La visita de Reagan o el 'Disneyworld' de la izquierda
Con la visita de Reagan, la izquierda española se ha sentido reina por un día, asegura el autor de este artículo, en el que se analizan los comportamientos que han rodeado la estancia del presidente norteamericano. El autor concluye que se ha realizado una lamentable exhibición de tercermundismo, en la que la izquierda española ha intentado ocultar sus carencias.
Decididamente, este es un país digno de análisis. Seguro que cualquier esquema se rompe hecho añicos. Aquí siempre hay, como mínimo, un millón de personas en la calle: para recibir al papa Wojtyla, para protestar por la escuálida LODE o para declarar persona non grata a Reagan. Para oponerse al terrorismo o para apoyarlo. Aquí vale todo. Nos acostamos asimilando, y a tenor de las declaraciones y actitudes de nuestros máximos dirigentes políticos, que tenemos un Gobierno socialdemócrata, ¡vaya por Dios!, y nos levantamos en la cresta de la ola del progresismo más exacerbado que deja en mantillas al mismísimo Gaddafi. La memoria, siempre traicionera a cierta edad, gasta a algunos españoles muy malas pasadas. Y así, uno, a sus años, recuerda, allá por los años sesenta, un artículo en Abc titulado Hipócritas, firmado por un tal Blas Piñar, a la sazón director del Instituto de Cultura Hispánica, hoy Instituto de Cooperación Iberoamericana, donde se demostraba que para meterse con los americanos, los del Norte se entiende, Fidel Castro tenía mucho que aprender. Porque, a la hora de decir verdades como puños al imperialismo americano, siempre podía ir mucho más lejos la demagogia fascista que la serena crítica democrática.Años más tarde, y dentro de una situación política, por suerte y gracias a los esfuerzos del pueblo español, estamos en las mismas. Hasta ahora, sólo un par de cosas estaban claras. Una, que este Gobierno era posibilista, socialdemócrata y atlantista, y dos, que la izquierda del PSOE, organizativamente hablando, no había dado muestras en los últimos años de ser capaz de dar una respuesta coherente a los numerosos flancos que ofrecía el neocentrismo socialista.
Así estaban las cosas, hasta que un día, no muy lejano, a los estrategas de la Casa Blanca se les ocurrió que el impresentable Mr. Reagan hiciese poco menos que una escala técnica en Barajas. Y aquí fue Troya. Al fin, un asidero en el que colgar la mala conciencia que produce en unos las frustraciones que se derivan de ejercer de socialdemócratas, y en otros, su absoluta unanimidad. Y así, un vicepresidente del Gobierno dice que a él le da igual la presencia de Mr. Reagan, porque se marcha de viaje, sin pensar que hay otros, como el jefe del Estado y del Gobierno, que tienen que permanecer en la escalerilla del avión. Y partidos políticos, cuyos nombres casi habíamos olvidado dada su nula presencia en la realidad, que se muestran satisfechos por haberse convertido en impresores de posters, de grosera obviedad, que lo único que demuestran es una lamentable ausencia de creatividad. Y para remate, la televisión pública, encabezando la manifestación, machacándonos con lo del actor de segunda fila, olvidando, entre otras cosas, que gracias a esos secundarios el cine estadounidense fue uno de los focos culturales más importantes de todo el siglo XX.
'Reina por un día'
El caso es que durante 40 horas, gracias a Mr. Reagan, la izquierda española se ha sentido reina por un día. Da igual que no podamos tener una ley sobre el aborto mínimamente progresista o que la enseñanza pública siga a años luz de lo deseable. Que la policía siga militarizada o que se nos vaya a pedir dentro de unos meses que apoyemos al Gobierno en sus deseos de permanecer en la OTAN. Que se equilibre la balanza comercial con EE UU y que sigamos tributarios, e incluso mendicantes, de la tecnología americana. Se trataba de demostrar que somos la reserva espiritual de la izquierda de Occidente y que el protocolo nos trae al pairo, hasta tal punto que se invita a un señor a nuestra casa para decirle, una vez aquí, que no nos gusta. ¡Y claro está que no nos gusta! Como, dicho sea de paso, tampoco le gusta al Congreso de su país. Pero lo que no vale, bajo ningún concepto, son los desaires ni los desplantes en la parte que nos toca, ni siquiera como respuesta a, la zafiedad de que han hecho gala los programadores norte americanos de la infausta visita. Uno es responsable de su buena crianza y educación y no de la ajena. El señor Reagan, amén de otras cosas, puede ser un maleducado. Pero ese no es nuestro problema. Sí lo es, y sonroja, que organizaciones pacifistas dejen que un niño de cuatro años lleve impreso en su camiseta Muerte a Reagan o toleren eslóganes violentos o acciones vandálicas. Nunca hay que sacar las cosas de quicio. Pero tampoco cabe la disculpa, ¿de qué me suena a mí?, de minorías de agitadores profesionales. Cada palo debe saber aguantar su vela.
En fin, se ha jugado a una maniquea maniobra de simplificación, confundiendo el culo con las témporas. Y con el Gobierno jugando a aprendiz de brujo, con algún detalle a agradecer, como es su gallarda postura ante el bloqueo económico a Nicaragua. Pero el resto ha sido una lamentable exhibición de tercermundismo, en el sentido peyorativo del término, donde la izquierda española ha intentado ocultar sus obvias carencias y abandonos. Gracias a Reagan esto ha sido Disneyworld. Lo malo es que la feria se ha acabado, los indios se han ido a su inexpugnable fuerte, vamos a seguir en la OTAN y, encima, tenemos que pedirles que nos echen una mano en esa cosa tan mínima de las inversiones, las exportaciones de zapatos o la importación de tecnología, entre otras menudencias. Hemos exonerado nuestras culpas con desplantes y ácidas (?) caricaturas. Somos más de izquierda que los suecos, los franceses y los daneses. Pero, eso sí, sin cuestionar que formamos parte del Imperio, porque no estamos para esos lujos.
De lo que se trataba era de no salir en la foto. O de demostrar que se existe no por lo que se hace, sino por lo que se pinta. Pues qué bien.
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