El dólar, clave del déficit comercial norteamericano
Literalmente, la mitad del crecimiento conseguido por los países europeos entre 1983 y 1984 es producto de la demanda de importaciones que nuestra expansión ha creado. Y nuestras importaciones de países menos desarrollados han ayudado a impedir que sus serios problemas económicos escapasen a su control, y a evitar, por ende, posibles consecuencias graves para nuestro sistema bancario.Además, las importaciones han contribuido a mantener la inflación en los bajos índices en que ahora está situada. Por primera vez hemos asistido a una recuperación en la que ha descendido la inflación y se ha mantenido en bajos niveles.
Los beneficios del libre comercio son beneficios reales; no hemos de perderlos de vista a la hora de examinar una cuestión verdaderamente preocupante como es la del déficit comercial.
Hay quienes han propuesto soluciones proteccionistas expeditivas, de cortar por lo sano, y que supuestamente enjugarían el déficit comercial. Pero tales medidas son peligrosamente contraproducentes, toda vez que se basan en una concepción errónea del déficit, del cual no cabe ignorar las fuerzas fundamentales que lo explican.
En gran medida el aumento del déficit tiene su causa en el hecho de que el crecimiento ha tenido en Estados Unidos un ritmo superior al de los países con los que nuestro país mantiene intercambios comerciales. Durante los primeros dos años de la recuperación, comenzada a finales de 1982, el ritmo del crecimiento fue triple que el de Europa y doble que el del resto del mundo industrializado. Un crecimiento tan veloz aumenta nuestra demanda de importaciones; mientras, otras economías en apuros mostraban sólo una baja demanda de nuestras exportaciones. De ahí que el déficit comercial haya crecido al tiempo que crecía nuestra economía.
La deuda exterior
Nuestro déficit comercial se ha visto aumentado también por efecto de las importaciones de países menos desarrollados. Al mismo tiempo, las economías de estos países, acosadas por los problemas, no han generado una demanda muy alta de nuestros, productos.
Nuestras exportaciones han quedado rezagadas también por causa de la necesaria política de ajustes que esos países han adoptado para hacer frente a sus problemas de deuda exterior.
Otra cuestión conexa con el déficit comercial es la de la fortaleza del dólar. Entre un tercio y la mitad del aumento de la balanza comercial se debe a la pronunciada subida experimentada por el dólar desde los primeros años ochenta. En efecto, ésta ha determinado un verdadero aumento de precios para nuestros exportadores, a la vez que un significativo recorte de precios de las importaciones contra el que nuestros productores han de competir. Para muchos, la fluctuación del tipo de cambio de la moneda puede resultar un fenómeno aterrador, inaprensible, que aparece más allá de su posible control.
Pero, a diferencia del déficit comercial, la fortaleza del dólar es fruto, en buena medida, del. vigor de que ha gozado la economía norteamericana durante los últimos años. El dólar se ha. fortalecido a medida que lo hacía el comportamiento de la economía de Estados Unidos, tanto en relación con los años precedentes como en, relación con otros países. Los inversores extranjeros ven nuestra economía como una economía flexible, resistente, que ha avanzado con firmeza en la reducción de los impuestos, del alcance de las reglamentaciones y de la inflación.
También lo ven como un refugio seguro del capital en un mundo inseguro. Todo ello redunda en atractivo de la moneda y eleva su precio. De nuevo tenemos una paradoja aparente: que a medida que nuestra economía se movía en ascenso, el dólar hacía lo propio, perjudicando con ello a nuestros exportadores y a los que compiten con las importaciones.
Política comercial
Las fuerzas que explican el déficit comercial y el nivel del dólar son fuerzas básicas de mercado. Nuestra política comercial debe tener en cuenta esas fuerzas y permitirles que proporcionen el mayor nivel de. bienestar posible a los norteamericanos.
Es preciso evitar toda política que distorsione los mercados, ya sea de bienes, servicios, inversiones o divisas, porque ello perjudica a todas las economías del mundo al generar pérdidas de eficacia que inevitablemente suponen un bienestar económico menor del que podría y debería existir.
. Por estas razones es poco lo que el Gobierno puede hacer para influir directamente sobre el valor del dólar -o, mejor dicho, distorsionarlo- en los mercados de divisas. La experiencia demuestra que los intentos de corregir los tipos de cambio en contra de las fuerzas del mercado son generalmente ineficaces y siempre costosos, además de que contribuyen directamente a aumentar la incertidumbre y la inestabilidad del mercado.
El proteccionismo adolece de este mismo defecto fatal: que pretende violentar las leyes del mercado.
Un año fue la ilusión de que una legislación de concesiones al mercado interior ahorraría puestos de trabajo en la industria del automóvil. Este año la ilusión es ese sobrecargo de un 25% que se nos propone imponer sobre los productos importados. Y lo curioso de esta ilusión es que sus defensores consideran que no tiene carácter proteccionista. Habíamos oído .ya hablar de banca no bancaria; ahora nos encontramos con el proteccionismo no proteccionista.
Hay en esa propuesta la presunción de que no va a haber ningún país que, ante ese sobrecargo, reaccione con sus propias medidas proteccionistas. Al contrario, se piensa con ingenuidad que nuestros interlocutores comerciales van a someterse apaciblemente a todo lo que les pidamos, como si fuéramos el único mercado abierto a ellos en el mundo.
Sean los que sean, esos sueños proteccionistas quedan barridos por el paso de la verdad. Las amenazas proteccionistas con harta frecuencia se trastocan en una cruda realidad.
Las cargas arancelarias propuestas por Sinoot-Hawley, que el Congreso aprobó con la mayor de las ilusiones in 1930, desencadenaron una guerra comercial en todo el mundo que duró demasiados años.
Las barreras proteccionistas de dos dígitos -como ese sobrecargo del 25%-. podrían provocar la recaída en la inflación de dos dígitos. Nuestros consumidores verían lesionados sus intereses y los fabricantes que empleasen bienes importados en su producción tendrían seguramente que prescindir de trabajadores y afrontar una fase de rendimiento deficiente.
Además, hay otra realidad a la que a veces no se presta bastante atención: si el proteccionismo reduce la importación, el dólar podría subir en vez de disminuir su precio. Una caída de las importaciones reduciría la disponibilidad de dólares en manos de extranjeros y la progresiva escasez de la divisa induciría a un aumento de su valor.
Liberalizar el comercio
El proteccionismo y la intervención de los mercados de divisas, por tanto, no son soluciones viables a nuestro problema de déficit comercial. Antes bien, necesitamos seguir practicando una política de transparencia, favorable al mercado libre y que mire al crecimiento. Y estamos cooperando con otras naciones en el esfuerzo por conseguir un crecimiento económico sólido.
A medida que el crecimiento de Estados Unidos reduce su aceleración y se instala en una tasa más moderada, otras economías convergen con la nuestra; asimismo, a medida que las economías de otros países se hagan más atractivas a la inversión extranjera, se irá creando una presión a la baja del dólar.
En la cumbre de Bonn celebrada meses atrás, las.naciones industrializadas fijaron sus metas: Estados Unidos se comprometió a reducir su déficit presupuestario y los europeos se comprometieron a tomar medidas para fomentar el empleo y un crecimiento no inflacionario.
Japón prometió abrir sus mercados a las importaciones y proseguir los procesos de liberalización de sus mercados de capitales y de internacionalización del yen. En efecto, la declaración hecha días atrás en este sentido por el primer ministro, Nakasone, constituye un paso en esa dirección.
Los países participantes en la cumbre coincidieron en que las naciones en desarrollo necesitaban insistir en sus esfuerzos de ajuste económico, y que todas las naciones tenían que oponerse al proteccionismo. Además, todos hemos de cuidar de poner en, práctica de una manera razonable y responsable nuestras leyes en materia de lucha contra las prácticas comerciales desleales.
Nuestra política en relación con el dólar
Al mismo tiempo, queremos mejorar el funcionamiento del sistema monetario internacional. Ése fue el objeto de la reunión celebrada en Tokio el mes de junio por los 10 países industriales. En ella se convino en que, si bien la estructura básica del sistema actual sigue siendo válida, es evidente la necesidad de mejorar su funcionamiento. La intervención del mercado de divisas puede tener su utilidad (aunque sólo limitada) a la hora de reforzar otros cambios de política de carácter más sustancial. Estamos convencidos de que solamente se puede alcanzar una estabilidad monetaria auténtica si las naciones cooperan entre sí para desarrollar una política económica, cabal en el plano interno y una política económica internacional compatible con la de las otras.
Se trata, sin duda, de un programa ambicioso, con un horizonte dilatado en el tiempo. Pero creemos firmemente que el planteamiento es acertado. Los ajustes expeditivos propuestos no harían mas que empeorar el problema.
De hecho, ya hemos empezado a ver algunos progresos. Están disminuyendo los diferenciales de crecimiento entre unas naciones y otras. Otros países están consiguiendo reducir sus tasas de inflación, mientras que han mejorado las perspectivas de crecimiento de los menos desarrollados, conforme van progresando en la aplicación de las necesarias políticas de ajuste.
Desde que el dólar alcanzó su máxima cotización el pasado invierno, ha registrado una pérdida considerable de aquel impulso. El dólar ha perdido más de una tercera parte del valor ganado frente a las monedas europeas y el yen desde 1980. Esta caída corrobora la idea que teníamos en el sentido de que, a medida que nuestro PNB descendiera a niveles más sostenibles y mejorasen las perspectivas económicas en el exterior, el descenso ordenado del dólar no tenía que s er un efecto que nos tomase desprevenidos.
De modo que, si difícilmente puede complacernos, sí nos satisface la trayectoria reciente del dólar. El desceriso ha sido moderado, no precipitado. Lo mismo que el ascenso precedente, la caída del dólar no vino provocada por una intervención en los mercados de divisas, sino por las fuerzas del mercado mismas.
No tenemos un designio particular a este respecto, ni tampoco creemos que nadie sepa cuál haya de ser el tipo de cambio correcto para el dólar. No espero que el dólar sufra una caída pronunciada, en contra de algunos temores que se han expresado; pero conforme nuestra política de fomento de la convergencia en el crecimiento económico de sus frutos, creo que podemos esperar que el dólar experimente nuevos descensos moderados.
Negociaciones comerciales
Estados Unidos, en fin, ha hecho un llamamiento para la celebración, de una nueva ronda de negociaciones comerciales. Éstas constituyen el foro apropiado para hacer frente al proteccionismo y proporcionan un marco mejor que la simple toma de medidas no coordinadas por cada uno de los países.
Las negociaciones comerciales multinacionales nos permiten contrapesar a poderosos grupos que se benefician de la protección con otros grupos que se beneficiarían con una reducción de las barreras comerciales y con la implantación de un conjunto más estable e integrador de normas en materia de comercio. Después de todo, si podemos deshacernos de las presiones, serán los consumidores en su conjunto los que salgan ganando con ello.
Estas negociaciones deben ser ambiciosas en su temario de discusión, dado que las trabas comerciales se complican y arraigan velozmente. Todas las barreras a los intercambios de bienes y servicios y a las corrientes directas de inversión deberán someterse a examen, se trate de aranceles o de cualquier otra forma de protección. Y es decisivo para el éxito de las negociaciones el que participen a la par las naciones industrializadas y las naciones en desarrollo.
Nuestra política comercial está basada en la convicción de que permitir a los individuos, a las empresas y a la nación misma comprar y vender libremente será la garantía de la mayor prosperidad para todos los norteamericanos. La libertad es el fundamento de nuestra economía, que es la de mayores proporciones del mundo. Nuestro empeño es el de salvaguardar esa libertad en estos años que nos preparan para el ingreso en el siglo XXI.
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