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Tribuna:LAS NOSTALGIAS DE ULISES
Tribuna
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Una Argentina demasiado europea

El último viaje de los Reyes acerca al español un país que nunca debería haber estado lejos: Argentina. Los hombres y mujeres de mi generación, ya pasada cronológicamente la época de la emigración, la veíamos sobre todo como origen y cuna de los tangos que aquí llegaban. Nos asombraban las palabras exóticas: fané, descangalada, pebeta, sochantre, pibe... Nos emocionaba la música y nos entristecía la letra. Siempre había una pareja desdichada, y siempre a causa de ella, de la china malvada que engañaba al pobre protagonista, el cual, al hablar en primera persona, convertía al oyente en un embarazoso testigo, presencial: "Total, casi nada: / un beso en la sombra, / un cuerpo que cae / y una maldición... / Y allí, comisario, / si usted no se asombra, / encontré una vaina / para mi facón". Otra vez el protagonista, tan sincero que parecía un cantautor de hoy, no precisaba dónde guardó su cuchillo, pero el resultado era el mismo: refiere que su hijo, al ser noche de Reyes, espera un regalito, "y no sabe que su madre, por falsa y por canalla, su padre la mató", circunstancia que, por otro lado, diría el niño con toda lógica, no puede argüirse para evitar al progenitor la obligación del presente.Otras veces el asesinato no llegaba para la persona culpable, pero la muerte sobrevendrá seguramente por el exceso de alcohol para el protagonista, que piensa que "también a estas horas / ella está ofreciendo en algún brindis su boca / y otra boca féliz la besará".

Con esas experiencias no es raro que se llegue al epítome del pesimismo en el tango. Los mayores lo recordarán. Un sujeto le vaticina al amigo lo que le va a pasar cuando necesite auxilio y "estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás"; y por si ese dramático cuadro fuera poco, se le añade que alguien se está ya "probando los trajes que vas a dejar".

La tristeza y el lirismo se resumían felizmente, en cambio, en Buenos Aires, mi patria querida, melodía que de una forma absurda (puesto que no había nacido allí y ni siquiera conocía la ciudad) me llenaba los ojos de lágrimas, sobre todo cuando el cantante la evoca "en las horas de fiebre y orgía / harto ya de placeres y aventuras", lo que no podía ser nada familiar a un muchacho de 15 o 16 años sin acceso a ninguna de las dos posibilidades.

La verdad esque todo este mundo lírico no me hizo llegar antes a Argentina; como si la estampa literaria bastase a mi curiosidad, fui posponiendo el viaje al Cono Sur, prefiriendo otros países americanos como Perú y México. Quizá influyera en esa decisión la propaganda que de su tierra me hacían los argentinos conocidos y que me resultaba totalirnente negativa. Decían: "Pero, cómo, ¿vos no conocés Buenos Aires? ¡Si es una ;segunda París!", o "Verás cómo te recuerda a Barcelona", o "Mirá, en la Boca te sientes como en Nápoles, che". Y entonces yo pensaba: "Pero si tengo a mi alcance París, Barcelona o Nápoles, ¿para qué voy a gastar dinero y tiempo para visitar una imitación?".

Hasta que en mi mapa particular de América sólo quedaba un espacio en blanco y decidí que no había más remedio que cubrirlo con miexperiencia.

Fui y descubrí que los exegetas conocidos habían equivocado totalmente su concepto de la publicidad. Porque en su entusiasmo por la herencia europea de su patria se habían olvidado de lo que su tierra tiene de más grato y bello: la naturaleza. Por ejemplo, nadie me había hablado nunca de Bariloche (nada de segunda Suiza, Bariloche a secas) ni de la majestad de los parques bonaerenses, del río Tigre, de Palermo y aun del bosque metiéndose en la urbe como ese espléndido árbol que cubre enteramente la plaza de San Martín. Ni me contaron de la hospitalidad gaucha -afortunadamente, tan lejana de la francesa- del hacendado que te abre la puerta de su casa sin hacerte prisionero de su afecto. "Mirá, vos; éste es tu dormitorio, éste es el comedor y ahí el living; el caballo te espera ensillado en el corralón. Nosotros estamos en la pileta hasta la hora del almuerzo, que se sirve bajo los árboles; la cena es a las ocho y media en el comedor. Aquí tenés libros y revistas,. Chao, amigo". Y el amigo sabe efectivamente que su tiempo es suyo, para el descanso, para el deporte y para la lectura, pero que puede incorporarse a la vida familiar cuando le apetezca.

¿Y quién me advirtió de algo tan curioso como que en el campo argentino no haya piedras? "¿Ni una? Ven, que te lo demostraremos". Y el carro, un coche normal, no un jeep, corre velozmente por la llanura como una barca de motor por un mar que fuera de hierba y que, al paso del vehículo, se aparta a ambos lados con hojas o espigas golpeando el parabrisas como si de olas verdes se tratara.

Y también me ocultaron la simpatía que se puede encontrar en la gente provinciana de Rosario, Córdoba, Corrientes, contrastando -eso es natural que lo callaran- con la petulancia que a veces muestra el bonaerense, defecto este típico de las capitales de provincia y que se mantiene impertérrito por grave que sea la situación política y financiera del país.

-Este... ¿Vos sabés que la avenida Nueve de Julio es más ancha que los Campos Elíseos de París?

-Bueno, es posible... Pero la verdad es que los Campos Elíseos no son famosos por su anchura.

-Este... ¿Vos sabés que a nosotros nos adoran en París?

-Yo... Honradamente creo que en París no adoran a nadie, ni siquiera a los franceses.

Son mínimas salidas de tono, engallamientos que sólo cuando se apoyan en motivos patrióticos pueden llevar a tragedias como la de las Malvinas, pero que en términos generales no pasan de anécdotas, dejando incólume la interesante imagen de un país cuyo único error, para mí, es presumir de sus raíces europeas en lugar de hacerlo de su ambiente americano, y de que el "aquí hasta las mucamas leen a Sartre" sea dicho más a menudo que el elogio a ese espléndido libro titulado Martín Fierro, un gigantesco árbol literario plantado en el centro de la inmensa y trascendente Pampa argentina.

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