El negocio de la rosa
Umberto Eco, autor de El nombre de la rosa, acaba de publicar en España Apostillas a El nombre de la rosa. ¿Por qué? Dice que está harto de entrevistas (lo ha dicho en una entrevista, como es lógico), en la que los lectores le preguntan las claves ocultas de El nombre...
En las apostillas no revela nada, sino que alimenta el juego; se hace su propio eco. La editorial -en mi opinión- debe esperar que este texto sirva para que los lectores de la novela sigan en su sinvivir. Y es que se trata de un juego de sociedad. "¿Has leído El nombre de la rosa?". "Sí, apasionante". "¿Y el latín?". "Me lo tradujo un tío mío que fue seminarista". "Así ya se puede". "Sí, hay que ver con la Edad Media". "Ya". "¿Te has enterado de cuál es el nombre de la rosa?". "Pues, la verdad, no caigo".
En las apostillas Eco dice que el título "debe confundir las ideas, no regimentarlas". Y al final, con otro jueguecito semántico: "Sólo los monjes de la época conocemos la verdad, pero a veces decirla significa acabar en la hoguera". Hoguera alimentada, quizá, con los cientos de miles de papiros que Eco ha cobrado ya por los derechos de autor.
Para no tener que conceder más entrevistas, Eco concedió una de un cuarto de hora a la radio, apostillando las apostillas: "¡Todo lo que he escrito en ese texto es falso! Sí, sí, es falso; así no estaré obligado a explicar qué es lo que quiero decir". A los pobres paganos de semiótica que compraron las apostillas para entender El nombre... sólo les cabe admirar la inteligencía de un profesor que puede estar ya preparando unas aclaraciones a las apostillas. Yo sé el nombre de la rosa: negocio.-