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La carne

Manuel Vicent

En los mataderos de algunos países industrializados ya se ha instalado el hilo musical y los grandes vocalistas del momento cantan allí dulces nanas con voz de terciopelo para relajar a los animales que están en capilla. La música no sólo amansa a las fieras. También hace más digestiva su carne. Cuando un conejo, un ciervo o una perdiz son abatidos al final de la ciega huida con un escopetazo y el cazador recoge los respectivos cadáveres descubre que los músculos de estas criaturas se hallan petrificados por el ácido, inundados de adrenalina que ha segregado el terror o el esfuerzo por una salvación desesperada. Antes de servirlos en el plato previamente los cocineros deben orear, macerar y adobar estos despojos durante varios días hasta que alcancen cierto grado de putrefacción comestible.La violencia no engendra buenos solomilos. Nada hay como un bolero para ayudar a bien morir, y eso lo saben los modernos matarifes. Hoy se puede asistir en los tecnificados mataderos de Chicago o de París al mejor espectáculo musical: largas piaras de cerdos, rebaños de corderos, manadas de bueyes invaden los pabellones, ocupan sus puestos al pie de la puntilla mientras en los altavoces suena una me lodía de Julio Iglesias o la suave canción de Stevie Wonder. Bajo esa música de almíbar, antes de He gar al patíbulo las bestias sueñan con prados húmedos, ponen los ojos en blanco recordando verdes sotos, ablandan románticamente las vísceras, aflojan la cerviz y de pronto la cuchilla automática pene tra en su nuca junto con la melodía del cantante de moda. A continua ción otras máquinas comienzan el trabajo. En el recinto se produce el descuartizamiento general. Las culatas de ternera, las cabezas cercenadas, las costillas trinchadas, los menudillos clasificados según su rango discurren por cintas y poleas, por tuberías y ascensores. Durante el trayecto un tierno balido de Julio Iglesias cantando al amor les acompaña hasta que los animales salen por la puerta trasera convertidos en filetes, morcillas, chuletas y longanizas. ¿Por qué se come tan buena carne en los países desarrollados? Tal vez porque las bestias han muerto soñando y su carne está llena de música.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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