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La aristocracia del ingenio

Manuel Rivas

Con antecedentes remotos en la casa de Anjou, descendiente de Carlos Fole Nenavia, garçon de chambre de Carlos III, bisnieto de Juan María Quiroga -ilustre liberal, diputado por Lugo en las constituyentes de 1869, y a quien se le atribuyen 100 hijos naturales-, el tiempo de Anxel Fole es el del declive de casi todas las noblezas del alma. Gentes como él rescataron en la adversidad la verdadera aristocracia, la del ingenio y la elegancia natural de la palabra.Alguien dijo de Fole que era "un niño con arrugas". De chiquillo aprendió a leer al pie de la lareira, enseñado por un tío abuelo llamado Baldomero, vagabundo de barba blanca que había vuelto enfermo de sus andanzas por Europa y América. Nunca abandonó del todo ese fuego del hogar. "La lareira, en Galicia, es un gran laboratorio de cuentos". Allí confluyen historias de vivos y muertos, los recuerdos y las profecías, el humor y el temor sobrenatural, lo real y lo fantástico.

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Arixel Fole es un comunicador de ese tiempo que nos trasciende. Su voz es la de un coro de ánimas, de campesinos de sabiduría innata, de artesanos de discurrir fluido como las fuentes del río Miño. En una deliciosa conversación con Carlos Casares, Fole cuenta cómo de mozo leía en la huerta midiendo el tiempo por los frutos que comía. Así ha escrito este niño con arrugas que confiesa su gusto por la música de Stravinski y las películas de apaches. Su voz, su literatura, es la de la montaña a la que hay que volver, allí donde las huellas del hombre se funden con el sol de invierno.

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