La ceremonia resistencial de Lluís Llach
Un público expectante, que llenaba por completo el Palacio de los Deportes de Madrid, acogió con progresivo calor la actuación del cantante catalán Lluís Llach, con la que reaparecía en un escenario madrileño.Acompañado con. sobriedad, pero con indudable eficacia, por un grupo de músicos -entre los que destacaron el flautista Manuel Rabinad, el teclista Manuel Camp y la guitarrista Laura Almerich, acompañante habitual de Llach desde hace años-, el cantante catalán presentó canciones de sus últimos discos y dio un repaso a una buena parte de su obra antigua, incluyendo temas tan conocidos como Itaca, un fragmento de Campanades a morts y La estaca, canción de la que afirmó no poder desprenderse en sus recitales, a pesar del tiempo pasado desde su composición.
Recital de Lluís Llach
Palacio de los Deportes de Madrid. Lunes 13 de mayo.
En el recital, Lluís Llach contó también con la colaboración de una impecable sección de ritmo, que estuvo a cargo del bajista Manolo Aguilar y del batería Javier de Juan, que fueron los protagonistas de algunos de los momentos más elegantes de la noche.
Con constantes alusiones al momento político presente y referencias al pasado, el recital de Lluís Llach se desarrolló por caminos de medida expresividad, abundante en momentos reflexivos, que fueron calando poco a poco entre los espectadores, decididos desde el principio a dejarse arrastrar por la dialéctica del cantante. Rechazando expresamente el papel de producto de moda y consumo que con demasiada frecuencia se otorga en exclusividad a los cantantes, Llach fue desentrañando las razones que le llevan a seguir cantando y a seguir manteniendo una actitud crítica a través de sus composiciones.
Llegado a este punto, he de confesar la extrema perplejidad personal que me produjo la actuación de Lluís Llach, similar a la que me produce la audición de toda su obra última. Como en una batalla dialéctica entre la razón y el sentimiento, mientras aquélla reclama constantemente los motivos de una calidad indiscutible, éste arrastra irremediablemente hacia una inevitable sensación de monotonía en una contradicción insalvable.
Sobreactuación
Son muchas las razones que avalan la innegable calidad del cantante catalán. Lluis Llach es autor de letras inteligentes y de melodías sensibles, que interpreta con voz sobrada y evidente perfección musical y escénica, practicando una economía de medios que no puede por menos que resultar atractiva, sobre todo en unos momentos en que la exuberancia y la falta de medida se han convertido en los únicos argumentos aparentemente válidos para valorar las actuaciones de un músico popular, y, haciendo gala de una actitud cívica que comparto en buena medida, su actuación me produjo, no obstante, una incómoda sensación de aburrimiento.Un aburrimiento que no puedo menos que achacar a ciertos aspectos de su puesta en escena y su interpretación. Una actitud enfática y dramatizada en exceso, una constante insistencia en los elementos más superficialmente descriptivos de los arreglos musicales y un cierto didactismo en las presentaciones de las canciones, son elementos que retrotraen su actuación no ya a épocas pasadas, superadas históricamente por la música española, sino, fundamentalmente, a modos de hacer que me parecen periclitados y en buena medida obsoletos.
Las canciones, que consideradas una a una dejan ver sus calidades compositivas por encima de algunos excesos interpretativos, especialmente en el terreno de una cierta sobreactuación vocal, colocadas una tras otra en la continuidad lógica que significa todo recital, aparecen cargadas de una especial monotonía y de repetitividad de las fórmulas expresivas del cantante catalán.
El público, evidentemente, no comparte esta opinión y aplaudió con mesura pero con entusiasmo y reclamó, una tras de otra, nuevas canciones, en lo que fue, sobre todo, una ceremonia resistencial con muchas resonancias íntimas y colectivas.
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