Oposición de los dogmáticos a las reformas patrocinadas por Kadar en Hungría
BudapestEl Partido Socialista Obrero de Hungría (PSOH, comunista) inaugura hoy su XIII congreso en Budapest bajo el signo de una creciente oposición en su seno a las reformas económicas que han hecho de Hungría el país del Pacto de Varsovia con mayor flexibilidad e iniciativa privada. Esta tensión, que se ha venido gestando en las reuniones preparatorias del congreso, se ve compensada por el optimismo que ha provocado en Budapest el reciente nombramiento de Mijail Gorbachov como máximo dirigente de la Unión Soviética.
Hungría confía en que este nombramiento suponga el fin de una interinidad que, desde los últimos años de vida de Leónid Breznev, ha provocado inseguridad en la alianza de países socialistas. El congreso del PSOH, el primero que celebra un partido comunista en el poder desde el acceso de Gorbachov al poder, afronta los problemas de la política internacional con un relativo optimismo.
Los problemas fundamentales a los que se enfrenta la dirección del partido en este congreso se basan en el creciente descontento de amplios sectores de la población por la situación económica del país y el continuo aumento de las diferencias sociales que han producido las reformas económicas. En los sindicatos y en el propio partido se oyen cada vez con más fuerza los reproches por el resurgir de las clases sociales al amparo de la liberalización y del fuerte aumento de la economía privada.
Hungría es actualmente un extraño país en la alianza socialista. Las tiendas de alimentación y los comercios de todo tipo de productos, incluidos los que en Occidente son de lujo, están plenamente abastecidos. Por las calles de la capital circulan cada vez más coches occidentales conducidos por húngaros. En los alrededores de Budapest se construyen sin cesar villas que nada tienen que envidiar a las de barrios residenciales en cualquier capital de Europa occidental. Los restaurantes están llenos. El Estado emite suscripciones de bonos, que se agotan en cuestión de horas. Algunos húngaros van a Viena, una de las capitales más caras de Europa, a comprar ropa y otros a París o Milán.
Es obvio que en Hungría ha surgido una nueva clase al amparo de la liberalización económica y del creciente campo libre a la iniciativa privada. Especialmente en el sector de servicios, las empresas privadas han irrumpido con gran fuerza. Propietarios de restaurantes, de cafés y otros establecimientos de servicios, artesanos y profesionales liberales consiguen enormes ganancias gracias a la inexistencia de un sistema fiscal eficaz, antes no necesario en una economía absolutamente centralizada.
La otra cara de la moneda es el vertiginoso aumento de los precios, debida en parte a la decisión política de dejarles situarse en el nivel que determina el mercado internacional y suspender la práctica, común a todos los países de economía centralizada, de la subvención a ciertos artículos.
Grandes sectores de la población trabajadora, que no se han podido beneficiar de la apertura a la iniciativa privada, han visto descender drásticamente su capacidad adquisitiva. De estos sectores se nutren las fuerzas que tachan las reformas de antisocialistas. La cúpula del partido está, hasta hoy, casi unánimemente a favor de continuar las reformas, por las que en su día se interesó Yuri Andropov, y que muchos consideran irreversibles. El máximo dirigente húngaro, Janos Kadar, tras 29 años al frente del país, indiscutido dentro y fuera del partido, es la máxima garantía del mantenimiento de esta línea política.
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