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Euroesclerosis y relanzamiento europeo

La entrada de España y Portugal en la Comunidad Económica Europea (CEE) debe ser el revulsivo hacia el relanzamiento del cambio cualitativo que va a suponer una Unión Europea que incorpore políticas favorecedoras del desarrollo mucho más atractivas para los nuevos miembros que la simple Unión Aduanera. Para el autor de este artículo, es el momento de luchar en pro de un relanzamiento europeo que permita recuperar el tiempo perdido respecto a otras potencias mundiales.

El sábado 30 de marzo vio el final del contencioso griego sobre los programas integrados mediterráneos, que era, afortunadamente, el último de los obstáculos mayores para que la tercera ampliación de la Comunidad Económica Europea (CEE) con el ingreso de España y Portugal (en la forma pactada en las largas negociaciones de estos últimos años y ultimada el viernes 29 de marzo) se convierta en una realidad en estos, próximos meses.No es éste el momento de recordar los difíciles momentos por los que ha pasado la negociación de España y de Portugal con vistas a la adopción de las 75.000 páginas de "acervo comunitario" ni el contenido final respecto a los períodos de transición y carencia que se han conseguido pactar para tratar de maximizar beneficios y minimizar costes del acomplamiento de España y Portugal a la Comunidad Económica Europea.

Los comentarios periodísticos de estos días han analizado todos estos extremos de forma extensa, y me parece que sería superfluo insistir en todas estas cuestiones, que al fin y al cabo no dejan de ser meramente coyunturales si pensamos que ya desde septiembre de 1977 el Consejo de Ministros de la Comunidad Económica Europea había aceptado la candidatura española a la adhesión, al igual que lo hiciera con la de Portugal, formulada unos meses antes, y que al inicio de las negociaciones de adhesión respectivas tanto España como Portugal habían adquirido el compromiso de aceptar en su integridad el "acervo comunitario".

Modernizar la economía

Yo quiero, en cambio, hacer aquí un balance de la Comunidad Económica Europea a la que nos integramos, que -todos estamos de acuerdo con ello- debe ser el revulsivo fundamental para estimular la modernización y puesta al día de la economía española.

En relación con ello no está de más recordar las viejas palabras de Hallstein, que se refería a la Comunidad Económica Europea como un cohete multifase en el que la unión aduanera, la unión económica y la unión política eran los pasos sucesivos de la senda por la que se debía avanzar para culminar el. proceso de integración europea.

Desde entonces acá la Comunidad Económica Europea ha avanzado ciertamente hacia niveles de cohesión económica e institucional difícilmente imaginables cuando concluyó la II Guerra Mundial o cuando la Administración Truman propició la creación de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) a través de las ayudas concedidas por el Plan Marshall.

La culminación de la Unión Aduanera resultó relativamente fácil y es bien sabido que los seis miembros iniciales de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) desde 1951, y Comunidad Económica Europea y Euratom desde 1957, pudieron incluso acelerar en tres años sobre lo previsto en el Tratado de Roma la supresión de aranceles al tráfico interno y la adopción del arancel externo común.

Los años sesenta vieron también avances muy significativos en la puesta en marcha de las organizaciones comunes de mercado de los principales productos cubiertos por la política agrícola común y en la adopción de algunas políticas comunitarias comunes, así como en el aumento de la eficacia de las instituciones comunes de gobierno, por más que el general De Gaulle impusiera la teoría de la silla vacía y con ella la regla de la unanimidad a través de la cual los países miembros de la Comunidad Económica Europea pueden seguir salvaguardando su afán de afirmación de la propia soberanía nacional hasta extremos a veces claramente incompatibles con el espíritu que presidía la creación de la Europa comunitaria.

No hace falta traer aquí a colación las dificultades introducidas en el proceso de integración por la crisis económica en la que vive el mundo desde precisamente el año 1973, cuando tuvo lugar -fatal coincidencia- la primera ampliación de la Comunidad Económica Europea con el ingreso del Reino Unido, Dinamarca e Irlanda.

De todas maneras me parece evidente que se ha exagerado la magnitud de los desajustes en la integración europea.

Es cierto que las cosas no han avanzado tanto como parecía hacer prever la inercia de los años sesenta, pero hay que pensar que en épocas de crisis internacional las cosas no puede analizarse bajo los mismos parámetros, que en épocas de vacas gordas.

A partir de aquí los más pesimistas han empezado a hablar de la euroesclerosis y del egoísmo de los países por salvaguardar lo suyo con desprecio de los demás. Por cierto, que tal euroesclerosis se ha ligado también con una época en que los norteamericanos y japoneses avanzaban deprisa y criticaban el modelo europeo de crecimiento como excesivamente intervenido.

Relanzamiento europeo

Ante todo, la tercera ampliación de la Comunidad Económica Europea cobra un gran interés en la óptica del cambio cualitativo y del relanzamiento europeo que puede suponer.

No hay que olvidar que la Comunidad Económica Europea ha avanzado muchas veces como respuesta a situaciones críticas. Recordemos, por ejemplo, la instauración del sistema monetario europeo cuando la modificación del sistema monetario internacional introducía graves incertidumbres sobre una posible unión económica y monetaria, o la creación de la política energética cuando las circunstancias mundiales lo exigieron, o la reformulación de la política comunitaria de ayuda al desarrollo cuando el ingreso del Reino Unido multiplicó las responsabilidades mundiales de la CEE, o finalmente la decisión de pasar del 1% al 1,4% la parte de la base del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) a abonar por cada país miembro en concepto de recursos presupuestarios propios cuando España y Portugal ingresen, con lo que se evitará -por el momento- la quiebra financiera tantas veces anunciada.

Todo ello viene a cuento, además, respecto a los intereses de España, Portugal y -se ha visto estos últimos tiempos- de Grecia respecto al tipo de Comunidad Económica Europea en el que les interesa participar, que es precisamente en aquel que suponga elementos potencialmente favorecedores de sus respectivos procesos de desarrollo, y no sólo elementos de desarme aduanero, y adopción de un arancel exterior común, temas todos ellos de mucha relevancia en los tiempos del proteccionismo pero de mucho menos alcance en esta época nuestra de tipos de cambio variables.

Es por esta razón por lo que desde nuestra atalaya mediterránea de observación debemos estar muy interesados en los avances que se registren respecto a lo que se ha venido a llamar el Proyecto de Unión Europea, impulsado por Spinelli y aceptado por el Parlamento Europeo y por Mitterrand como bases de acción hacia el futuro de la Comunidad Económica Europea.

Tras el informe Dooge, la presidencia italiana, que se ha apuntado ya el éxito de solventar el espinoso asunto de la ampliación -de la mano, por cierto, del también italiano comisario Natali-, está ahora luchando en pro de que el Consejo Europeo de Milán de 28 y 29 de junio próximo suponga un paso cualitativo importante hacia este relanzamiento europeo que permita recuperar el tiempo perdido respecto a otras potencias mundiales y que dé nuevas esperanzas a los nuevos países miembros de la CEE.

es catedrático de Organización Económica Internacional y presidente del Grupo España de la Asociación de Antiguos Stagiaires de las Comunidades Europeas.

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