La vidente de El Escorial
LOS DESPREVENIDOS espectadores de Informe Semanal, programa que emite los sábados por la noche Televisión Española en horas de máxima audiencia, se vieron asaltados por un inusitado reportaje que presentaba, con una neutralidad acrítica digna de las técnicas del nouveau roman, nada menos que a la Virgen María hablando por boca de la vidente Amparo Cuevas. Creyentes y agnósticos pudieron así competir lealmente a la hora de rechazar un espectáculo que no podía sino herir la sensibilidad de una sociedad adulta y civilizada. Para la inmensa mayoría de los católicos, la contemplación de esa médium, que rivalizaba en jadeos con la niña endemoniada de El exorcista, resultó una ofensa y una humillación. Y a los agnósticos, la patética imagen y la deformada voz de la vidente de El Escorial les hizo retroceder a los tiempos no tan lejanos en que fe y superstición se confundían en un mismo manipulado mensaje al servicio del llamado nacionalcatolicismo.Seguramente los excelentes reporteros de Informe Semanal se dejaron ganar por el indudable interés periodístico de su primicia y por el valor sintomático del aquelarre recogido por las cámaras con sonido directo. Cabe dudar, sin embargo, de que el exquisito distanciamiento adoptado para la presentación de esa espeluznante farsa fuese un enfoque respetuoso con la conciencia y con la dignidad de millones de espectadores. Amparo Cuevas, cuyos trances comenzaron a finales de 1980 y cuyos éxtasis se programan los días festivos y los fines de semana, es un caso más de esa larga relación de videntes que alardean de estigmas, charlan con seres invisibles y son poseídos por voces procedentes del más allá. Las autoridades eclesiásticas han mantenido hasta ahora un significativo silencio sobre los portentosos hechos de los que Amparo Cuevas, que se ha negado a ser objeto de observación psiquiátrica, se declara testigo y protagonista. Pero que los comentaristas de Informe Semanal decidieran suspender cualquier juicio sobre la estrella invitada de su programa del pasado sábado, regalándole el beneficio de la duda o suscitando en los crédulos una presunción favorable, despeja el camino para que un futuro reportaje en los Cárpatos sobre el conde Drácula mantenga a los espectadores en una neutral incertidumbre acerca de la existencia y las hazañas de aquel aristocrático y casi inmortal vampiro bebedor de sangre humana.
La vidente de El Escorial, amparada por algunos sacerdotes simpatizantes con la extrema derecha, es acreedora de la gratitud de los transportistas que acarrean a los peregrinos y de los avisados organizadores de ese retablo de prodigios. A Amparo Cuevas, en cuyos éxtasis no faltan acompañamientos de luces celestiales, olores a rosas y voces sobrenaturales, se le atribuyen ya curaciones milagrosas y bilocaciones no menos portentosas. Por lo demás, los apocalípticos mensajes de la vidente, supuestamente recibidos de las alturas, contienen la aburrida catarata de amenazadoras advertencias que este género de médiums acostumbra a lanzar sobre sus aterrados oyentes. La impureza de la juventud, las blasfemias de los incrédulos, la conversión de Rusia, la infiltración de la Iglesia por la masonería, el uso preceptivo de la sotana y la teja, el anuncio de una nueva guerra civil en España y de una devastadora conflagración mundial, la futura colisión de los astros con la Tierra, las conjuras contra el Papa y la inminencia de un terrible castigo para los pecadores constituyen algunos de los temas de las animadas charlas que -según la vidente y sus padrinos- sostiene la Virgen con Amparo Cuevas. Nadie podrá ya decir, en verdad, que Televisión Española practica la censura. Y tampoco que la moral ciudadana se halla amenazada tan sólo por las escenas de cama y los besos en la boca transmitidos por la pequeña pantalla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.