Condiciones para el crecimiento económico
El crecimiento, o mejor, el crecimiento rápido, no es sólo necesario, sino que las actuales condiciones lo fomentan. Nos encontramos ante un claro período de renovación de nuestras estructuras económicas. En tanto que algunas épocas se han visto caracterizadas por un proceso de consolidación de pasados logros, nuestro tiempo es de cambios; podríamos incluso decir de cambios revolucionarios.Con todo, al observar las tendencias mostradas por la economía internacional, es obvio que el crecimiento se está convirtiendo en una rara especie y que muchos de los países que se espera que crezcan más y más rápidamente se hallan inmersos en un largo ciclo de inmovilismo. Ello prueba un hecho evidente: la tendencia de nuestro tiempo hacia el crecimiento económico no significa que éste sea un fenómeno automático al margen de las políticas puestas en práctica para la consecución de tal fin.
Para empezar, diré que uno de los conceptos claves es el de adaptación. Éste es un requisito fundamental para convertir todas las capacidades de la revolución tecnológica en modelos nacionales de crecimiento. Las diversas dotaciones de recursos y los grados de desarrollo dictarán las trayectorias de crecimiento adecuadas para cada país, pero ninguno de ellos será capaz de progresar si no cuenta con tantos elementos de creatividad y las técnicas más modernas como sea posible.
Los ingredientes básicos
Este proceso esencial de adaptación requiere dos ingredientes sociales básicos. El primero es el consenso social necesario para resistir el esfuerzo y las dificultades de lo que es, en muchos aspectos, una penosa adaptación. El otro requisito es la capacidad de movilizar este consenso social hacia el objetivo de generar bienestar más que en las tensiones internas para distribuir lo que quedó de pasados esfuerzos.
En una gran cantidad de países, esta capacidad de generar un rápido crecimiento económico existe, pero se halla contenida o incluso reprimida por una asfixiante red de reglamentos e intervenciones del Estado en la vida económica. Estas reglas e intervenciones afectan a aspectos tales como los mercados laborales y financieros, la instalación de nuevas industrias o las cargas financieras que las actividades productivas tienen que soportar con objeto de respaldar sistemas de seguridad social bien intencionados, pero a menudo mal administrados. Mi impresión es que muchos de estos elementos, creados en un período de interminable prosperidad -en apariencia-, deberán replantearse si el rápido crecimiento económico tiene que volver a muchos países donde prosperó en el pasado. Me refiero concretamente a Europa occidental, donde una rigidez innecesaria impide el progreso.
Las sociedades occidentales han desarrollado una tradición de gobierno de creciente participación en la vida económica que varía de un país a otro, pero que, en cualquier caso, tiene poco que ver con los principios del laissez-faire.
Desde mi punto de vista, las fuerzas básicas para hacer posible el cambio tienen que venir de toda la sociedad, lo cual incluye el papel esencial que los empresarios están llamados a jugar a este respecto. Pero el Estado puede y debe ayudar a desencadenar las energías sociales que conducen al proceso del cambio. En otras palabras, el rápido crecimiento necesita hoy día de la cooperación de todos los agentes sociales, incluido el Estado. Para mí, el papel del Estado en la vida económica no es estar fuera, sino inmerso en la sociedad.
Si considero importante la supresión de toda clase de corsés y pido para el Estado únicamente un papel de comparsa, es porque tengo plena confianza en que, en tales circunstancias, todos los actores sociales se hallarán en posición de enfrentarse a los retos que comporta un crecimiento económico rápido. Éstos son particularmente complejos en el contexto de la revolución tecnológica de nuestros días. A este respecto, quisiera referirme a la movilidad como una de las necesidades más penosas y a menudo no bien entendidas del crecimiento económico y contemporáneo.
Adaptación positiva
La movilidad implica un rápido cambio, que se puede resumir en una expresión reveladora: adaptación positiva. Innumerables obstáculos dificultan el progreso de este proceso de movilidad. Y en muchos casos, las presiones ejercidas por los diferentes actores para preservar el status quo han resultado más eficaces que las fuerzas destinadas a traer el cambio y el crecimiento, tal como lo demuestran las actuales tendencias neoproteccionistas y las múltiples subvenciones ideadas y llevadas a cabo de tal manera que retardan el cambio en lugar de promoverlo. Creo que lo que se necesita realmente para favorecer un rápido crecimiento es redirigir todos nuestros sistemas de subsidio público hacia el cambio. Me refiero a la ayuda fínanciera para la reconversión de los obreros y para la introducción de nuevas técnicas; estoy pensando también en subvenciones para promover la movilidad geográfica. En resumen, si queremos dirigir las fuerzas de la sociedad hacia el cambio y el crecimiento económico que de él se deriva, debemos destinar los máximos recursos posibles a este objetivo, en lugar de dedicarlos, como muy a menudo sucede, a tranquilizar y apaciguar las tendencias opuestas.
Sólo el rápido crecimiento económico permite conseguir simultáneamente los objetivos de alcanzar un elevado nivel de vida de la población y de generar los ahorros necesarios para hacer frente al alto nivel de inversión que demanda el proceso del cambio. Cuando el crecimiento es lento, el complejo dilema de consumo contra inversión se vuelve más difícil de resolver, y en muchos casos termina con una total entrega al consumo, en detrimento de los recursos tan necesarios para adaptar la sociedad a las necesidades de la revolución tecnológica en marcha. De este, modo, el crecimiento lento es más que nunca un fenómeno con una tendencia hacia la propia perpetuación, dado que las sociedades se toman poco propicias a renunciar a sus aspiraciones de conseguir un aumento de su nivel de vida, sin importarles lo difíciles que puedan ser las condiciones circundantes.
Me parece, por tanto, que el rápido crecimiento económico está volviéndose una necesidad si se quiere asegurar el crecimiento, el simple crecimiento, en el futuro. Por eso una zona como la del área Asia-Pacífico, que está creciendo rápidamente, es una zona con un brillante futuro, mientas regiones con un vacilante desarrollo, incluso si están industrializadas, presentan un incierto futuro. Pero quisiera añadir seguidamente que la petición de un crecimiento económico rápido no debe entenderse como una invitación a llevar a cabo políticas expansionistas a cualquier coste. Por mucho que se desee en muchos casos este desarrollo, no se puede estimular el aumento y la aceleración de la actividad económica, hasta tanto no se disponga de los requisitos necesarios para conseguir un sólido y continuo crecimiento. Este punto nos lleva directamente a la solidez de las políticas económicas internas, como otra base importante para la existencia de un rápido crecimiento económico.
Pienso que para gozar de una política interna sólida es imprescindible contar con una estabilidad financiera interna y externa, en las condiciones más directamente relacionadas a las ideas de cambio y movilidad. Uno de estos elementos claves es, por ejemplo, la primacía de la inversión sobre el consumo; otro puede ser el fortalecimiento de la actividad productiva privada en lugares donde el sector privado puede estar sujeto a un proceso de desplazamiento por parte del sector público.
Los modelos de rápido desarrollo económico que puedan surgir como resultado de políticas internas adecuadas no prosperarán a menos que el entorno internacional también ayude a conseguirlos. Creo que todos los modelos de rápido crecimiento económico convergen en un reforzamiento del sistema de cooperación y responsabilidad colectiva puesto en práctica después de la II Guerra Mundial. En cualquier caso, necesitamos más contactos, más concertación y, lo que no es menos importante, un decidido esfuerzo para acabar con el proteccionismo.
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