El aislamiento de AIbania
POCOS DIRIGENTES europeos habrán marcado el destino de su país de una manera tan profunda y personal como Enver Hoxha en Albania; por eso su muerte ha dado lugar a numerosas consideraciones sobre la probabilidad de una evolución, en dicho país, a partir de la designación de Ramiz Alia, que venía desempeñando ya la jefatura del Estado, como nuevo secretario general del Partido del Trabajo. Suponer que un cambio de persona implica, necesariamente, un cambio de política sería demasiado simplista; pero no cabe duda de que el caso de Hoxha es excepcional. Ha desempeñado el poder durante 41 años, lo que le colocaba como el dirigente más veterano de Europa; y, además, un poder casi absoluto; rodeado, sin las limitaciones que se han ido introduciendo en otros casos, de un culto a la personalidad con rasgos de fanatismo.Las raíces de ese poder dimanan de las condiciones en que Albania, despues de sufrir las ocupaciones italiana y alemana, conquistó su independencia al concluir la II Guerra Mundial. Los grupos armados de la resistencia se convirtieron en aparato militar y policiaco de un Estado fuerte, que era una novedad en el país más atrasado de Europa, sumido en estructuras agrarias y feudales. La represión contra cualquier tendencia discrepante ha sido particularmente dura; con las acusaciones, y los pretextos más burdos; aún en 1981, el compañero más próximo de Hoxha, Shehu, fue acusado como agente a la vez de los yugoslavos, rusos, chinos y americanos. Ese sistema interno extraordinariamente duro y dogmático ha sido alimentado por un proceso de rupturas sucesivas con los principales Estados del mundo comunista; empezando, en 1948, con Yugoslavia. Después, con la URSS de Jruschov, en nombre de la fidelidad a Stalin. Siguió una larga etapa de alianza con China; pero en 1976 se produjo la ruptura. La ideología oficial iba calificando de traidores, y revisionistas, esos diversos regímenes- Albania quedaba como único reducto, una especie de nido de águila, del comunismo auténtico.
El aislamiento ha sido sin duda el rasgo más característico de la política de Albania en las últimas décadas; llevado a unos extremos sin comparación posible con otros países. Para comprender cómo tal fenómeno ha sido posible no lejos de algunas grandes vías de comunicación de nuestro continente, hace falta tener en cuenta ciertas condiciones excepcionales: una población escasa, con una proporción muy alta mantenida en la agricultura; una economía casi de autosuficiencia. Por otro lado, incluso mediante un lenguaje revolucionario superideologizado, lo cierto es que Albania se ha ido marginando, hasta quedar de hecho neutralizada en relación con las principales contradicciones del mundo contemporáneo. Su colocación geográfica es bastante importante desde el punto de vista estratégico, sobre todo en el Adriático, y por tanto el Mediterráneo. Con su retirada del Pacto de Varsovia, éste perdió el acceso a dichos mares.
Pero el aislamiento albanés tiene asimismo unas raíces históricas, que no se pueden desconocer. Nacida en 1912, en la etapa de los conflictos balcánicos más agudos, sus fronteras fueron conflictivas desde el principio; la mitad aproximadamente de los albaneses quedó en otros países. Ello dio lugar a un fuerte nacionalismo, cargado de suspicacia hacia todo lo extranjero; alimentado conjuntamente por el recuerdo de gestas de la Edad Media, y, en la última etapa, por ese dogmatismo cerril en torno a principios marxistas y proletarios, sin ninguna relación objetiva con la realidad del país; pero adecuados para fomentar la exaltación nacionalista y justificar una política estatal dura y represiva.
En el último período, desde la presidencia de la República, Ramiz Alia ha insistido en la necesidad de otorgar una mayor preocupación a las graves dificultades económicas; ha reconocido que la crisis mundial afecta también a Albania; se han producido asimismo pasos concretos para desarrollar relaciones económicas con diversos países europeos, como Yugoslavia (a pesar del conflicto en tomo a la población albanesa de Kossovo), Grecia y especialmente Italia. Es muy probable que esa tendencia recibirá mayores estímulos en la nueva etapa que se abre después de la desaparición de Hoxha. En ese orden, es interesante que Albania haya manifestado una predisposición favorable a establecer relaciones diplomáticas con España, como las tiene ya con numerosos países europeos.
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