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Dificultades económicas obligan a los gitanos a abandonar la búsqueda de la niña secuestrada

Los Ramírez Suárez han comenzado a abandonar la búsqueda de la pequeña Julia, de cuatro meses, que les fue arrebatada con engaño por una mujer y dos jóvenes el pasado 17 de julio. La cacería de los secuestradores que un centenar de gitanos realizó por Madrid en los días siguientes a la desaparición ha terminado por problemas económicos y con una conclusión demoledora: "Donde no entra la policía, menos el gitano". Los calés que habían viajado hasta Madrid desde otras ciudades empiezan a regresar, y la mayoría de los espontáneos investigadores vuelve a usar sus furgonetas para ganarse el pan con la recogida y venta del cartón y la chatarra.

"Ya no podemos hacer nada. Los gitanos han mirado por todos los sitios". Lo decía ayer un hombre grueso, moreno y barbudo, un "pariente" que hablaba más en portugués que en castellano. Así que los ánimos en el derruido chalé de la calle de la Condesa de Venadito ocupado por los Ramírez Suárez estaban más bajos que nunca en el día de Santiago.El hermano mayor de Julia, Alfredo, de 17 años, mostraba los síntomas de la situación. Estaba tendido en un catre, con el torso desnudo y chorreando sudor. "Es que llevamos días casi sin comer, de sólo beber, y el niño ha cogido una infección en la tripa", decía Andrés Ramírez, su padre. Andrés y su esposa Natalia Suárez, no han dejado el chalé desde que tres falsos publicitarios se llevaron a la última de sus nueve hijos con el pretexto de hacerle unas fotos. Están allí, "a esperar noticias", y no piensan dejar el lugar "hasta que nos echen".

Chatarra en la azotea

El chalé fue en tiempos sede de un servicio de información militar, y sobre sus tejados se ven complicadas antenas. Son kilos de buena chatarra que los gitanos que ahora ocupan el ruinoso inmueble se han sentido tentados de vender. Pero no lo hacen porque un día apareció por allí "un señor con muchas estrellas en la americana" y les dijo que todo aquello era propiedad estatal.La verdad es que a los Ramírez Suárez les vendrían bien los duros que podrían sacar con la venta de las antenas, porque el secuestro de Julia ha afectado seriamente a su economía. Andrés Ramírez lleva más de una semana sin salir a vender fruta o recoger cartón y chatarra; su hijo mayor está encamado, y los gastos de las pesquisas de los primeros días fueron sufragados con "cuatro perras" ahorradas.

De las preocupaciones materiales de la familia da muestra el que Natalia recordara ayer que en el momento del secuestro aún daba el pecho a Julia: "Si no me la devuelven pronto, me puedo secar, y es costoso para una familia pobre mantener a una niña con biberón".

A mediados de agosto, el clan pensaba trasladarse a tierras zaragozanas para la recogida de la patata, y luego la vendimia, y también para comprar ajos y luego revenderlos en Madrid. "Por esa parte cuanto más trabajas, más ganas", dice Andrés; y cuando su interlocutor responde que así son en general las cosas en este mundo, especifica: "Es que allí el trabajo es a destajo". Pero ese viaje, una decena larga de personas en una furgoneta, tampoco va a poder realizarse.

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Andrés está convencido de que la mujer que dirigió el secuestro, "muy lista, muy sabida", trabaja para una organización dedicada a proveer de niños "a señoras millonarias que no pueden tener hijos". Por eso piensa que la policía también está interesada en resolver el caso, "porque así pueden sacar muchas cosas". Y da un consejo: "Que pidan las fotos de los dueños de todos los Renault 9 blancos que hay en España y encontrarán a esa gente".

Cuando se le dice que debe de haber miles de vehículos semejantes, responde que "ellos (los policías) también son un millón". La policía, dicen sus portavoces, carece de pistas, pero no ha abandonado el extraño caso.

Gabriel, de cuatro años, paseaba ayer desnudo por el campamento de los Ramírez Suárez. Es rubio y lloraba. Su madre explicó que el niño está triste, que pregunta cada dos por tres por su hermana pequeña, "la Julia". Y entonces Andrés Ramírez mira al suelo y dice muy bajo, para sí: "Antes preferiría verla muerta que no verla nunca más. Así sabría dónde está".

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