"España es un bocado fácil para los delincuentes"
Hablan dos de los integrantes de la 'banda de Roma' que participaron en el asalto frustrado de marzo de 1984
Luigi Masciulli regenta un restaurante situado en la Vía de Riviera, el balcón marítimo que la ciudad italiana de Pescara tiene sobre el mar Adriático.Los turistas que veranean desde hace años en Pescara y los propios habitantes de la ciudad saben dónde está el restaurante Eriverto. Todos conocen las excelentes pizzas que se cocinan en su horno de leña, y lo difícil que es en verano encontrar una mesa bajo una de las sombrillas del chiringuito que tiene el restaurante en la playa. Todos conocen también perfectamente a Luigi, el propietario. Algunos, sobre todo quienes le han tratado, le quieren y le admiran. Son los que le llaman Gigi, y saben que es uno de los mejores especialistas en inutilizar sistemas de alarma bancarios.
Vivo por unos centímetros
Luigi, de 44 años, casado, tres hijos, natural de Pescara, sonríe cuando se le dice que los ladrones de bancos que emplean el sistema del rififí sólo reciben elogios por parte de la policía. "Es verdad, a la policía le gusta enfrentarse con profesionales auténticos y reconoce cuando un trabajo está bien hecho", comenta Masciulli, que, mientras pide a uno de sus empleados una jarra de cerveza, no puede olvidar que la policía no sólo le ha elogiado en más de una ocasión, sino que también estuvo a punto de matarle hace unos 17 meses en Barcelona. Masciulli participó en marzo de 1984 en un frustrado intento de robo en Barcelona. Junto con otros nueve italianos, algunos de ellos pertenecientes a la denominada banda de Roma, Gigi fue detenido por la policía antes de que comenzaran a perforar el cemento de la cámara acorazada de una sucursal del Banco Hispano Americano de la Diagonal. "Ya habíamos marcado una cruz en la pared para comenzar a perforar las paredes de la cámara, cuando de repente la policía entró en el local que habíamos alquilado junto al banco", recuerda Masciulli, para quien "todo fue muy rápido". "Los pasillos que conducían a los sótanos estaban muy oscuros, la policía gritaba, pero yo pude alcanzar la calle", recuerda.
Aquellos instantes no se borrarán jamás de la mente de Masciulli. Además, todo es muy reciente aún y el dolor físico que sufrió cuando uno de los inspectores del Grupo de Atracos de la Brigada Regional de Policía Judicial de Barcelona detuvo su huida con un disparo, sigue vivo.
"Dijeron que me habían alcanzado en la pierna, y eso no es cierto, me alcanzaron en la espalda, junto a la columna, y la bala me salió por delante", explica Masciulli, mientras muestra la señal de la herida y reconoce que "tuve mucha suerte porque un centímetro más a la derecha y el proyectil se hubiera incrustado en la columna. Si no hubiera muerto, ahora no podría andar".
"Me llevaron al Clínico", añade Masciulli, "dos días después ya sabía que era el único a quien habían herido y que todos los demás habían sido detenidos". Permaneció cuatro días en el hospital y en cuanto la herida se cerró lo trasladaron a la Modelo. "Nos habían acusado de tentativa de robo y los abogados que nos defendían nos comentaron que en cuatro meses saldríamos a la calle", comenta Luigi, para quien esos cuatro meses fueron un infierno. "En la enfermería no había médicos, mis heridas tardaron mucho más en cicatrizarse, no había medicamentos, todo estaba muy sucio y los riesgos de infección eran impresionantes, y, además, la corrupción imperaba en todas las galerías". Durante aquellos meses tuvo experiencias muy desagradables. "Yo estaba junto a la celda donde murió el gánster francés Raymond Vaccarizi. Le volaron el cerebro, y yo vi su cadáver apoyado en la pared de la ventana, con su cerebro desparramado sobre sus hombros, antes de que los funcionarios de la galería se enteraran de que le habían asesinado...".
Unos minutos después, Jorge Eduardo Vilariño, un gánster argentino, preguntó a Masciulli si quería sumarse a la evasión que había organizado para dos días después. "Vilariño lo tenía todo preparado, fue mala suerte que fuera él el primero en caer en la fuga. Yo le dije que no me interesaba fugarme porque sabía que saldría poco después", añade Masciulli.
En los primeros meses de 1984, Masciulli no tenía problemas económicos. Aún no había alquilado el restaurante Eriverto, pero el negocio que regentaba entonces, también un restaurante, le funcionaba perfectamente. "En febrero de 1984, unos amigos me pidieron que participara en el golpe del Hispano de Barcelona", afirma, y reconoce que no me podía negar porque me lo pidieron mis amigos y yo sabía que era imprescindible para el desarrollo del plan". La labor encomendada a Masciulli era la más importante: "Inutilizar todos los sistemas de alarma de la cámara".
Un favor a los amigos
Masciulli es un especialista. Después de esbozar una leve sonrisa, señala que "en España aún es más fácil porque allí los bancos no están preparados para evitar la acción de verdaderos profesionales, especialistas en rififís".
"Aquí todos conocen mi pasado", reconoce Masciulli, "pero saben que yo nunca he hecho daño físico a nadie. Cuando alguien me pregunta por qué me metí en esa operación sin tener problemas económicos, pienso que en la vida de los hombres siempre hay momentos en que se tiene que ser fiel a uno mismo. Cuando fui a Barcelona yo lo era, y además hacía un favor a mis amigos".
Alberto Sbrilli abre la puerta de su ático sin temor. Desde el piso inferior, Gigi le había dicho: "Berto, Berto, sono io". Sbrilli no pone tampoco reparos a que un periodista entre en su casa, que desde hace unos meses se ha convertido en su cárcel particular porque un juez romano decidió su arresto domiciliario.
De 1,85 metros de estatura, de constitución muy atlética, Alberto Sbrilli se parece más a un actor de comedieta italiana que a uno de los mejores especialistas mundiales en robos bancarios.
"¿Cómo están por Barcelona?", pregunta Sbrilli, mientras recuerda que nunca había atendido a un periodista.
A su regreso de España, una vez cumplida la condena por la intentona del Hispano, Sbrilli fue encarcelado por un delito de robo que tenía pendiente en su país. Pasó varios meses en la cárcel de Roma y en mayo un juez decretó su arresto domiciliario en Pescara. "Cada día viene la policía a una hora distinta", declara Sbrilli, de 46 años, natural de la localidad de Rossetto, situada junto a Florencia. La policía es mi mejor coartada para demostrar que yo no estoy detrás del rififí descubierto ahora en Barcelona". Gigi también tiene su coartada porque diariamente le han visto sus clientes en el restaurante.
Ladrón por necesidad
Alberto Sbrilli -"soy ladrón por necesidades económicas"- es uno de los delincuentes más conocidos de Italia, aunque la policía sabe que "odio la violencia y que nunca se me ocurrirá llevar armas de ningún tipo". Detenido en varias ocasiones por robo, Sbrilli formó parte, durante una larga época, de la denominada banda de Roma, que además de él contaba con la presencia de otros dos históricos de la delincuencia italiana: Franco Pirozzi, y Ettore Serafini.
"No es cierto que formáramos una banda", declara Sbrilli, "lo que ocurre es que trabajábamos juntos muchas veces, en Roma, Milán, Florencia, o en, cualquier otro punto de Italia donde hubiera dinero". Sbrilli se muestra contrariado con las informaciones que se publicaron tras su detención en Barcelona. Según él, es "rotundamente falso que Pirozzi fuera el cerebro de aquel rififí. Allí no había líderes, cada uno hacía su trabajo y basta. Era un equipo, lo que ocurre es que la policía española vio muchas fantasías", explica Sbrilli, que aún se ríe cuando recuerda que "de todos los bancos de Barcelona fuimos a escoger el que estaba debajo del domicilio del presidente de la Audiencia Territorial".
Aquel grave error de Sbrilli y de sus amigos no evitó que la policía explicara entonces que de no haber actuado con celeridad, la banda de los italianos (Pirozzi, Serafini, Masciulli, Giovanni Tullo, Andrea Tranchina -detenido el pasado miércoles en Roma-, Mario Proinetti, Lorenzo Palmeri, Carlo Tempesta, Sergio Prate y el propio Sbrilli) hubiera entrado en la caja del Hispano como quien entra en su propia casa.
"España es un bocado fácil para los delincuentes internacionales", dice Sbrilli, quien argumenta que "en las fronteras no hay buenos controles de entrada y salida, los bancos no poseen buenos sistemas de alarma y la policía está preparada únicamente para reprimir los atracos, pero no para evitar los robos".
A diferencia de su amigo Masciulli, al que le une una amistad de muchos años, Sbrilli roba por necesidades económicas. "Mis negocios de venta de cuadros nunca han ido bien y, en algunas ocasiones, si quería comer debía trabajar. En opinión de Sbrilli, el robo del Hispano descubierto hace unos días "es obra de profesionales de primera magnitud, aunque, si han dejado alguna huella, como he leído en la Prensa, han cometido un error imperdonable. En los rififís, aunque se esté trabajando durante tres meses, siempre se debe actuar con guantes".
Sbrilli cree que en el caso del rififí descubierto la pasada semana "no participó nadie de nuestro grupo, porque si bien la policía no nos ha dicho nada sobre este robo, sabe perfectamente todos nuestros movimientos. Yo mismo no me puedo mover ni de mi casa, tuve que cortar el cable del teléfono, porque ya estaba harto de las escuchas policiales".
Sbrilli se muestra muy, satisfecho con la decisión del juez que atendió su caso en España, Luis Fernando Gómez, "porque aplicó la justicia a rajatabla y, por el delito de robo con fuerza en las cosas en grado de tentativa, sólo nos castigó con lo que tipifica la ley, y, cuando nos concedió la libertad, no obligó nunca a nuestra expulsión de España, país que amo y al que deseo volver algún día".
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