Rudy Armstrong, fiel a sus maestros
Un crítico de jazz madrileño no lo es del todo si no dedica una crónica a Rudy Armstrong, que el pasado martes actuó con su cuarteto en el Café Clamores. Rudy ha actuado en sesiones de noche y más noche, deleitando a la numerosa concurrencia con Quisiera ser, Cerezo rosa y otras perlas de su repertorio de siempre. Sabedor de que en el origen del jazz, como en el de cierto preparado alimenticio, está aquel negrito del África tropical, esgrime sus trompetillas de juguete y nos relata las múltiples cualidades de ese producto sin par, que a semejantes alturas uno ya no sabe si es el jazz, el preparado alimenticio o las trompetillas.Rudy Arinstrong sigue fiel a sus maestros. De Rudy Ventura tiene la gracia verbenera, y de Arinstrong, el feeling, el savoir faire y, si nos apuran, hasta la Weltanschauung, que aquí a políglotas no nos gana nadie. Pasa de matemáticas y, como en el pasado se permitió cuartetos de tres, ahora dirige uno de cinco, o de seis si contamos al amigo americano, la caja de ritmos más barata del mercado.
Está el Reverendo al piano, y el Doctor Hunt al washboard y la botella de Anís del Mono, y Tom Mingus tocando el contrabalde como el propio que lo inventó -que, casualmente, fue él-, y el pobre Andreas Prittwitz, todo serio, aguantando el tipo al clarinete, entre el entusiasmo de una concurrencia que le grita: "¡Torero, torero!". No se verá en otra igual.
