_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La elección de Susanna

El libro produce una extraña atracción que obliga a no cerrar sus páginas hasta el final para seguir la trama de la aventura -casi una novela política- de la mujer alcaldesa del Argentario. Escrito con unidad de tiempo, de lugar y de acción (el gran canon literario) perfectamente simétricos, que encierran el mundo de Porto Santo Stefano en un nítido cuadrante que marca una decena de años (1974-1984) y varias estaciones de la vida de Susanna alcaldesa, hasta el adiós. Adiós, adiós, mi último amor es la última frase y también el título del libro. ¡Porto Santo Stefano, metáfora de Italia! Es un modo de leerlo que casi siempre me ha atraído y fascinado: una mujer valiente en el Far West de la política es el centro del libro. Su sinceridad, su verdad chocan contra los clanes que conocemos, desde los abusos de la construcción a los negocios, al electoralismo. La presa es un lugar fantástico, todavía no deteriorado por la especulación inmobiliaria, por los buitres del cemento. Susanna Agnelli no parece sólo italiana (archiitaliana, como diría Malaparte), sino que parece una mujer norteamericana de las películas del Oeste, por la fuerza de su decisión y la rapidez de la acción. Quizá porque ha vivido a caballo entre dos continentes americanos: en las soledades de la pampa al sur de Buenos Aires y en Nueva York, donde su casa brillaba con mil luces, abierta a las más exclusivas amistades, a las más cultas. Y desde aquí, Suny, como la llamaban sus amigos, cae en el microcosmos de Porto Santo Stefano. El amor por un lugar puede ser, para ella, algo tan exclusivo como el amor por un hombre. Un amor abrasador. Una filosofía de la civilización inscrita con frecuencia en el arte. Al igual que en las antiguas pinturas chinas, en las que el hombre, metafísicamente, se halla colocado como un puntito en el universo, entre la inmensidad de los árboles, la feliz locura de las flores, la naturaleza llameante de vida secular. El Argentario debió de ser esto para Susanna, como ya notó Gianni Agnelli -sí, él, el amo de la Fiat-, pues le envió de regalo una pintura por el cumpleaños de ella. "Gianni me manda un precioso cuadro; es una isla en un lago; al fondo están las montañas con una onda de nieve. Es un paisaje lleno de pazPero no hay paz en el Argentarío. Un incendio intencionado destruye los dos tercios del bosque, las construcciones abusivas se multiplican (hay una incluso que pertenece a Luciana Castellina, del PDUP); surgen obras secretas por la noche, los vigilantes corren a denunciarlas, pero los guardias forestales están desanimados. En Italia, prácticamente en todas sus regiones, la guerra ya se ha perdido. Tras el libro desfilan las imágenes de los paisajes violados por el desastre de las urbanizaciones. El verano pasado yo vagaba entre Capri, Sorrento, Positano y Arnalfi, por las aguas otrora violetas y ahora agrisadas por los fangos y vertidos, lugares ya irreconocibles. Enormes cajones con piscinas gigantes se erguían sobre los fragmentos de los soberbios escollos de Capri. Sólo la villa de Malaparte, casi derrumbada, resistía como un ave rapaz sobre la roca. Desde lejos se veía Positano y lo que quedaba del pasado, dos o tres formas conocidas, la Buca di Bacco, la cúpula moruna de mayólica, la cúspide de casas rosadas. Pero penetrando en el interior de la población, la antigua gracia se había disuelto entre los monstruos de mil chalés. Lo mismo Ischia, plagada por todas partes de joyerías, pizzerías, fast-food, chalecitos, chalezuelos -con los letreros, en las calles, escritos en alemán.

Lo que me gusta es la estructura del libro. Incrustaciones de 20 líneas de texto cuya escritura es seca, rápida y ligera a la vez. Estas incrustaciones tienen función de nexo y ruptura de la narración. Resplandecen en la página blanca, como aforismos irónicos o dramáticos, para subrayar un acontecimiento esencial, político o privado, gozoso o intolerable. Y a mayor importancia, mayor es la discreción con la que lo trata. El casamiento de la hija, el "infarto de Gianni" con la carrera hasta las Molinette, y el grito "está vivo, está vivo, está vivo"; la muerte de una hija de Samaritana, y luego un divorcio y un nuevo casamiento, y uno salvado de la muerte. "No compadecerse, no explicarse", la norma inglesa cruza por los acontecimientos, incluso por los más ásperos. Estilo de vida. Buenas costumbres políticas, en la testaruda búsqueda de la verdad, de la sinceridad de las relaciones. En el libro, con mano firme, la mujer reconstruye su integridad entre público y privado. En un país como Italia, en el que lo público se expone sin rebozo y llena de escándalos los diarios, pero donde lo privado no se menciona, y se hace cotilleo salaz o pornografía. El amor casi stendhaliano por Cesare Garboli se describe, limitado a unas pocas frases cristalinas, como el declinar de la pasión. "Comprendí que me había enamorado de él un día en que, al llegar en coche, le vi caminar con aire aturdido, un loden demasiado largo, la mirada perdida en la nada. Se enamoró también él, comunista furibundo, tímido, agresivo, seguro de sí mismo e inseguro de todo". Luego, el fin: "Cuando Cesare me dice que está con otra mujer me quedo muda, paralizada, aniquilada. Tomo el avión y voy junto a Cristiano, que ahora está en Milán, en la Bocconi". Cristiano, que tiene un humour más feroz que el de su madre, la consuela con una salida sarcástica: "¿Por qué continúas hablando de Cesare como si fuese un hombre normal...? Sabes que es un esquizofrénico". Los ojos miran al lado, en la página 35, y entrevén una única línea de comentario al fracaso amoroso, en la página blanca: "Pero, en cambio, se sobrevive". ¿Qué mujer no ha pronunciado esta frase, al menos una vez?

Con bastante frecuencia el libro cambia de escena muy deprisa, y vuelve a iniciar la carrera ansiosa de la acción, la rapidez de los diálogos, los comentarios de la alcaldesa sobre la política italiana, entre un gentío de personajes variados, donde, junto a Borghini, a Casalini y a Angella, del ayuntamiento, y entre los fieles, Teresa y Calimero, el asesor

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pasa a la página 10

La elección de Susanna

Viene de la página 9

Guido Carli, a quien Susanna quiso transmitir el amor por el Argentario.

Pero por poco tiempo. "Entre yo y Guido", escribe con sinceridad Susanna, "la ternura se ha terminado. Aunque no lo admita nunca, nunca me perdonará el haberlo arrastrado a esta aventura".

Y he aquí los políticos locales, el comunista, el democristiano, el socialista, los republicanos: suben y bajan del escenario, que es en lo que se ha convertido el salón del consejo del ayuntarniento, descritos con rápidos trazos, y parecen representar a una clase dirigente, molesta e irritada por el testarudo intento de la alcaldesa de llegar no a "alianzas copernicanas", sino a un pacto de honradez para salvar al Argentario del gran destrozo. Al final, la elección de Susanna se convierte en un desafío para los demás: la moral intransigente que anima a la alcaldesa es intolerable. En los muros de las casas, con tinta roja, aparece escrito: "Agnelli, vete, la que abusa eres tú". "Todos están contra ella", advierte el prefecto. Susanna no cede. Con esta misma energía de la acción me la había encontrado en Estrasburgo, cuando ambas éramos diputadas, en grupos opuestos. Trabajo escrupuloso, intervenciones secas, asidua presencia en los debates. Habíamos viajado juntas a Camboya, entonces en medio de la ocupación vietnamita, de la carestía y de montañas de cadáveres putrefactos tras las matanzas polpotianas. Me gustaba no oírla lamentarse, valiente y útil. Aunque faltaba el agua y nos daban saltamontes fritos como comida, ella todavía exclamaba: "Estupendo. Extraordinario viaje". Y de esta manera daba ánimos también a algún funcionario europeo que se hallaba al borde del colapso.

Pude comprobar también personalmente que era una mujer leal y generosa cuando salió mi libro Duemila anni di felicità, en un momento en que el ostracismo de la Prensa italiana (con las excepciones de Il Giomale y La Stampa) se lanzaba contra el libro. El libro acabó siendo presentado en el Instituto de Cultura de la Embajada francesa. Susanna estaba allí, único ejemplar del mundo político italiano, con, el embajador Martinet, con Paul Tabet y con el preocupado y brillante crítico de La Repubblica, Filippini. Parecíamos un grupo de exiliados. Susanna fue explícita. Se sublevó contra la censura, definió el libro como "el más coherente documento de verdad sobre el compromiso de una mujer". Nació la amistad. Algunas veces, más adelante, fui a visitar la a Porto Santo Stefano. La veía, antes de la puesta de sol, cuando montaba en su coche y daba comienzo a una especie de ronda por las montañas, para controlar que no hubiese incendios, ni indicios sospechosos de construcciones abusivas o de obras clandestinas escondidas entre las verdes quebradas.

Visité la nueva escuela, de la que se habla largamente en el libro -una especie de leitmotiv en su relación con las mujeres del Argentario-, y también visité la biblioteca, creada, en cambio, con los derechos de autor de Suny, con 1.000 libros, 10.000 de Mondadori. También sabía yo todo lo referente a la depuradora. La escuela parecía suiza, por sus aulas, la enfermería, la cocina, las salas de juegos. Todo claro, lleno de sol. La vieja escuela, dentro de la población, era un gallinero, con un patio que se abría sobre callejas oscuras. Pero las madres rechazaban obstinadamente la nueva proque "en ella", se quejaban "no podemos verjugar a nuestros hijos desde las ventanas". Ante la huelga de las madres, aquella noche la alcaldesa del Argentario no durmió. Por la mañana me leyó una carta, escrita y vuelta a escribir cien veces, en la que hacía un llamamiento a las madres respecto a la escuela, como metáfora para el futuro de los hijos. "¡Queridas madres!". Un niño le contestó. Y a él está dedicado el libro.,

Suny, inquieta, rebelde, con su ironía impetuosa, destaca como un magnífico personaje de mujer política y de escritora. El libro no habría tenido semblante de narración sin el desarrollo dramático del final: el fracaso de la mujer alcaldesa, ese pulgar dirigido hacia el consejo del ayuntamiento que da fin a su ejercicio.

"No soy yo la que os abandono", dice la alcaldesa a las madres, que ahora han aprendido ya a quererla, "son los demás los que me echan".

Susanna Agnelli, ex alcaldesa del Argentario, plantea realmente, con su hermoso libro, la cuestión moral.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_