La 'Quinta' de Mahler, como nunca se escuchó en Madrid
El segundo programa de la Filarmónica de Nueva York, presidido por la reina Sofía, el príncipe Felipe y las infantas, centraba su interés en la interpretación de la Quinta sinfonía de Mahler. Antes, como única muestra de la musica norteamericana de hoy, Zubin Mehta dirigió Prisma, de Jacob Druckman. Se trata de un brillantísimo ejercicio orquestal en tres tiempos, cada uno de los cuales metamorfosea temas de Charpentier, Cavalli y Cherubini, pertenecientes a óperas sobre Medea. Nacido en 1928, Druckman sería tachado en el ambiente europeo de ecléctico, lo que resulta bastante inoperante si pensamos en los medios norteamericanos que han hecho, en música como en otras artes, del eclecticismo virtud. El asunto entonces no es otro sino la calidad de escritura, la imaginación sonora, la organización general y de detalle que definen cada partitura. Prisma, estrenada hace cinco años, nos habla de un dominio técnico por parte de Druckman tan seguro como la misma estructura: sencilla desde un punto de vista formal, no lo es tanto en la disposición instrumental, el género de los desarrollos o la atractiva creación de imágenes sonoras siempre cambiantes, que sirven al autor como miniformas coloristas y elementos constructivos. Página poliédrica donde las haya, precisa de una orquesta sumamente virtuosista. Como la de Nueva York agota las posibilidades en ese terreno y Mehta es músico imaginativo tanto como conductor preciso y arrebatador, el éxito de la pieza americana fue grande.
Orquesta Filarmónica de Nueva York
Director: Zubin Mehta. Obras de Druckman y Maliler.Teatro Real. Madrid, 22 de junio.
Fascinante versión
Todas y cada una de las sinfonías mahlerianas suponen un entero mundo a descubrir por el intérprete y el oyente; una estancia inmensa en la que habitar, que tiene algo de catedral, mucho de bosque y más de dolorida intimidad. La Quinta, universalizada por Visconti al elegir el adagietto como tema para su Muerte en Venecia, es partitura decisiva, crítica, en la evolución del compositor. Con el lied en la sustancia, el mundo popular de Der Knaben Wunderhorn, la transfiguración de actitudes, sentimientos, reminiscencias musicales y evocaciones poéticas, se realiza de manera inédita en la Sinfonía en do sostenido menor una larga teoría de percepciones e instrospecciones nacida al costado de los Kindertofenlieder, pero no menos un capítulo largo y hondo de existencia enferma que contrasta con la impertinente vitalidad de Strauss.Zubin Mehta y los filarmónicos hicieron prodigios en una Quinta de Mahler como nunca se escuchó en Madrid. Bastaría aludir al trompa Myers, a los trombones o a una tuba convertida en solista aéreo y sin peso. El grupo de trompas liga y canta como la cuerda, y las precisiones logran primores de lo más sencillo. Todas las familias de la orquesta frasean, articulan, se interrelacionan y explican cuanto tocan. ¡Con qué claridad nos llevó Mehta por los más intrincados pasajes mahlerianos para que entendiéramos hasta la última nota escrita por el compositor! Incluso el aire enfermo y pesimista adquiría en la fascinante versión de la Filarmónica nuevos tonos, nueva intimidad, insólitas perspectivas.
Cuando la obra -después de una hora y diez minutos de tensión- tocó a su brillantísimo fin, las aclamaciones eran de estadio en el momento del gol decisivo. Incontables salidas precedieron a la propina de La fuerza del destino. Y a otra propina imprevista: el nuevo concierto de la orquesta, que esta tarde interpreta en el Real Carnaval romano y Sinfonía fantástica, de Berlloz, y Dafnis y Cloe, de Ravel.
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