Bélgica cumple
ESTÁN YA instalados en Bélgica los primeros 16 misiles de crucero norteamericanos de los 48 que se había comprometido a recibir este país en función de la decisión de la OTAN de diciembre de 1979. Todo estaba ya preparado antes de que el Gobierno belga, por boca del primer ministro Martens, hiciese pública su decisión favorable a la instalación; así, dos horas después del anuncio gubernamental, llegaban los misiles en aviones norteamericanos a la base de Florennes. La discusión en el Parlamento de Bruselas se ha hecho a toro pasado; los misiles estaban ya en territorio belga. El argumento del Gobierno consistió en que a él le corresponde la responsabilidad de las decisiones de política exterior. Lo que el Parlamento podía hacer no era tomar la decisión sobre los misiles, sino rechazar la confianza al Gobierno y derribarle a posteriori. Pero el resultado del debate parlamentario ha sido favorable a la coalición de democristianos y liberales que encabeza Martens, que ha ganado la votación por 116 votos contra 93. Varios diputados de la oposición de derecha han sumado sus votos a los del Gobierno. Sin embargo, este hecho no puede disimular que la oposición a la instalación de los misiles es amplísima en todas las capas del país. Los dos partidos socialistas, el de Valonia y el de Flandes -que integraban el Gobierno cuando la decisión de la OTAN de 1979 y el compromiso inicial belga de aceptar una parte de los euromisiles- se han manifestado ahora en contra. Ambos partidos tomaron parte activa el pasado domingo en la gran manifestación que recorrió las calles céntricas de Bruselas para expresar la oposición a los misiles, junto a grupos cristianos, pacifistas, ecologistas y comunistas.En realidad, nadie considera que colocar esos 16 misiles aumenta la seguridad de Bélgica o de Europa. Recientes declaraciones de funcionarios norteamericanos aseguran que el número de SS-20 soviéticos se ha elevado hasta más de 400 en los últimos meses. Lo único que está claro, por tanto, es que se intensifica -a pesar de la reanudación de las conversaciones en Ginebra- la carrera de armas nucleares en las dos partes de Europa. Eso que se llama seguridad, quizá por gusto de la contradicción, se convierte cada vez más en la certeza de una destrucción absoluta en el caso de que se llegase a utilizar las armas que se están acumulando. En la decisión del Gobierno belga lo que estaba en juego no era, pues, la seguridad, sino la disciplina de la Alianza Atlántica. Martens quiso obtener que la OTAN aceptase un aplazamiento de la decisión belga, pero la respuesta negativa fue tajante porque no se podía dejar en entredicho a los Gobiernos que ya habían aceptado los misiles.También intentó el Gobierno belga un gesto de la URSS: el compromiso de disociar, en Ginebra, la negociación sobre euromisiles de la de las armas espaciales. A todas luces, la URSS no mostró interés. Lo que ahora le preocupa es el problema de la guerra de las galaxias; que se sigan acumulando armamentos nucleares en Europa es algo ya asumido y que no merece acciones diplomáticas especiales, sino, a lo sumo, palabras de propaganda.
El caso de Bélgica confirma, una vez más, que Europa está condicionada por un sistema de bloques basado exclusivamente en las consideraciones estratégicas de las dos superpotencias, que erosiona gravemente la independencia y soberanía de los países. El único país que aún no ha tomado una decisión definitiva sobre la instalación de euromisiles es Holanda. Bélgica también se reserva una nueva decisión, sobre los 32 que quedan pendientes, antes de fin de año. Pero la realidad es que el sistema mismo de la OTAN, con las presiones de diverso tipo que en su seno pueda ejerce EE UU, va dejando espacios cada vez más limitados para que la voluntad de los pueblos europeos, en cuestiones fundamentales de política exterior, pueda traducirse en políticas de gobierno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.