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Compañeros de viaje

Juan Cruz

Antonio Cubillo llegó el domingo a Madrid, desde Las Palmas, con diversos compañeros de viaje. Unos le cuidaban de los micrófonos y de las indiscreciones y otros le guardaban la imagen de las erosiones que produce todo contacto con la realidad a la que se regresa.Los primeros, que eran los dos policías que el Ministerio del Interior situó a su lado, le recluyeron a las tres de la madrugada en un hotel céntrico de lo que Cubillo llama la metrópoli. Con los policías Cubillo charló en el hotel hasta pasadas las cuatro de la madrugada, y los ternas fueron tan dispares que los agentes recordaban ayer la jornada como un pasatiempo inolvidable. El líder independentista les introdujo en sus conocimientos de Cervantes, les relató sus impresiones de los baños de Argel y les llevó al meollo de la cuestión: cuando terminó esa larga charla de hotel, sobre la moqueta roja, debajo de las luces de la madrugada, Cubillo, charlista excelente, fogoso abogado en sus tiempos de Canarias, s e desabrochó la camisa y les mostró el cuerpo del delito: les enseñó la cicatriz enorme de la herida que dos personajes, que él considera a sueldo de los servicios secretos de Madrid, le causaron en Argel.

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Con sus otros compañeros de viaje no tuvo tanto contacto previo a su comparecencia judicial. Eran los cuatro miembros del comité que le organizó su regreso y que ayer esperaban con 200.000 pesetas en el bolsillo la previsible decisión del juez.

Mientras el juez desgranaba las posibles responsabilidades de Cubillo, estos compañeros de viaje ofrecían detalles para afirmar aspectos de la personalidad del líder con el que habían venido a la capital de España: Cubillo, decían, había celebrado el primer día del año guanche -el 15 de agosto, día de la Virgen de la Candelaria- comiendo potaje y gofio en el lugar más improbable, Londres, la capital de la metrópoli inglesa; nunca le faltaron esos alimentos de la dieta tradicional de las islas en su tiempo de exilio, y no le iban a escasear ahora.

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