Las dos vertientes de Domenico Scarlatti
La conmemoración tricentenaria de Domenico Scarlatti que se ha realizado en el Festival Internacional de Orquestas Jóvenes, en Murcia, ha discurrido por una doble vía: las Sonatas o ejercicios para clave y la música religiosa, a la que se añadieron cuatro conciertos de los 12 que preparara el inglés Charles Avison (1709-1770) sobre diversas sonatas escarlatianas, con añadidos de su propia cosecha o desarrollos libres de los temas de su contemporáneo napolitano.Avison fue un excelente músico, formado en la admiración a los grandes barrocos de Italia: Corelli, Marcello, Geminiani y, al fin, Scarlatti. Por estar realizadas, y muy bien realizadas, esas transcripciones según un uso vigente en la época, y por la cercanía del pensamiento de Avison al de Scarlatti, hay que concederles un extraordinario valor. Más aún si se tiene en cuenta que la obra orquestal autónoma de Scarlatti se reduce a las 17 sinfonías, muchas de ellas procedentes de óperas, que se conservan en París.
"Fue Avison -como escribe Hutchings- el único responsable de la traducción orquestal del característico lenguaje clavecinístico de Scarlatti, y sus adaptaciones resultan especialmente admirables, pues la coherencia del nuevo lenguaje y de las ideas derivadas nos producen la impresión de una concepción original".
Siguiendo la estructura formal representada al máximo por Corelli, Avison conservó en su traslación los valores fundamentales del gran Domenico, no sólo en las ideas, sino también en la diversidad colorística derivada de las varias registraciones y dinámicas. La Orquesta de Estudiantes de Praga, dirigida por VIasta Skampa, formada por jóvenes instrumentistas de extraordinaria calidad y análoga orientación técnico-estética, dio rutilantes versiones de los conciertos sexto, séptimo, undécimo y duodécimo, adaptados unos para grupo solista de dos violines y violonchelo y otros de dos oboes y fagot, que se contraponen al total de instrumentos de arco.
Especialmente bello e interesante es el último concierto de la serie: dos textos escarlatianos sirven de base a los dos allegros, y unas expresivas derivaciones realizadas con gran imaginación y dentro de un sentimiento veneciano por el adaptador, otorgan consistencia a los dos tiempos lentos.
Dolorida expresividad
La soprano Martina Pfaff y las cuerdas del grupo checo interpretaron Salve Regina, última composición de Scarlatti, escrita en Madrid poco antes de su muerte, según advierte la inscripción que figura en el manuscrito conservado por el liceo musical de Bolonia. Es, sin duda, la más bella página religiosa de Scarlatti, género al que vuelve al final de sus días con una intensa y dolorida expresividad. Al año siguiente de su composición, el músico muere en su casa madrileña de la calle de Leganitos, exactamente el 23 de julio de 1757.
Hay, pues, en esta obra secuencial y dramática, más ligada al Canto de las pasiones monteverdiano que a la ornamentación barroca, algo de testamento, de canto de cisne del inmenso napolitano madrileñizado que vivió, triunfó y sufrió en la corte española y fue enterrado en el desaparecido convento de San Norberto, situado poéticamente -como subraya Kirkpatrick- "entre la calle de la Luna y la del Desengaño".
El Stabat mater para coro a capella, magistralmente trabajado a diez voces, puede entenderse como la primera partitura religiosa realmente importante de Scarlatti, pues sobre el dominio contrapuntístico triunfa una imaginación que la separa del viejo estilo heredado al que, en los comienzos de su biografía musical, fue bastante fiel. Su creación parece fruto de dos compositores diferentes: uno, conservador o tímidamente reformista, autor de la obra dramática, y otro, arriesgado evolucionista, inventor de un lenguaje sui géneris desde el teclado, cuya resonancia en la historia musical europea sería tan larga que alcanza a Manuel de Falla, a la generación del 27 y hasta los inicios de Cristóbal Halffter o Manuel Castillo.
Melodismo teatral
Samuel Rubio Álvarez comprende y siente a la perfección la serena dramaticidad con la que Scarlatti canta el célebre texto de Jacopone de Todi Stabat Mater a través de un estilo que se resiste, ni siquiera a título general, a la calificación de barroco, cuando está tan próximo a la pureza clásica, al melodismo teatral y aun a ciertas fibras galantes de un Pergolesi. La difícil partitura sonó con brillantez y expresividad en el hermoso monasterio diciochesco de los Jerónimos, cuya acústica es muy bella de calidad, pero excesivamente larga de resonancia.
En el salón tardorromántico del casino murciano, plenamente adecuado al espíritu de una música y al sonar agridulce del clave, escuchamos siete sonatas de Scarlatti al gallego Carlos Caramés, fundador y director del Conjunto Instrumental de Colonia, su ciudad de residencia. En resumen, el festival de Murcia ha logrado una conmemoración escarlatiana interesante, singularizada y, al 90%, excelentemente realizada.
Babelia
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