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El Papa ha llevado a África la imagen de una Iglesia mas dialogante y comprometida en lo social

Juan Arias

Juan Pablo II regresó a Roma la noche del lunes procedente de Casablanca (Marruecos), última etapa de su gira por siete países africanos. Una de las características más destacables de este periplo ha sido que el Papa, consciente de los desafíos que el continente negro plantea a la Iglesia y de las grandes perspectivas que tiene para su desarrollo, ha presentado la imagen de una Iglesia más dialogante, ecuménica, abanderada de los derechos humanos y de la originalidad africana.

Resulta siempre dificil hacer el análisis de un viaje de Juan Pablo II a las 24 horas de haberse concluido. Se trata de giras con jornadas plenas de actividad, cargadas de contrastes, de mensajes a veces cruzados, de experiencias sugestivas y de un trenzado sutilísimo de política y religión.Y a todo ello hay que añadir la personalidad paradójica del papa Wojtyla, que también en éste su tercer viaje africano ha revelado su increíble capacidad de aguante físico, su innegable carisma ante las masas católicas animistas o musulmanas y sus pocos reparos para presentarse en público al lado de personalidades políticas a veces ambigua o, en otras ocasiones, junto a dictadores que mueven todos los resortes que pueden para acapararle e instrumentalizarle.

Pero el Papa pasa por encima de todo ello con tal de actuar como revulsivo allí donde llega con tal de hacer vibrar a las masas. Quien, como este corresponsal, ha podido seguir paso a paso a Juan Pablo II en sus tres viajes africanos, ha podido apreciar algunas características de la última peregrinación. La primera es que el Papa mismo ha podido palpar que en los cinco años transcurridos desde su primer viaje a África la Iglesia ha crecido aquí, ha madurado y está empujando con fuerza para llevar a cabo una verdadera africanización del cristianismo.

La Iglesia africana está vivien do una exaltación de sus valores originales. A veces puede incluso parecer exagerada y por eso asusta a Roma, pero es un hecho que no se puede ya ocultar ni, probablemente, detener. El propio arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, que estaba presente en Nairobi para el Congreso Eucarístico Internacional, dijo a este enviado lo mucho que le había impresionado el observar,que la mayor ovación que se escuchó durante el congreso fue cuando una de las figuras prominentes de la Iglesia africana dio a entender que África ya no necesita de los misioneros blancos porque se siente autosuficiointe. Se trata de una Iglesia en expansión, y esto agrada al Papa hasta el punto de admitir que se llevará a cabo el tan deseado concilio africano solicitado inútilmente desde hace más de 10 años,

Esta vez Juan Pablo II ha sido mucho más prudente y diplomático en sus discursos que en anteriores viajes africanos. Por un motivo: porque el esquema de dichos discursos lo prepararon en gran parte los obispos o misioneros de cada país visitado. Y porque Juan Pablo II ha comprendido que ese continente supone un gran desarlo para los católicos, ya que, por un lado, en algunos países el islamismo está en auge y es un competidor serio para la Iglesia; en otros, por el contrario, está perdiendo terreno y la Iglesia puede aprovechar esta ocasión para ganarlo.

Las llamadas religiones tradicionales, en su mayoría animistas, que aglutinan en algunos países africanos hasta el 60% de la población, se están acercando hoy al cristianismo, lo que constituye otra posibilidad futura de afirmación para la Iglesia.

Ante estas grandes perspectivas, Juan Pablo II ha presentado, al revés de lo que hizo, por ejemplo, en América Latina, una imagen de la Iglesia más bien dialogante, ecuménica, muy empeñada en lo social, viva y fuerte al emismo tiempo, con prestigio internacional y abanderada en la defensa de los derechos humanos y de la originalidad africana.

E incluso su curiosa batalla a favor de la virginidad y de la castidad en el continente que adora la maternidad y el sexo tiene su explicación, como señaló a EL PAÍS un intelectual zaireño: "Es cierto que el valor base de África es la fecundidad y que la castidad no es un valor típicamente africano. Pero, al mismo tiempo, a la Iglesia católica le da un gran prestigio tanto la virginidad de los consagrados como el celibato sacerdotal, porque para la gente se trata de algo tan heroico que admira poco menos que como a dioses a quienes libremente aceptan este valor nuevo, sobre todo si se trata de personas que al mismo tiempo viven empeñadas en lo social a fondo".

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