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La Copa

Muchas veces lo pienso: Manolo, cuanto te mueras no sabrás cómo ha acabado la Liga, ni si el Barça sigue siendo más que un club, ni. si... En fin, no quiero ni pensarlo., Y es que, desde la infancia, parte importante de mí calendario ha sido prefijada por las competiciones futbolísticas nacionales y el papel que en ellas hacía mi equipo favorito. Ya sé que lo peor que le puede ocurrir a un intelectual es que se sepa de qué parte del cerebro cojea, así en el fútbol como en la política. Qué le vamos a hacer. Mi suerte está echada hace ya demasiado tiempo.últimamente, mi desorientación vital se acentúa en cuanto acaba la Liga. Me quedo como un pelotari sin manos que ve venir las pelotas y no sabe ni de dónde vienen ni a dónde van. La llamada Copa de la Liga ha conseguido crear un lío futbolístico nacional de tal ralea que la Copa del Rey se ha convertido en un torneo preveraniego entre equipos superadores de su propio cansancio o hastío. Con Franco era otra cosa. De haberse llamado Copa del Generalísimo, no se habrían atrevido a convertirla en esta guadianesca competición que es hoy, difícil de memorizar, incapaz de generar el más mínimo espíritu épico ni lírico.

Me temo que asistamos a una sutil conspiración antimonárquica y, por tanto, antidemocrática. Devaluar la Copa del Rey es como devaluar la Monarquía, porque en el momento en que Su Majestad entregue su copa, se tratará de un trofeo tardío, poco esperado, algo así como un premio de consolación a la virtud de la constancia más que al arte del balompié. Se decía que la Copa, fuera del ancien régime o de éste, era el torneo del KO. Un torneo goleador, de juego abierto, una especie de ruleta rusa deportiva en la que los equipos se lo jugaban todo cada 15 días a dos disparos, el uno con bala. Pero ahora es una competición a plazos que los clubes pagan de mala gana, en precaria y apagada forma los jugadores y poco reverente el público. ¿Quién ha urdido esta chapuza? ¿Se tratará de la tan traída y llevada trama civil del golpe? Las masas empiezan perdiendo la fe en la Copa del Rey y acaban perdiéndola en la Constitución.

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