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SAN ISIDRO

El ambientillo

Mucho antes de que comenzara la feria de San Isidro, el ambientillo taurino ya estaba en Madrid. Dicen que es por colmaos, y algo de eso hay, pero donde se vive de verdad es en la calle de la Victoria, porque allí se encuentran las taquillas de Las Ventas y además tiene la adecuada infraestructura para un aficionado que se precie. Esa infraestructura está hecha, claro, de colmaos, y gambas de la Casa del Abuelo, y un tinto de frasca en La Cerca, y caña en Los Manjares, y una tienda de gomas; qué más quiere el aficionado, para sus esperas en la cola.El que va a por las entradas se pasa la mañana pidiendo y dando la vez. Los hay expertos en colas taurinas que pegan la hebra con los mejor situados con el ladino propósito de que, con la confianza, les acaben haciendo un sitio. Les basta hablar de la alternativa de Alfonso Merino, o de la presentación de Fuentes y Minuto, o de la cogida del Caracol que echaba sangre, oiga usted, yo no he visto nunca salir tanta sangre de un muslo; es decir, temas para sabios, que sellan amistades para toda la duración de la cola.

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Los hay concierto desahogo que sobre pretexto de ir a un recado, ahora vuelvo, se acercan a la plaza de Santa Ana con talante de excursionistas y la están descubriendo todos los días. De paso echan un trago en la cervecería Alemana, que tiene historia, allí paraba Dominguín padre. Otros se van para las Cuatro Calles, que es lonja de contratación de toreros donde se apalabran gaches, o actuaciones para los charlores.

La calle de la Victoria es todo el año la espina dorsal de un Madrid aromáticamente taurino, y quien quiera vivir el ambientillo allá se va. Por el pasaje Matheu van y vienen los reventas, el cojo, el manco, el tuerto -los hay enteros también- que con el olfato justiprecian a la peseta lo que valdrá el papel. En el Siboney va bien un express. La cola da vuelta por la calle del Pozo, donde la afición se pregunta si aún quedarán altos del 3. Mientras, en La Central, en Sol y Sombra y en otros despachos paralelos, venden boletos con el 20 % de recargo, pero en corridas de gran expectación, ni allí hay.

Hace muchos años, un cabo de la policía armada de entonces disolvía las colas al grito de "¡están prohibidas las reuniones!". La gente ponía calzada de por medio, no se fuera a escapar una guantá, y al que preguntaba cuándo se podría hacer la cola, el cabo respondía: "Será donde yo diga". Luego desaparecía, y, poco antes de la hora fijada para el despacho de billetes, hacía su entrada marcial por imprevistos atajos, podría ser el pasaje, o Espoz y Mina, o la Cruz, llevando detrás, en fila, al cojo, al manco, al tuerto. A partir de sus señorías la gente ya podía recomponer la cola y lo hacía con orden exquisito: "Si señor, usted estaba delante de mí". El gran personaje de las vísperas de corrida es Ángel Soler, el jefe de taquillas; mítico arráez que el día que lo vistan de almirante de la armada, estará en su justo papel.

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