La 'teología verde'
En estos últimos tiempos se ha vuelto a poner de moda la teología, pero esta vez adjetivada: teología del trabajo, teología política, teología de la liberación. Esto ciertamente supone un avance: la teología ha dejado de ser el oráculo arcano pronunciado desde lo hondo del vientre sagrado de una divinidad inaccesible. La adjetivación ha acercado la teología a los problemas humanos y la ha convertido en oferta útil para la inmensa problemática que angustia a la humanidad contemporánea.Todavía están las espadas en alto con motivo de la teología de la liberación cuando aquí, en España, un importante colectivo de teólogos, que suelen expresarse a través de la magnífica revista Iglesia Viva, salen a la palestra para exponer lo que bien pudiéramos llamar teología verde.
Es curioso observar que fue la lectura del Génesis la que influyó en la cultura judeocristiana para comprometerse con el progreso. El mandato de Dios: "Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los vivientes que reptan sobre la Tierra" (Gn 1,28) hizo que nuestra cultura occidental se distinguiera de otras culturas por el afán de manipular la creación y de llegar a límites progresivos cada vez mayores. Lo que pasó fue que en un momento dado las mismas iglesias se recluyeron sobre si mismas y dejaron que el siglo llevara adelante este proceso de dominio sobre la Tierra. Por eso sobrevino la secularización. A partir de entonces se establece una antítesis entre fe y progreso, cuando en realidad no fue así desde el principio.
Efectivamente, la Biblia ha de ser leída toda ella. Y el mismo Génesis añade en 2,15: "El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el parque del Edén para que lo guardara y lo cultivara". O sea -nos dicen nuestros teólogos verdes-, el hombre está hecho para responder a Dios y para responder del mundo ante Dios. Esta concepción, novedosa respecto a la de las religiones de la naturaleza y a los panteísmos de todas las épocas, ha dado, sin duda, alas a la creatividad del hombre, ha desbloqueado de prejuicios míticos el análisis de la naturaleza, su desarrollo, su utilización..., pero ¿alienta también a la explotación irrefrenada e irresponsable? No, porque ese encumbramiento del hombre sobre la naturaleza y su consiguiente dominio sobre ella se asientan en un dato anterior y más fundamental: su con-creaturidad con ella. También el hombre es creatura. Es naturaleza encumbrada, no Dios. Y ese mismo encumbramiento no lo provoca prometeicamente el hombre, sino que lo causa benévolamente la interpelación divina. Es Dios quien levanta hacia sí el mundo, y al llegar éste al umbral del diálogo resulta hombre (tierra alentada y hablada).
Y no se trata aquí de una actividad arrogante de la teología que intenta sacar cabeza cuando ya parecía que estaba arrumbada. De ninguna manera. Un sociólogo como L. White se ha dejado decir que "las mejores cabezas en los dominios de la teología, la filosofía, la economía y las ciencias naturales deberían colaborar con los especialistas de la dinámica de sistemas para organizar el pensamiento y predecir las consecuencias" de las opciones a tomar ante la crisis; "ya que las raíces de nuestras dificultades son profundamente religiosas (el cristianismo ha llegado a declarar explícitamente que es voluntad de Dios que el hombre explote la naturaleza en provecho propio), el remedio tendrá que ser esencialmente religioso". Nos encontramos, pues, con un llamamiento alarmista a los teólogos, lo cual confirma la gravedad de la situación. White sugiere que se proclame patrono de la ecología a Francisco de Asís, que trató de derrocar la monarquía absoluta del hombre sobre la naturaleza para "implantar una democracia de todas las criaturas de Dios".
Ante las tres hipótesis posibles y reales -antropocentrismo prometeico, cosmocentrismo panvitalista y humanismo creacionista-, nuestros teólgos verdes optan claramente por la última, pero advierten que nadie está obligado a creer en Dios, pero, al mismo tiempo, a nadie se le deben ocultar las consecuencias de no admitir la hipótesis Dios.
Si los cristianos nos dedicáramos a la investigación de estas grandes cuestiones vitales y dejáramos de incordiar con nuestros escrúpulos sobre otros pecados, más o menos veniales, de la sociedad, otro gallo nos cantaría.
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