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Reportaje:

Breve idilio entre Amadeus y Praga

Un recorrido por las raíces biográficas de uno de los grandes mitos de la música

La música de Mozart sigue, por fortuna, siendo algo cotidiano. No hay instante temporal, del día o de la noche, que no haga vibrar el aire en algún lugar del globo. Alguien, en cualquier apartado rincón del mundo, está tocando Mozart en estos momentos. En Madrid, la Orquesta Sinfónica de RTVE ha programado una veintena de sus obras sólo en esta temporada. El cine, con Amadeus, la película del checoslovaco Milos Forman, que acaba de obtener ocho oscars de Hollywood, ha traído a primer plano una vieja relación: la existente entre Mozart y Praga. En este reportaje se estudian las raíces biográficas de uno de los mayores mitos de la música, cuya vida es tan intensa como su obra.

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Mozart sintió predilección por Praga de entre las muchas que conoció a lo largo de su vida viajera. A un hombre como él no podían escapársele los mil detalles que hacen de esta ciudad una de las más bellas y acogedoras del mundo.Su amiga praguesa, la cantante Josephine Hampacher, conocida luego por el apellido de su marido, Dusek, era oriunda de Salzburgo por el lado materno, la familia Weisser. De recién casada con Frantisek Dusek, en 1777, Josephine había llegado a Salzburgo en viaje de bodas. Allí conoció a los Mozart: al padre, Leopoldo, que había sido amigo de su madre, María Dominica Hampacher, y al joven de 21 años Wolfgang Amadeus.

Seguramente Mozart se sintió fascinado por el rostro, la figura y la voz de Josefina Duskova (como llamaban ya los checos a la joven cantante), y por eso le dedicó el recitativo y aria de Andrómeda, para soprano y orquesta, Ah, lo previdi, Kv. 272. En cualquier caso, la amistad entre el músico de Salzburgo y los esposos Dusek llegó a ser tan intensa como para que éstos tuvieran una influencia decisiva en la buena relación de Mozart con la capital bohemia.

Primer viaje

La primera vez que Mozart viajó a la ciudad del VItava fue en el mes de enero de 1787. Llegó el día 11 con su mujer y con Franz Hofer, su futuro cuñado. Josefina Dusek se hallaba entonces en Dresde, y Mozart se alojó en el palacio del conde Thun, en el corazón de la Malá Strana, cerca de la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, donde se halla el célebre Niño Jesús, réplica praguense del madrileño Niño del Remedio.

En septiembre de aquel año de 1787 Mozart volvió a Praga con el fin de asistir a los preparativos del estreno absoluto de su Don Giovanni. Había hecho aquel viaje, que inspiró a Eduard Mörike un delicioso relato (Mozart auf der reise nach Prag), junto a su inseparable Constanza y con su libretista Lorenzo da Ponte. En esta ocasión se alojó en la casa llamada De Los Tres Leones de Oro (Utri Zlatych Lvú), que se hallaba en la plaza de UheIny Trh (Mercado del Carbón), muy cerca del teatro Nostic (hoy llamado Tyl, en honor del dramaturgo romántico checo Josef Kajetán Tyl), donde iba a tener lugar el estreno de su nueva ópera.

Da Ponte se instaló enfrente, en el hotel Plattensee, y tan cerca estaban los alojamientos que, al parecer, los dos artistas podían seguir conversando de ventana a ventana. En esa época estaba Casanova en Praga, como bibliotecario que era de la familia Wallenstein, y seguramente más de una vez Mozart se sentaría con los dos italianos en alguna cervecería de Ritirská Ulice (calle Ritir) o de la Havelská, en su camino hacia el teatro, para perfeccionar y discutir aspectos psicológicos y dramáticos de Don Juan. Por entonces toda Praga cantaba los aires de Las bodas de Fígaro, y él se sentía querido y admirado.

Da Ponte tuvo que abandonar Praga al ser llamado por José II a Viena. Se le encomendaba el montaje de una ópera de Salieri, escrita para la inminente boda del archiduque Franz con Elisabeth de Wurtemberg. Fue cuando Mozart decidió aceptar la invitación de los Dusek, y se instaló en la villa que éstos poseían al otro lado del VItava, en Smichov, fuera de la ciudad. En aquel apacible retiro de Villa Bertramka, hoy Museo Nacional Mozart, daría Mozart los últimos toques a su Don Giovanni.

Algunas noches volvía tarde de reuniones sociales en la ciudad y le gustaba pararse ante la taberna de Steinic, junto al precioso Karluv Most (puente de Carlos). Despertaba a Steinic para que le preparase el último café y tomaba el camino de Ujezd silbando algún motivo. Luego trabajaba febrilmente, como era su costumbre, hasta las primeras luces del alba. Conocida es la historia, tan vivamente contada por Nissen (el marido de Constanza tras la muerte de Mozart), de la noche en vela, dos días antes del estreno, que pasaron Mozart y Constanza, sobre todo ella, para poner fin a la obertura de Don Giovanni. Merece la pena que la transcribamos.

"La antevíspera de la representación, Mozart dijo a su mujer que él iba a escribir la obertura durante la noche y le pidió que le hiciese un ponche y se quedase con él para tenerle despierto. Ella lo hizo y le empezó a contar historias, como Aladino y la lámpara maravillosa, La Cenicienta y otras que le hicieron reír hasta las lágrimas. Pero el ponche le dio sueño y se adormecía cuando ella dejaba de hablar, poniéndose a trabajar en cuanto ella reanudaba las historias. Como la obra no avanzaba, su mujer le instó para que echase un sueñecito en el diván, prometiendo despertarle al cabo de una hora. Pero Mozart se durmió tan profundamente que Constanza no quiso despertarle hasta pasadas dos horas, a las cinco de la madrugada. El copista debía llegar a las siete. A las siete la obertura estaba sobre el papel. Los copistas se tomaron el trabajo de dejarla lista para la representación, y la orquesta de la ópera, cuyo virtuosismo conocía Mozart, la ejecutó perfectamente a primera vista".

El 29 de octubre tenía lugar el clamoroso triunfo de Don Giovanni, ossia Il dissoluto punito. Un éxito que le animó a prolongar su estancia en Praga algunos días más. En esos días puso fin a su preciosa escena dramática para soprano Bella mia fiamma, addio!.

A través de un hijo del compositor, Karl, sabemos que esta patética escena fue escrita en un pabellón, en lo alto del montículo que domina Bertrainka. En ese lugar ha quedado una mesita de piedra que todavía es llamada la mesa de Mozart, sobre la cual Josefina ponía tinta, plumas y papel pautado.

El último viaje de Mozart a Praga tuvo lugar cuatro años más tarde. Llegó el 28 de agosto de 1791, junto a Constanza y su discípulo Sussmayr. La ocasión era el estreno de La clemenza di Tito, ópera aparentemente destinada a las fiestas celebradas para la coronación en la capital bohemia de Leopoldo II. Y decimos aparentemente porque hay fundadas sospechas de que Titus, sobre libreto de Metastasio, adaptado por Mazzola, estaba casi escrito desde dos años antes. Sabemos que Josefina había cantado ya en abril de 1791 un aria para corno de basseto obligado que muy probablemente era el Non piu di fiori del Tito.

Entonces Mozart se alojó en Bertrainka y disfrutó en alguna medida de su privilegiado enclave. Pero ya estaba herido de muerte, y el fracaso de su obra ante una corte estúpida, incapaz de comprender la enorme belleza de aquella ópera seria, tan distinta a las traídas y llevadas por la moda, aceleró el proceso de su enfermedad.

No mucho tiempo después el público de Praga elevaría a Tito al sitio cimero que merecía por sus maravillas musicales. Y días después de su muerte, ocurrida en Viena en misteriosas circunstancias el 5 de diciembre de 1791, Praga le dedicaba un solemne funeral en la iglesia de San Nicolás, de Malá Strana (Barrio Pequeño). Ningún lugar mejor que el grandioso espacio barroco de San Nicolás para escuchar su Requiem, como entonces se interpretó con los mejores músicos de la ciudad.

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