Clavicémbalos en el Real: una bocanada de aire fresco entre novenas

La universidad Autónoma de Madrid ha brindado un concierto, dentro de su ciclo sobre la música de cámara en la Europa de nuestro tiempo, que ha supuesto una bocanada de aire fresco entre las grandes masas orquestales de las novenas pasadas (Beethoven) o anunciadas (Shostakovich, Brukner). Aire fresco fuera del teatro y dentro del mismo, ya que un público mayoritariamente joven, muy distinto al habitual del Real, llenó el local con ese silencio y entusiasmo típicos de aquellos para quienes la asistencia a un concierto es casi un evento, a fin de escuchar un programa infrecuente y original entre tanto repertorio a una agrupación cuya nota predominante era también su juventud.Tras una pieza de Leclair, Scylla et Glaucus, que sirvió de digna introducción, dos conciertos de Bach para tres y cuatro clavicémbalos.

Muy escasas son las composiciones de este tipo, ya sean para clave o para piano. Bach y Mozart quizá sean los autores de las obras más representativas. Lo más interesante del concierto en do mayor, el mejor de los dos escritos por Bach para tres claves, es el melancólico adagio central, sorteado por un polifónico final y un alegro inicial de carácter poderoso, en el que los tres claves tocan al unísono.

Ímpetu y energía

Las posibilidades Para el lucimiento de los solistas, cuya potencia sonora resultó un punto por debajo de lo deseable, se incrementan en el concierto para cuatro claves, de estilo incluso más italiano que el anterior, consecuencia lógica al ser un arreglo del concierto para cuatro violines de Vivaldi. La agrupación y los solistas supieron reflejar con acierto su impetuosidad y energía.

En la segunda parte, otras dos obras infrecuentes: el concierto para violín y cémbalo de Haydn, en el que la concertino del Ensemble Instrumental de Grenoble actuó correctamente de solista, y los Six Epigraphes Antiques, de Debussy, cuyo sosegado y elegíaco carácter sólo fue capaz de provocar un bis de este conjunto francés, fundado en 1968 y especializado en la música del siglo XVIII.

A título anecdótico apuntemos que desde hace unos días preside los conciertos en el Teatro Real el emblema, falto de imaginación y originalidad, del Año Europeo de la Música. Se trata de un círculo rodeado de estrellas. El diseño es una composición escasamente original a partir de una cara, la nota de sol, las cuerdas de una lira... Está situado debajo del órgano, y se impone en la visión del espectador, que en la audición de música no debiera ser perturbado por nada. El emblema ha venido a añadir una nota de discutible gusto al ya de por sí poco atractivo escenario del teatro.