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'Ayatollah' Ganyei: "Para derrocar a Jomeini no hay otra vía que la insurrección armada"

Irán celebra estos días el sexto aniversario del triunfo de la revolución islámica contra el sha Reza Palilevi. Centenares de miles de iraníes conmemoraron ayer la efeméride en una manifestación masiva en la plaza Azadi de Teherán. En Madrid, el ayatollah Jalai Ganyei y Reza Molai Nejad, del Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), anunciaron el derrocamiento del régimen de Teherán mediante una insurrección popular armada.

Ganyei, de 42 años, es de Qom. Miembro del CNR, representa a un grupo demócrata. Asegura haber sido encarcelado bajo el mandato del sha. Hoy considera la supervivencia de Jomeini como "una catástrofe para Irán y para el mundo". "No hay otra vía que la insurrección armada popular para derrocar a Jomeini", dice. "Será mucho más corta que la que derrocó al sha"."En la futura República Islámica Democrática de Irán, los clérigos musulmanes, como tales, no tendrán ventajas. Las responsabilidades se asignarán por la capacidad de cada cual", dice. No admite diferencias entre grupos del régimen. "Los del presidente Jamenei, del ex primer ministro Malidavi Kani o de Hashemi Rafsanjani, presidente del Parlamento, no existen", a su juicio. "Son lo mismo. Sólo luchan por el poder. Todos reconocen el liderazgo de Jomeini, aprueban su represión salvaje contra nosotros. No hay más alternativa que el CNR".

Molai Neyad, representante en España de la organización Muyaidin Jalk, hegemónica en el CNR, denunció la represión en Irán; exhibió pruebas de su grupo sobre 10.000 asesinatos de muyaidin o simpatizantes, e informó de 23 sabotajes de la resistencia contra aviones en bases aéreas iraníes.

Espinas en el horizonte

El régimen islámico iraní ha cumplido seis años. La situación política está bloqueada. La guerra contra Irak prosigue. Su costo se cifra, para Irán, en más de 200.000 millones de dólares. Las cosas no van mejor en Irak.No se vislumbran salidas militares al conflicto. Jomeini se niega a cualquier tipo de negociación. El pueblo sufre en su bolsillo y en su ánimo los efectos de la contienda.

El soporte del populismo de Jomeini ha sido la alianza entre el lumpenproletariado urbano y el bazar, la clase comercial iraní. Esta alianza se halla hoy en peligro. El clero en el poder ha intentado reemplazar la esperanza de mejoras materiales y vitales, que la revolución despertó, por un islam metafísico, cuajado de renuncias, que sólo creyentes soñadores pueden concebir.

El proletariado y los campesinos no han visto realizadas las grandes reformas económicas y sociales por las que hicieron la revolución. La reforma agraria nunca existió. El comercio exterior no ha sido nacionalizado. Los revolucionarios más emprendedores han muerto en el frente o desaparecieron en las numerosas y sangrientas purgas. Los obreros y los campesinos carecen de representación política en Teherán.

Los bazaris que no han querido convertirse en meros agentes importadores de las multinacionales quedaron a un lado. Han perdido posiciones políticas. Sus dirigentes conservan el poder a costa de dejar de ser lo que eran.

La guerra, que antes unió sectores tan diferentes, hoy los enfrenta. No hay riqueza que repartir porque la mayor parte se encauza hacia el frente. El clero no está dispuesto a compartir el poder. Ejército regular y pasdaranes vuelven a la greña ante una guerra que no saben ganar.

Si la riqueza no se distribuye y el poder no se liberaliza, la muerte de Jomeini puede acarrear el levantamiento armado, la guerra civil o la partición del país. Irán bien vale un reparto.

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