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La verdad, ante todo

La historia está plagada de equivocaciones de los que mandaron en la Iglesia católica, señala el autor de estas líneas al tratar un tema tan debatido como el de la ley que despenaliza determinados supuestos de aborto. A este respecto, señala que la doctrina está dividida en la Iglesia, que no hay declaración infalible sobre la cuestión y que, si hay que escuchar y atender a los obispos, el católico puede también pensar y decidir de acuerdo con su recta conciencia.

Pocas veces hablan nuestros obispos de cosas que no están relacionadas con problemas materiales de la Iglesia. Y, cuando a ellos aluden, prefieren seguir el carro de la defensa de aquellos privilegios que tuvieron durante la dictadura. Véase lo dicho a propósito de las ayudas económicas a colegios religiosos, o su deseo de que se implante el impopular impuesto religioso. La única excepción han sido los obispos de Cataluña, que han mantenido posiciones mucho más matizadas en las cuestiones de enseñanza.Pero intervienen a veces los obispos de España negando a los católicos la posibilidad de usar aquellas leyes humanas que quieren poner nuestro país a la altura de la cultura del tiempo. Véase, si no, lo que ocurrió con la ley de divorcio, y ahora con la del aborto. Es ocultado por ellos el hecho de que un creciente número de teólogos y canonistas piensa en la posibilidad del divorcio en casos extremos para los católicos, como ha ocurrido siempre en el Oriente cristiano, y durante muchos siglos se aceptó en el Occidente católico, sin que haya ninguna clara decisión infalible que lo prohíba definitivamente, como han demostrado los actuales investigadores del Concilio de Trento, porque se creyó equivocadamente que se había cerrado esa puerta.

Ahora le toca el turno a algo más delicado sin duda: la despenalización del aborto, en los tres supuestos aceptados por el Tribunal Constitucional, como perfectamente coherentes con nuestra Carta Magna, votada esta última favorablemente por la casi totalidad de los españoles. Algunos timoratos se asustarán sin duda ante el no rotundo y sin matices dado por nuestro episcopado a este proyecto de ley.Oculta nuestra jerarquía lo que han dicho muchos y famosos teólogos y moralistas tradicionales, y otros muchos contemporáneos, que sustancialmente están de acuerdo con la decisión y considerandos de tan alto Tribunal. Y recordemos que cuando no hay unanimidad en la Iglesia, algo da que pensar a todo el que quiere usar su cabeza.

'Obediencia ciega'

Un católico no debe gobernarse por la obediencia ciega, que tantos males ha traído a la Iglesia. No hay ni puede haber verdadera obediencia de entendimiento, según aclaró Santo Tomás hace siete siglos, porque nuestra razón no puede poner delante de ella un espeso velo que le oculte la verdad que está patente. El catolicismo antiguo reivindicó siempre las fuerzas de la razón, cuando algunos cristianos -dentro y fuera de la Iglesia- quisieron disminuir su capacidad. Como recuerda, con palabras de san Pablo, nuestro gran teólogo y seglar y canonista excelente Jaime Torrubiano, excomulgado inválidamente por el obispo Eijo y Garay y perseguido por el franquismo tras nuestra guerra civil: "Sea racional nuestro acatamiento". Hasta la propia aceptación de la fe debe hacerse, según el catolicismo de todos los tiempos, escudriñando los motivos racionales que nos convenzan de que hemos de creer; si no, no podemos asentir a la propuesta de la Iglesia.

Y con mucha mayor razón todavía hemos de proceder así cuando nuestro obispos sacan a relucir cualquier enseñanza sobre la legislación de nuestro país, enseñanza que no tiene las características de infalibilidad, la cual bien pocas veces se ha dado en la historia del catolicismo.

Nuestra religión no puede ser una religión de robots, porque no podemos hacer caso omiso de nuestra naturaleza humana, con su inteligencia y juicio crítico. Así nos hizo Dios y así ha de proceder todo hombre religioso, sea o no católico. Y no se nos diga que nuestros prelados tienen gracia de estado para conminarnos a obedecer sin reflexión. Porque esta gracia de estado no tiene una eficacia automática, y cualquier superior puede "traicionarla, hacerla inoperante, o por poca inteligencia espiritual, o por ineptitud, o por inadvertencia o por infidelidad consentida, porque sigue siendo hombre, y hombre pecador", como recuerda el famoso moralista tradicional el dominico padre Lumbreras.

Atendamos a lo que nos dicen nuestros obispos sobre el divorcio, el aborto, las subvenciones o cualquier otra cuestión. Pero usemos de nuestro juicio personal, siguiendo el precepto de los antiguos cánones del Decreto de Graciano, que orientó las leyes de la Iglesia durante siglos: "Es conveniente avisar a los inferiores que no sean más sumisos de lo debido, no ocurra que, llevados de un excesivo anhelo de obedecer a los hombres, lleguen a adorar incluso sus faltas y errores". Y la historia está plagada de equivocaciones de los que mandan en la Iglesia.

es teólogo.

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