, internacional, a proseguir en el proceso constructivo, democrático y pacífico.

Y para propagar tal espíritu de moderación, ecuanimidad y objetividad, los medios de difusión mundial habrían cumplido con su misión si contasen con la sinceridad y la objetividad al tratar temas como éstos. Porque la objetividad -qué duda cabe- es el camino más corto a la ecuanimidad imprescindible para desarrollar el espírítu de cooperación y entendimiento entre los pueblos.

es consejero de Información de la Embajada de la República Árabe de Egipto en España.

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