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María Cánovas

Redactora de la edición castellana de 'La mujer soviética' durante su exilio en Moscú, la viuda de César Arconada ha vuelto a Barcelona

María Cánovas, nacida en Mahón, de padre marino, vivió intensamente la guerra civil de 1936 en Barcelona, "pero sin disparar un tiro", en la retaguardia, repartiendo jerseis y calcetines entre las tropas. Su primer marido, Juan Usatorre, nacido en Lequeitio, era jefe del Ejército Republicano de Cataluña y ambos iniciaron el exilio en 1939, camino de Moscú. Posteriormente, el matrimonio se divorció. Cánovas se dedicó a la traducción al castellano de autores soviéticos y siguió frecuentando el círculo de españoles, lo que le acercó a César Arconada, un palentino de la generación del 27, también exiliado en Moscú, con quien se casó en 1952.

María Cánovas está recuperando ahora el mundo que dejó atrás, esa Barcelona que encuentra ahora transfigurada, tan distante de la de su juventud republicana, "la época más luminosa de mi vida", pero por la que tambien cabalgó la dictadura franquista que ella no conoció. Y es la conciencia del paréntesis histórico que no ha vivido -que se ha perdido- lo que la hace sentirse aún huésped, una especie de invitada en su propia casa. La inestable situación de su hijo, todavía indocumentado, y a la espera de conseguir la nacionalidad española, ha perturbado su vuelta. Como si apenas quedara algo de ese estado de gracia que le acompañó al regreso. "Estoy desesperada, me piden un depósito en el banco de 800.000 pesetas que no tengo, para que se le conceda la nacionalidad, cuando él es hijo y tataranieto de españoles..."Por principio, Cánovas no desea hacer un balance político de su estancia en la Unión Soviética. "Los soviéticos han sido muy buenos con nosotros", resume escueta, como si la frase sirviera de velo que cubriera cualquier interpretación. Si eso significa desencanto pragmatismo o aquiescencia, cada cual puede pensar lo que quiera. Son años, los de su estancia soviética, que de alguna manera parecen también una ausencia, una franja de memoria protegida, unos recuerdos que hay que disecar para empezar de nuevo aquí. Algo que María Cánovas tiene claro "yo soy de aquí. Y mi hijo, engendrado por españoles, también".

En su casa de Moscú nunca hubo cortinas. "¿Para qué, si íbamos a volver en seguida?". Como tantos otros exiliados españoles, entre los que María destacaba por su empuje, el recuerdo de los autores clásicos fue su peculiar forma de españolismo, su manera de preservar su identidad. Y fue en ese ambiente de fervor por la literatura española, donde María se encontró con César Arconada, prosista de la generación del 27, fascinado por Greta Garbo y Debussy y autor de La turbina y Río Tajo.

El suyo fue "un amor tardío que sólo duró 12 años", porque Arconada murió en 1962. "Si hubiera podido, hubiera dicho a la muerte: 'Esperaos hasta el día del Juicio". Porque, subraya María, "mi vida con Arconada fue divina; diga lo que diga, me quedo corta".

Una devoción que a María Cánovas no le ha creado conflictos ni le ha hecho sentirse vampirizada. Frente a la tradicional teoría de que el intelectual recurre a una mujer inferior que aumente su propio narcisismo, María Cánovas, que no responde a ese patrón, ha tenido la habilidad de ser ella misma, una mujer de carácter vivaz y resuelto -a menudo imparable-, sin eludir lo que de inevitable había en su papel de consorte. La admiración no la hizo sumisa.

Redactora durante 23 años de la edición castellana de La mujer soviética, Cánovas no se considera feminista. "En la Unión Soviética no hay feminismo. La mujer lleva la doble carga del hogar y el trabajo, y hay sectores, como la medicina, donde hay mayoría femenina. Ahora el problema es otro: conseguir que la madre pueda cuidar a su bebé hasta los tres años para que éste no se enajene".

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