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La renta 'per cápita' de América Latina ha disminuido a los niveles de 1977

Joaquín Estefanía

Mientras los países industrializados crecían lentamente durante los años del segundo impacto del petróleo, América Latina retrocedía en lo económico y muchas veces en lo político. De 1981 a 1983, ni una sola cifra es positiva para la región: crecimiento, inversión, desempleo, inflación, endeudamiento, comercio exterior, etcétera, todo es desfavorable. El bienio 1982-1983 es considerado como el peor desde la gran depresión que sobrevino a partir de 1929. El pasado año hubo un ligero cambio de tendencia: la balanza de pagos de la zona cerró con superávit por primera vez desde 1980.

Los datos de la crisis en América Latina en los años ochenta son espeluznantes. La región, que había reducido distancias respecto al primer grupo en las décadas de los sesenta y setenta, volvió a alejarse de las pautas consideradas como estándar en los países desarrollados. Conviene, sin embargo, recordar una matización que hacen prácticamente todos los documentos presentados en la cumbre de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que se está celebrando en su sede central, en Santiago de Chile: es muy difícil hablar de una sola América Latina; los países tienen cada vez realidades más variadas y diferentes.Por ejemplo, el cambio citado del sector exterior en 1984 (aumento del valor de las exportaciones, recuperación del volumen de las importaciones, dependencia del deterioro de la relación de precios de intercambio, disminución del déficit por cuenta corriente y superávit de la balanza de pagos) se debió en buena medida al notable avance de las exportaciones brasileñas y de un número relativamente pequeño de otros países, mientras que la gran mayoría de naciones permanecía al margen.

Según la CEPAL, "a partir de 1981 América Latina ha experimentado su crisis económica más aguda, larga, polifacética y generalizada desde la gran depresión de los años treinta".

Los niveles de 1977

En la década de los ochenta (1980 fue el último ejercicio aceptable) se magnifica el deterioro simultáneo y persistente de la mayor parte de los indicadores económicos. Junto con el declinar de la producción, aumentó el paro oficial y el paro real (disfrazado en muchas ocasiones mediante el crecimiento en progresión geométrica de la economía golfa), disminuyeron las remuneraciones de los asalariados, se acentuó la inflación y el endeudamiento externo alcanzó niveles de quiebra técnica en muchos países.Ante esta situación, no es de extrañar que la propuesta de Henry Kissinger, antiguo secretario de Estados Unidos (y anteriormente una de las bestias negras de los nacionalistas y de los economistas progresistas de la zona), de preparar una especie de plan Marshall para Latinoamérica, se contemple ahora como una esperanza inmediata.

Sin embargo, el canciller uruguayo, Enrique Iglesias, ha puesto freno a las ilusiones de muchos gobernantes de la región.

Según Iglesias, el mundo vive lo que él denomina "el shock liberal", caracterizado por un marco de competitividad, de insolidaridad, de que cada palo aguante su vela; por ello, América Latina va a entrar violentamente en este marco como continente intermedio y nadie va a acudir en su ayuda. No son los tiempos de la alianza para el progreso kennedyana, y la zona, cada vez más, va a ser discriminada en los tratos financieros y comerciales.

Comprometido futuro

En 1981 cayó fuertemente el ritmo de crecimiento del producto interior bruto (PIB) de la región, que se redujo en términos absolutos en 1982 (hecho que no había ocurrido en los 40 años anteriores) y que volvió a descender, de forma más marcada, en 1983. Aunque el pasado año se interrumpió esta tendencia descendente, el aumento de la actividad económica fue débil y la renta per cápita se elevó menos de un 1%. con respecto al bajísimo nivel a que había caído en 1983.En el transcurso de los cuatro últimos años la renta per cápita disminuyó en 17 de los 19 países latinoamericanos para los cuales se cuenta con información comparable, se estancó en dos países y sólo aumentó en forma considerable en Cuba.

Más aún, en muchos países dicha merma alcanzó proporciones que los economistas valoran como "dramáticas": durante este período de tiempo la renta per cápita cayó un 25% en Bolivia y casi el 22% en Ecuador; alrededor del 16% en Uruguay, Venezuela y Guatemala, y más de un 11%. en Perú, Costa Rica, Argentina y Honduras. En cuanto a la inversión, que había crecido con gran vigor entre 1970 y 1980, aumentó ya muy poco en 1981 y bajó alrededor de un 40% en el bienio siguiente, con lo cual el coeficiente de inversión cayó a su nivel más bajo de los últimos 40 años.

Así, según las Naciones Unidas, "la crisis, además de afectar a las condiciones de vida actuales, comprometió también las posibilidades de elevar con rapidez el nivel de vida en el futuro inmediato".

Este nivel de vida de creciente empobrecimiento se puede sustentar con algunas cifras más: entre 1982 y 1984, dos de cada tres habitantes de América Latina se han enfrentado con alzas anuales de la inflación superiores al 100%. Entre 1981 y 1982, los salarios cayeron alrededor del 30% en Costa Rica y del 20% en Argentina; en 1983 disminuyeron aproximadamente un 20% en Uruguay y Brasil, un 16% en Perú y un 11 % en Chile.

No es de extrañar que la amalgama de todo este cuadro macroeconómico haya producido perplejidad en los estudiosos del tema latinoamericano. Sergio Bitar, ex ministro de Minería de Chile en tiempos de Salvador Allende, afirmaba ayer que ante la magnitud y la sofisticación de la crisis se emplean con frecuencia los términos perplejidad y desconcierto.

Pero recordó una frase de Goethe en su Fausto: "El hombre que en tiempos inciertos tiene el espíritu incierto multiplica el mal y lo. agrava cada vez más. Pero el que mantiene una idea firmemente hace un mundo nuevo".

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