Anticomunismo visceral
Haro Tecglen terminaba un artículo extraordinario (EL PAIS, 28 de agosto de 1978) con estas palabras: "Queremos un Papa que sea católico. Esto no es una frase ingeniosa, es sencillamente una utopía". Católico significa universal; por tanto, el Papa debe sentirse padre de todo hombre, creyente o no. Manuel Alcalá ha dicho en Razón y Fe, junio de 1982, que el papa Wojtyla es anticomunista visceral.Creo que esto explica su juicio partidista, no paternal, del comunismo. Sólo así pudo decir estas palabras en Perú: "Grande es la responsabilidad de la ideología que proclama el odio, el rencor y el resentimiento como motor de la historia". El cardenal López Trujillo nos aclara la cosa en Liberación marxista y liberación cristiana, página 251, comentando este pensamiento de Marx. El odio personal puede constituir la primera aproximación al sentido de clase. La teoría política debe transformar ese odio en odio al capitalismo, en odio del mal.
De aquí deduce nuestro cardenal que esto es la universalización del odio, una objetivación del mismo, no una superación. Olvidaba que al construir una sociedad sin explotadores ni explotados, Marx pretende una sociedad solidaria, en la que no sería posible el odio interclasista. Incluso, en el período de lucha, trata de humanizarlo derivándolo en algo abstracto, como es el odio al mal.
No es lógico exigir a las masas humilladas la perfección evangélica, la no violencia, cuando la teología tradicional la había reducido a "consejos evangélicos" para minorías, y cuando el cardenal Spellman, por ejemplo, arengaba a sus
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soldaditos en Vietnam, que se cargaron unos cinco millones de indochinos y suma y sigue. El anticomunismo ha pretendido justificar la política de Franco, de Pinochet, de Reagan, y todo viene del error de Pío XI cuando calificó al comunismo de "intrínsecamente perverso". Error que había desterrado Juan XXIII y que ahora resucita Juan Pablo II.
Ni el Vaticano II ni ninguna encíclica han condenado el imperialismo, porque el mismo capitalismo que lo genera lo ha condenado de palabra, no con los hechos, sólo en determinadas circunstancias.
Lo dicho y lo que queda por decir es demasiado grave para callar. Hay que decirlo, porque la verdad es un valor absoluto; la Iglesia sólo es un instrumento al servicio del reino. La historia hablará del papa Wojtyla, pero también de los mártires cristianos y no cristianos de Hispanoamérica, de los teólogos de la liberación, etcétera. La mejor prueba de que la Iglesia católica es la verdadera es que entre todos, jerarquía incluida, no hemos sido capaces de destruirla.-
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