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Cultura

Cualquiera que haya salido por esos mundos con una cierta curiosidad sobre el consumo intemacional de cultura española puede correr el riesgo de tener que explicar quién es Delibes a más de un profesor latinoamericano, y en cambio, ese mismo ignorante se sabe de memoria El romancero gitano y está dispuesto a seguir el rastro de Walt Whitman en Poeta en Nueva York, incluso con los ojos cerrados. Y si invertimos la experiencia, ¿qué sabemos en España de lo que se escribe hoy en Latinoamérica más allá de la cordillera compuesta por Vargas Llosa, García Márquez, Donoso, Uslar Pietri, Borges, Otero Silva, Onetti, Benedetti, Bryce Echenique y un breve etcétera?Cuando se sabe la cifra exacta de¡ dinero que el Estado español no emplea para practicar la penetración cultural y se descubre que Francia destina 50 veces más presupuesto para influir sobre el mercado cultural latinoamericano, hay que tener la piel del espíritu nacional muy curtida para no llegar a la conclusión de que este siempre ha sido, es y será un país de fantasmas, y además de fantasmas pobres, que son los fantasmas más desgraciados e inútiles de toda la fantasmalidad. En estas condiciones es lógico que la cultura literaria española de exportación siga dependiendo del prestigio adquirido a tiempo por la generación del 27 y mantenido por una pequeña y brillante industria cultural de los críticos del 27, bien instalada en los departamentos literarios de anglosajonia.

A los irlandeses les pasa igual. La literatura irladensa ha desaparecido detrás de la estatura de Joyce, estatura merecida genéticamente por James Joyce, pero agrandada también por la Industrial Cultural Joyce, SL. El estudio de Joyce mantiene a un buen puñado de familias construidas por profesores especialistas en Joyce, y se trata además de un escritor tan interpretable y enigmático que aún caben en el negocio 500 o 600 joycianos más, siempre y cuando se pongan de acuerdo en el reparto de las galerías por explorar en la mina del espíritu de la letra joyciana. Falta por estudiar, por ejemplo, cuántos tragos necesita un personaje medio de Ulises para acabar con media pinta de cerveza.

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