El 'gran amega' de Roma, en la tierra del vudú
Juan Pablo II prosiguió ayer su gira africana visitando tres países del continente negro en el mismo día. Por la mañana abandonó Togo para viajar a Abiyán, capital de Costa de Márfil, donde consagró la mayor catedral de África, cuya primera piedra puso él mismo en mayo de 1980. Estaban presentes el presidente, Felix Houphuet-Boigny, 6.000 fieles dentro del templo y 100.000 en el exterior. Luego prosiguió viaje a Yaundé, capital de Camerún, donde permanecerá cuatro días. En Togo, el gran amega de Roma (supremo sacerdote) tomó contacto con la tierra del vudú y el animismo.Durante 40 kilómetros se bordea entre plantas de cocoteros la costa atlántica para ir de Lomé, capital de Togo, al centro animista y fetichista de Togoville, donde el viernes por la noche Juan Pablo II, tras atravesar el gran lago Togo con una pequeña barca de motor, llegó a orillas del pequeño santuario de Nuestra Señora del Lago, centro de peregrinación mariana.
A cinco periodistas nos llevó por carretera un joven togolés católico, que a veces soltaba el volante, feliz como una novia, para gritar: "¡Vive le Pape!".
Al santuario llegan peregrinos de todo el país. Todos con sus mejores galas, con sus vestidos más brillantes. Incluso hay un señor con esmoquin.
Se venden limones, cacahuetes y helados. Se bebe de todo. Se suda a chorros. Los misioneros combonianos italianos y los hermanos de las escuelas cristianas están también de fiesta. El fraile español Jaime Marcos prepara una paella para 35 personas.
Nos cuentan que en esta tierra del animismo todo es muy distinto, que no hay lindes entre un cristiano y un fetichista, que todos son un poco de todo, que a todos les gusta todo, la Virgen y el vudú, que son amigos del cura católico y del sacerdote de la selva sagrada, que convertirse a un cristianismo auténtico y total sería como condenarse al martirio, porque "aquí", dice el camboniano Gaetano Montresor, "existen venenos muy poderosos". La poligamia coexiste con el bautismo. Dejan sólo de comulgar cuando se niegan a dejar a las otras mujeres para quedarse sólo con la primera.
"Lo más grave en este momento", dicen los misioneros, "es que está creciendo la plaga del aborto". Es aquí un pecado reservado al obispo, pero los sacerdotes del santuario mariano han recibido todos los permisos para perdonar los pecados reservados, comprendido el aborto. Las mujeres se acercan al sacerdote y le dicen: "Me he arrancado la vida", y el misionero entiende y absuelve.
A veces los sacerdotes están entre la espada y la pared: quieren ser magnánimos -"porque aquí es otro mundo", dicen-, pero también saben que están allí para algo. Al llegar al poblado se lee una pancarta con grandes letras rojas: "Quien no es hijo de la Iglesia no es hijo de Dios". "Hay que tener paciencia", dice el hermano Jaime Marcos, quien confiesa que no sabría vivir ya en Madrid. "Allí me toman por loco, porque paro a la gente por la calle y la saludo. Aquí no se puede vivir sin estar en continua comunicación". Y así es, porque saluda, abraza, besa, da palmadas en las espaldas, invita a su casa, salta a veces como una cabritilla...
Una pitón junto al templo
Donde hoy está el santuario de la Virgen del -Lago había un centro fetichista dedicado a la serpiente pitón, y el viernes, horas antes de llegar Juan Pablo II, los misioneros capturaron delante del templo un hermoso ejemplar de esta especie.Al Papa quisieron darle la bienvenida siete sacerdotes del culto nygble y una sacerdotisa. Fueron Aveto, sacerdote supremo residente de la selva sagrada; Ase, sacerdote purificador; Kpe, encargado del fuego sagrado; Vuno, vigilante de los tambores sagrados; Atoku, el mensajero; Mamakpo, sacerdotisa responsable de la diosa de las aguas; Bayi, responsable del rito de la liturgia purificadora, y Agomega, responsable de los palios del sol y de la lluvia, todos vestidos de blanco, color del poder.
La gente acude a ellos para todo, pero no hacen sacrificios humanos ni de animales. Por eso el Papa les recibió, y así y todo hubo cristianos del poblado que se escandalizaron.
Poder encontrarse en su salsa con uno de estos sacerdotes de la selva sagrada que exigen una obediencia incondicional a quienes le piden una gracia es toda una odisea. Hay que ir, al jefe del poblado, que en Togoville es todo un monumento. Por fin accede. Se podrá ir a visitar a uno de los siete que iba a recibir al Papa: Amega Bayi, con la sacerdotisa Mama Bayi, que no es nunca una de las esposas del sacerdote ni éste puede tener con ella relaciones sexuales.
Primero hay que desnudarse y descalzarse y dejar todo tipo de objeto. Hay que entrar a pecho desnudo, y el resto del cuerpo cubierto con una falda de colores que dan las mujeres de una de las chozas lindantes. Y se ríen entre dientes viéndo entrar al visitante tan blanquito, al lado de sus cuerpos de azabache. Amega Bayi y Mama Bayi están vestidos hasta el cuello con un traje de seda negra. Llevan un gorro rojo cónico, que acaba en una borlita. Se sientan en una estera y los huéspedes en otra. La sacerdotisa ríe. Están a su lado algunas novicias, con los pechos altos, desnudos, jóvenes.
-Es él quien viene a visitarnos.
-¿Qué le va a pedir al Papa?
-Nada.
-¿Y qué le va a decir?
-Que también nuestro dios es omnipotente.
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