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La 'sala madre'

La nueva ola inglesa; el punk; los sonidos de garaje, la espontaneidad juvenil canalizada a través del rock; la comprensión, desarrollo y difusión de modas van guardistas; el business musical, estaban necesitando, en el inicio de la presente década, un local en nuestro país de características distintas a las del resto de las discotecas. La movida madrileña, tan cacareada ahora, requería un espacio vital propio, un punto de encuentro a salvo de las feroces críticas a una modernidad cuyo mayor pecado era abrir puertas a los jóvenes, lejos de los prejuicios culturales de la transición política española.En 1981, en la calle del Padre Xifré, junto al desprestigiado Marquee, homónimo del legendario local británico, se inauguró el que habría de convertirse en la meca de todos los grupos españoles: Rock-Ola. El primer concierto lo dieron los U. K. Subs.

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A partir de ese momento se inició un florido peregrinar de artistas y grupos internacionales, entonces pequeños, ahora pasto de las listas de éxito y los públicos masivos: Siouxie & the Banshees, Simple Minds, New Order, Echo & the Bunnymen, Iggy Pop, Damned, Psychodelic Furs, John Foxx, The Church, Lords of the New Church, The Cramps, Thompson Twins, Howard Devoto, The Stranglers, Teardrop Explodes, lan Dury, hasta un largo etcétera. Sólo faltaron los mismísimos Sex Pistols.

Al mismo tiempo, los grupos nacionales tomaban buena nota de los foráneos, se revolvían frente a un medio hostil y actuaban periódicamente frente a audiencias que llegaron a ser consideradas como elitistas debido a su número y gustos. En Rock-Ola encontraron escenario adecuado las más legendarias actuaciones de Alaska y los Pegamoides, Parálisis Permanente, Radio Futura, Siniestro Total, Gabinete Caligari, Coyotes, Polanski y el Ardor, Nacha Pop, Derribos Arias, Zombies, Glutamato Yeyé, Sindicato Malone... Y ahora ya no cabe duda de la relevancia que poseen en el panorama del pop nacional.

En la mejor etapa de Rock-Ola por prestigio, público y programación musical, Mario Armero y Lorenzo Rodríguez se encontraban al frente de la sala y en ésta se ofrecía la posibilidad de tocar a cualquier grupo con el interés necesario, por muy desconocido que fuera. En estos tiempos de movida asumida, crestas comercializadas y posmodernidad militante, parece que una negra sombra se cierne sobre la sala madre. Tal vez no sea nada, tal vez signifique el fin de una época.

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