Continuidad en el bloque soviético
LA CEREMONIA que acaba de desarrollarse en la capital de Polonia para prorrogar el Tratado de Varsovia para otros 30 años (o sea, hasta ya bien entrado el siglo XXI) ha tenido sobre todo un carácter protocolario. Estuvieron presentes los máximos dirigentes de los países (URSS, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, RDA y Bulgaria) que suscriben dicho tratado, pero el espacio de tiempo dedicado a la discusión de problemas de actualidad fue mínimo, al menos según la planificación oficial. Sería erróneo, no obstante, deducir de ello que la decisión de prorrogar el tratado se ha tomado sin problemas. En realidad, desde hace meses, han sido objeto de discusión, entre las capitales de la Europa socialista, diversas propuestas que tendían a utilizar el agotamiento del plazo del tratado para flexibilizar algunas de sus cláusulas. Bucarest propuso, por ejemplo, que la prórroga se efectuase por plazos más cortos, que podrían ser de cinco o 10 años. Otros tendían a introducir un sistema rotativo en el mando supremo, de tal forma que no fuese permanente la atribución de dicho cargo a un general soviético. Al final, toda modificación ha sido excluida, y el tratado prorrogado exactamente en los términos en que se firmó en 1955, en una Europa y en un mundo. bastante diferentes de lo que son hoy.No cabe disimular la anormalidad intrínseca de una situación internacional estructurada en torno a dos tratados, el del Atlántico Norte y el de Varsovia; el primero de 1949 y declarado "indefinido" en 1954; el segundo de 1955 y prolongado ahora hasta el 2015 Curiosamente, ambos tienen cláusulas casi idénticas muchas de ellas totalmente anacrónicas. En particular, se basan en la idea de que el Consejo de Seguridad de la ONU es el principal órgano encargado de garantizar la paz. Las medidas de defensa que se adoptasen -tanto por la OTAN como por el Tratado de Varsovia- sólo servirían hasta que "el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para restablecer y mantener la paz y seguridad internacionales". Hace 30 o 35 años, tal cláusula podía explicarse por la esperanza en un funcionamiento efectivo de la Carta de la ONU, entonces en una etapa inicial. Repetir eso mismo hoy, con estrategias de los dos bloques basadas en la disuasión y la destrucción nuclear, es una hipocresía absoluta. La realidad es que los bloques militares, el sistema bipolar engendrado por ellos, ha ido marginando y vaciando de poder y eficacia a las Naciones Unidas. Así se ha ido acentuando la militarización de la vida internacional y la división de Europa.
La reunión de Varsovia ha aportado, en el discurso pronunciado por Gorbachov, una confirmación de la preocupación central hoy de la política soviética: si Estados Unidos suspende su proyecto de "defensa estratégica" en el espacio, las posibilidades de un desarme nuclear están abiertas; pero si continúan adelante los planes de la llamada guerra de las galaxias, la URSS contestará "aumentando y mejorando su armamento nuclear ofensivo". Contrastando estas palabras con las declaraciones de Ronald Reagan, el espacio que queda para abrigar esperanzas en un resultado positivo de las negociaciones de Ginebra es muy pequeño. La diplomacia no se agota en los discursos públicos; puede haber otras posibilidades negociadoras en niveles más discretos. Pero después de una etapa de mayor optimismo con la apertura de las negociaciones de Ginebra, y con el nombramiento de Gorbachov, ahora prevalece la sensación de que el desacuerdo entre Estados Unidos y la URSS es profundo, radical y duradero. Ello plantea con mayor fuerza la necesidad objetiva de que Europa logre actuar en la escena internacional con más autonomía, con menos sometimiento a la dinámica de bloques. El sistema bipolar es una garantía cada vez menos real. La seguridad de Europa necesita encontrar nuevas formas para ser defendida.
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