Estuvo a punto de repetirse la tragedia de Colmenar
Plaza de San Sebastián de los Reyes. 31 de agosto. Tercera corrida de feria.
Toros de Martínez Benavides, desiguales de trapío, que dieron juego.
Morenito de Maracay: metisaca bajísimo (oreja); dos medias estocadas tendidas bajas, estocada corta atravesada y cinco descabellos (silencio); estocada (dos orejas). El Soro: estocada corta delantera (ovación y saludos); estocada corta (dos orejas y dos vueltas al ruedo); pinchazo y estocada delantera (oreja).
El sexto toro cogió de forma impresionante a El Soro al entrar a matar, y por unos segundos se temió que iba a repetirse la tragedia de Colmenar. Afortunadamente, el percance no tuvo consecuencias. Las cuadrillas habían hecho el paseíllo descubiertas y guardaron un minuto de silencio, con el público puesto en pie. Aires de angustia y desolación marcaban un espectáculo que, a su mitad, encendería en júbilo el Soro y después lo colocaría de nuevo al filo del drama.Faltaba, entre los matadores, Víctor Méndes, que estaba anunciado, y que a última hora decidió no torear. Estaba sin ánimos y era comprensible. Ya no era comprensible, en cambio, que se anunciara al público la incomparecencia por los altavoces de la plaza, sin darle opción a que le devolvieran el importe de la localidad.
Porque había muchos espectadores que no estaban conformes y protestaron. Otros protestaron de que aquéllos protestaran. Y se produjo en el tendido una pequeña batalla dialéctica. Duró poco, pues la gente no estaba para discusiones ni para fiesta. El recuerdo de Yiyo pesaba en el ambiente, frío y cortante como el hielo.
Morenito toreó con reposo y temple al nobilísimo ejemplar que abrió plaza y crispado al reservón tercero. Soro, muy lucido en quites toda la tarde, intentó acoplarse con el segundo, sin conseguirlo, pues se trataba de un manso.
La frialdad ambiental parecía que iba a durar toda la corrida, quizá siglos -los que le restan de vida al toreo- cuando El Soro entró en trance y pegó el sorazo. Su segundo torito era un encanto de bondad, y allí estaba el líder de la tauromaquia fallera, que ligaba redondos y circulares, pendulaba la muleta, trenzaba giraldillas con espaldinas, de pie o de rodillas. Y, sobre todo, en honor al arte de, torear en su versión pura, ligaba cuatro veces, cuatro, el natural con el de pecho, sin despegar las zapatillas de la arena.
La que armó El Soro con el sorazo. El ambiente frío y cortante tomó temperatura, hasta alcanzar la de Écija en el espeso ferragosto. La fiesta recuperaba su naturaleza, en la que triunfo y tragedia juegan al azar de un lance fugaz. A la tensión máxima el entusiasmo del público, los dos espadas alternaban en banderillas, con mayor acierto el valenciano, y al quinto, un toraco, le sacaba partido Morenito de Maracay.
Al sexto, muy peligroso, él Soro le instrumentó una faena emocionante, librando coladas y desafiando derrotes. Llegada la suerte suprema, durante unos segundos dramáticos pareció que se repetía el brutal desenlace de Colmenar. En el último toro, en el último minuto, al entrar a matar, el toro empitonó a El Soro por la pechera, lo zarandeó violentamente.
Cayó el torero exánime y las cuadrillas se precepitaron a auxiliarle. Cabeza y brazos le colgaban, desmadejados, cuando lo transportaban apresuradamente a la enfermería, y la plaza era un griterío de horror. Pero al llegar al callejón El Soro se zafó de las asistencias, notenía cornada!, y volvió al toro, que agudizaba su sentido defensivo y escondía la cara entre los brazuelos, aculado en tablas, para tumbarlo de un estoconazo.
El brutal desenlace de Colmenar no se repetía, por fortuna, sino que era exactamente el contrario: el torero que estuvo a punto de entrar en la enfermería con el pecho partido, salía a hombros por la puerta grande, acompañado de Morenito, en medio del delirio de un público enfervorizado que les aclamaba "¡toreros!".
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