Libertad invertebrada
La inercia y el inmovilismo gozan de buena salud en la sociedad española de la postransición, señala la autora de este trabajo, quien observa las innumerables resistencias al cambio con las que tropiezan muchos proyectos gubernamentales, desde la reforma de la Función Pública a la de la Seguridad Social, pasando por la del Poder Judicial. Tomando como ejemplo la movilidad existente en la sociedad norteamericana, termina señalando que es necesario perder el miedo a la libertad.
Se están produciendo en los últimos tiempos una serie de fenómenos que, por su grado de generalidad y por su agudeza y repetición, deben despertar en los responsables de la salud social inevitables temores y comprensibles dolores de cabeza.Cualquier cambio que se anuncie, cualquier reforma que se proyecte, cualquier normativa que pretenda modificar una situación ya existente, un estado adquirido, una práctica, un hábito, crea resistencia, contestación, tensiones, hasta tal punto que el mejor Gobierno que puede darse al país se diría es el Gobierno dormido, es decir, aquel que, a imagen de lo ocurrido durante tantos decenios, sólo actúe a instancias y presión de los acontecimientos, internos o externos, pero a posteriori.
Cualquier iniciativa para intentar mejorar una situación o para impedir una futura catástrofe previsiblemente fácil de paliar con medidas preventivas, produce esquizofrenia entre cuerpos, centrales sindicales -que ante su incapacidad de adecuación a las nuevas necesidades laborales se han convertido en una forma como otra cualquiera de corporativismo-, clases sociales y estamentos de cualquier índole.
Si bien es cierto que la transición española de la dictadura a la democracia es objeto de admiración dentro y fuera de nuestras fronteras, y sin duda una prueba irrefutable del alto valor cívico y de la madurez, generosidad y espíritu pacífico y conciliador del pueblo español, sin duda es también innegable que la postransición está siendo abierta y tercamente asaltada por grupos y grupos de pequeños y grandes intereses, que van desde los periodistas a los jueces, de los comerciantes a los funcionarios, de los controladores aéreos a los médicos, y que ante cualquier posibilidad de cambio, a fin de que nada se mueva si ese movimiento afecta a la situación conseguida, desarrollan las mayores protestas, huelgas, ataques e histerias.
Pero lo más grave del asunto no es la inmovilidad defendida para salvaguardar una posición de ventaja o privilegio, o simplemente de estar. Lo que verdaderamente da un carácter enfermo al tejido social que así actúa es que la inmovilidad se justifica en sí misma, sin tener en cuenta, a veces porque las resistencias se inician antes de conocer las medidas a las que se oponen, si ese cambio va incluso a mejorar la situación del que protagoniza los movimientos de protesta.
Esta reacción es aplicable prácticamente a todos los intentos del Gobierno por mejorar o agilizar la vida nacional y pasa por la ley de Reforma de la Función Pública, la de Reforma de la Seguridad Social, de la de Jubilaciones Anticipadas, de Pensiones, etcétera.
Este apego al estado en el que cada uno se mueve es tanto o más perjudicial para la salud nacional que para el colectivo cuyas resistencias se despiertan. La razón principal de la dinámica norteamericana, la creación de 15 millones de puestos de trabajo en el mismo período en que la Comunidad Europea perdía 18 millones o España alcanzaba la escalofriante cifra, correcciones de la picaresca aparte, de tres millones, se debe, sin lugar a duda, al desarraigo de la gran mayoría del pueblo norteamericano, tanto de su trabajo como de su lugar de residencia. Mientras que en Estados Unidos aproximadamente un tercio de la población cambia anualmente de empleo por razones tan trascendentes como de mudar de ciudad para disfrutar de un mejor clima en los días de ocio, aunque se pierda dinero en el cambio, en Europa ese porcentaje se halla alrededor de la mitad, y en España, de la cuarta parte, es decir, en el 9%.
Sin duda, es ésta una de las facetas más negativas, en la actual situación económica española, para poder superar ágilmente y sin grandes traumas el proceso de ajuste que el país necesita, y no sólo por la situación de inmovilidad y escaso dinamismo de las épocas precedentes, que habían envejecido tanto el entramado industrial como los hábitos empresariales, sino también, e inexcusablemente, por el período de transición en el que se encuentra la economía mundial, y que exige rapidez y riesgo en las medidas de adaptación al proceso de cambio y, cómo no, en las mentes de los protagonistas sociales y políticos.
Mayor flexibilidad
Mientras no se flexibilice la vida española en todas sus manifestaciones, mientras se siga exigiendo reglamentación y protección al Estado, mientras todos los estamentos representativos de unos determinados intereses no asuman su parcela de riesgo: en definitiva, mientras no se pierda el miedo a la libertad, España corre el riesgo de perder el tren de la modernidad y el de alcanzar en el concierto de las naciones el lugar que no sólo le corresponde sino que, quizá nunca como hasta ahora, nos están ofreciendo y reclamando.
Y para lograr este intento debiera hacerse un llamamiento a los medios de comunicación. Éstos, a través de la concepción dinámica que el ejercicio de su profesión reclama, parecen estar en condiciones inmejorables para transmitir las ideas y las noticias de manera que las gentes vayan aceptando su propio protagonismo, asumiendo unas mínimas cotas de riesgo y, en resumidas cuentas, apostando fuerte por un futuro más dinámico y más europeo.
Mientras el catastrofismo en el tratamiento de ciertos temas económicos, como el realmente catastrófico del paro, quiebras, seguridad ciudadana, evolución de determinados índices económicos, etcétera, no venga compensado con igual tratamiento positivo de otros indicadores o acontecimientos que están mejorando y variando la faz anquilosada de nuestro país; mientras no se establezcan en aquellos temas que lo requieran comparaciones internacionales para evitar el mantener la imagen de "España es diferente"; mientras no desarrollemos, como escudo protector ante el chovinismo exterior, cierto grado de orgullo nacional por los logros que se están consiguiendo, por el esfuerzo que buena parte de los españoles estamos haciendo por mejorar la situación interna por tantas razones conflictiva -terrorismo, viejos hábitos no desarraigados, crisis económica-, difícilmente podremos arrojar lejos de nosotros estos miedos a una actuación más libre en todos los planos de la vida nacional. Y, repito, en este cambio cualitativo los responsables de la comunicación tienen el papel más decisivo y también una de las mayores cuotas de responsabilidad en el agravamiento del clima de temor que actualmente se detecta.
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