Máquinas positivas y perversas del arte latinoamericano
El francés Jacques Leenharolt, el brasileño Roberto Pontual -conocidos críticos de arte- y el autor de este artículo proyectaron la exposición Frente a la máquina, abierta en la Maison de L'Amérique Latine, de París, que dirige la escritora venezolana Elisabeth Burgos, quien ha logrado transformar lo que no pasaba de ser un restaurante de lujo para diplomáticos en una verdadera casa de la cultura. En este trabajo se analizan aspectos de esta muestra.
El comité que organizó la exposición Frente a la máquina planea ir mostrando todos los años, en sucesivas ocasiones, la labor que los artistas plásticos latinoamericanos vienen desarrollando en París, algunos desde hace ya mucho tiempo. Esta vez pareció interesante empezar la serie con una alusión a la máquina. Máquina en el sentido amplio del término, tanto la que califico de máquina positiva como la que Pontual bautiza la máquina perversa (la que se ríe del maquinismo, pero utiliza sus medios); máquina, en fin -como dice Leenhardt en su texto-, capaz de inspirar a mucha de la pintura y escultura contemporáneas: como adhesión o como rechazo.Había demasiados candidatos y tuvimos que reducirlos a 13, con una distribución -ahora lo comprendo- exclusiva suramericana (puesto que aquí no hay centroamericanos o caribeños que practiquen mayormente esa forma de expresión).
Por un lado, están los practicantes de la máquina ingenua, a la primera potencia diríamos; los cultores de la máquina-máquina como instrumento capaz de segregar una cierta belleza comparable a la de la técnica moderna. Es la que ejercen con éxito, por ejemplo, los venezolanos Soto y Cruz-Díez, cinéticos cuyas creaciones se mueven con el aire o parecen moverse según el desplazamiento del advertido espectador.
A esa misma familia humana pertenecen tres argentinos: Le Parc, Marta Boto y Vardánega, creadores todos ellos de artefactos ópticos que, por medio de la electricidad o por sí mismos, nos fascinan no sólo por la riqueza y complejidad de sus proposiciones visuales, sino también por la absoluta perfección formal con la que esos mismos mecanismos han sido ejecutados.
Las máquinas a la segunda potencia, las máquinas contestatarias, están representadas por dos ejemplos brillantes: el del peruano Fabián Sánchez y el de][ argentino Vanarsky. Me explico: hace años que Sánchez trabajaba con viejas máquinas de coser, a las que desarma y vuelve a montar con un claro propósito estético. Con ellas, este agudo escultor -modificándolas, torturándolas- logra algo que, sorprendentemente, se parece a un insecto: escarabajo, hormiga, mantis religiosa. Insectos gigantescos que nos sacan la lengua, que nos miran sin mirarnos a través de piezas relucientes que se destacan sobre sus cuerpos negros...
Vanarsky es el hombre que ha aplicado los mecanismos lentos, del belga Pol Bury, a la figuración más realista, tanto que: un espectador desprevenido no se da cuenta enseguida de que el libro abierto sobre la mesa se mueve, que las hojitas otoñales se agitan sin ruido, que las huellas en el piso se marcan sin que veamos a quién las produce, como en el Hombre invisible, de Wells.
¿Cómo olvidar en esta categoría de la influencia -perniciosa o benéfica- de la máquina los cuadros, siempre fascinantes, de Matta, el chileno universal?.Allí han estado sus tres telas a dominante roja, en que en el magma elemental se yerguen larvas, émbolos, de una ficción científica crítica o exaltada del mundo que nos espera.
Saliendo ahora de la semiabstracción de Matta vamos a toparnos con la plena figuración del uruguayo Gamarra. ¡Ojo, no se trata simplemente de las inocentes vistas de un primordial mundo americano! Si miramos bien, por encima de las cabezas de los conquistadores apenas desembarcados de las carabelas, vuelan ya helicópteros norteamericanos. Y a veces una gran serpiente rayada es la anaconda-como la multinacional- que nos obstruye el camino. Esta pintura encantadora en tonos sombríos es, en realidad, la más comprometida políticamente de toda esta muestra.
El brasileño Krajcberg, por ejemplo, el antimáquina por definición, el hombre de las ramas y los troncos pulidos por el mar, que él hace entrelazarse amorosamente. La máquina por ausencia o la máquina de la naturaleza, toda en curvas pulidas, tersas. Y cerca de él, sobre el muro, las incisiones del brasileño Piza -el mayor grabador suramericano de París-, que presenta sus laceraciones sobre blancos papeles, heridas limpiamente cortadas en una carne inocente con la fría precisión de la máquina (otra vez la máquina ... ).
Figuraba también el patriarca uruguayo Arden-Quin, que tanto influyó en el arte concreto rioplatense, en la década de los años cuarenta, en Buenos Aires. Cuando, junto con Gyula Kósice, fundó el grupo Madí, que los historiadores internacionales apenas si están descubriendo ahora. Grupo que, entre otras libertades, fue el promotor del cuadro ni rectangular, ni redondo, ni cuadrado; lo que los norteamericanos 20 años después iban a llamar triunfalmente shaped can vas.
En fin, invitada ajusto título la escultora abstracta chilena Marta Colvin, quien maneja dos fuentes principales de inspiración: las grandes construcciones -y destrucciones- precolombinas y la humanización de un maquinismo que en sus manos llega a adquirir una jerarquía propia.
Autocrítica
Ya señalé la involuntaria circunstancia de que todos estos artistas fueran suramericanos: la tendencia se dio, sobre todo, en esa parte del continente y no tenemos más remedio que aceptarlo. Y si bien hay ahora. muchos jóvenes mexicanos embarcados en pleno geometrismo, en general no salen mayormente de México.Otra objeción quizá más grave aún consistiría en denunciar la edad de los artistas plásticos ele gidos para esta exposición, dota da de un excelente catálogo: todos ellos tienen entre 45 y 60 años, e incluso hay uno que lleva gallardamente sus 731 primaveras, aunque siga estando más alerta que nadie.
Babelia
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