La voz de Cuba
ENVIADO ESPECIAL Por extraño que parezca, no es frecuente la presencia de artistas cubanos entre nosotros. Sin embargo, Cuba cuenta con compositores e intérpretes de mérito cuyo mensaje ha de tener forzosamente para los españoles muy especiales resonancias.
El dúo de violín y piano formado por los hermanos Evelio y Cecilio Tieles constituye un testimonio de calidad y de inquietud; además, por su constante vinculación con España, posee una entrañable significación de puente cultural. En su programa para el festival de Granada, dos nombres de autores cubanos -Nilo Rodríguez y Harold Gramatges- alternaron con el soviétivo Denisov y el brasileiro Marlos Nobre. Entre unos y otros, la Sonata segunda, de Bela Bartok, se alzó como gran clásico del siglo XX.
El Boceto cubano, de Nilo Rodríguez (Jagüey Grande, 1921), recoge un cubanismo de espíritu que rehúye toda complacencia folclorística, aunque conserve cierto perfume de salón.
Bien distinto es el Diálogo, compuesto por Harold Gramatges (Santiago, 1919). Esta obra se basa en un juego de contraposiciones y de yuxtaposiciones: las del arte de ayer, claramente aludido con citas de César Franck, Beethoven o Brahms, con las expresiones de hoy, libres de estilo, con gran sencillez de lenguaje y tan modificadoras como deudoras del pasado.
Recital redondo
Como el soviético Edison Denisov (nacido en Tomsk en el año 1929) se acercó desde el primer momento a las vanguardias, no gozó demasiado de consideraciones oficialistas. Sin embargo, su obra musical, como la estrictamente didáctica, suponen una veta distinta y valiosa en el tronco mitad joven, mitad añoso, de la música de su país. En la Sonata opus 30, de 1963, la sensibilidad musical y el refinamiento acústico característicos de Denisov se instalan en esquemas formales muy firmes, lo que no impide que sean flexibles, tomados de la tradición, pero sentidos y practicados sin beatería.
El breve, conciso e impetuoso Desafio, del brasileño Marlos Nobre (nacido en Recife en el año 1939), nos habla conjuntamente de un sentimiento racial, de una potencia musical de índole casi biológica y un dominio virtuosista de la escritura instrumental.
Si en todas las obras el dúo Tieles lució buen criterio, excelente cohesión y temperamento de gran comunicatividad, la cima de su actuación fue la Segunda sonata, de Bartok. Página difícil donde las haya, testimonia la actitud estética del maestro húngaro al comienzo de los años veinte: superación universalista del nacionalismo sin renunciar a los correspondientes signos de identidad; la apertura máxima de la tonalidad más testimonial en este caso que funcional y en fin, consideración de la tímbrica y los valores instrumentales como elementos sustantivos de las estructuras.
Clara, equilibrada, bien sentida y ritmada, la versión de Cecilio y Evelio Tieles redondeó un recital pleno de interés que nos trajo la voz musical de la tierra más querida entre cuantas flotan en el océano: la isla de Cuba.
Babelia
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