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Compromiso con el vacío

A raíz de la reciente discusión -bastante agria al parecer; yo no tuve ocasión de presenciarla- entre escritores alemanes y españoles acerca del trillado tema del compromiso del intelectual, algún periódico ha requerido mi opinión con destino a una encuesta. Ignoro si lo que en respuesta a ella dije, ha sido recogido con fidelidad o no, pero en cualquier caso, y aun en el de que hubiese sido transcrita literalmente, una respuesta improvisada y sumaria nunca sería del todo fiel al pensamiento, pues por necesidad prescinde de las convenientes y tal vez indispensables matizaciones. Creo por eso oportuno exponer ahora con una extensión algo mayor mi reacción frente a la polémica, tal cual me ha sido dado conocerla a través de informaciones de prensa.La cuestión que se me planteaba era la de si pienso yo que en efecto la preocupación que los escritores alemanes mostraban por el compromiso es ya una cuestión anacrónica, según sus contradictores españoles sostuvieron. Respondí afirmativamente a esta pregunta. Y para fundar mi postura alegué no sólo las razones de principio que, según parece, expuso uno de los participantes y que yo mismo he repetido muchas veces acerca de la autonomía fundamental de la creación literaria respecto de los con dicionamientos a que, sin embargo, quizá no pueda sustraerse en la práctica, sino también el hecho histórico -de historia contemporánea- de que los últimos desarrollos sociales promovidos por el fabuloso avance de la tecnología han eliminado del mundo actual los supuestos de realidad y la correspondiente ideología en que, todavía durante la inmediata posguerra, pudo apoyarse la pretensión de que los intelectuales tomaran partido y asumieran un compromiso en el terreno de las relaciones de poder que organizan la convivencia humana. Los cambios sociales impuestos en el presente o prescritos para el futuro por la fase postrera de la revolución industrial son tan profundos y de índole tan radical que los instrumentos mentales con que solía interpretarse la realidad político-social han quedado inservibles, creándose así una situación de paralizado desconcierto; el estado de marasmo mental en el que estamos sumidos hoy. Y dadas estas circunstancias, sólo cabe que exclamemos: ¡felices aquellos que de buena fe son capaces de continuar aferrados todavía a los viejos planteamientos ya inoperantes, pues eso les procura al menos una cierta confortación espiritual!

Sin embargo, y ya que ellos siguen sosteniendo la necesidad del compromiso, habría que preguntarles a riesgo de inquietarlos cuál es en concreto el compromiso que postulan; es decir: ¿comprometerse con qué? ¿A qué causas debería aportar ahora su defensa el intelectual comprometido? Pues es lo cierto que no ya los intelectuales sino también los políticos militantes han percibido la inadecuación de las viejas posiciones ideológicas y, conscientes de que no son aplicables ya a la realidad social en que es

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tamos viviendo, renuncian más o menos explícitamente a ellas. A falta de una visión e interpretación coherente de esta realidad, las nuevas causas o banderas que vemos surgir cada día a nuestro alrededor -pintorescas y extravagantes muchas veces, delirantes con frecuencia y negativas siempre, aunque no carezcan en algún caso de cierto punto de razón- presentan en su conjunto el carácter de la más penosa futilidad. Expresan actitudes de tipo reactivo, que podrán ser muy respetables pero que no ofrecen perspectivas serias de constructiva eficacia. Cualquier intelectual auténtico lo piensa dos veces antes de adherirse a alguno de esos improvisados movimientos.

Sin incurrir en semejante atolondramiento, queda todavía una manera sutil, pero no menos inocua, de asumir el compromiso, y es la del intelectual que entiende por misión suya la de proclamar el rechazo sistemático de la ingrata realidad sini proponer programa alguno de transformación revolucionaria (pues ¿dónde hallar ese programa? ¡Dios lo diera!) aunque criticando con soberbio, desdeñoso y gratuito apartamiento todo cuanto la exyeriencia del mundo real ofrece a sus ójos.

No encuentro yo que ése sea el tipo de crítica que le corresponde ejercer a un intelectual genuino, a quien mejor conviene una disposición abierta para ajustar sus principios a. la contingencia histórica. El repudio cerrado y universal de la realidad concreta, efectiva y práctica, con invocación de los ideales o postulación de utópicas abstracciones resulta ser en definitiva, paradójicamente, una manera disimulada de escapismo; equivale a evadise del terreno de lapraxis, para la cual no se halla asidero que valga, y buscar refugio en una torre de marfil, esta vez no esteticista pero sí filosofante.

Volviendo ahora a la cuestión del compromiso del escritor. considerada en principio, creo yo que en manera algunapodría tacharse de esteticista la tesis sostenida por los participantes españoles en el coloquio de marras, según la cual la obra de creación literaria no debe ser intencionalmente concebida como un instrumento para la praxis, pues si con tal intención se escribe, será a expensas de perjudicar su calidad artística y, lo que resulta irónico, en detrimento de su eficacia misma para lapraxis a la que pretende servir.

Pero sobre esto, aunque se ha discurrido mucho, habría todavía no poco que decir.

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