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Mitterrand cuenta tan sólo con un año para recuperar su deteriorada imagen

La ruptura de la izquierda gober nante socialista-comunista y el rechazo global, por parte de algunos, o la decepción de otros hacia la experiencia socialista en Francia, a medio camino del septenio del presidente François Mitterrand, caracterizan el resumen político de 1984. En el área diplomática, o más concretamente en el terreno de la construcción europea, así como en materia económica, el mitterrandismo ha conseguido bazas importantes que, sin embargo, en un primer tiempo al menos, no rehacen su imagen. El año 1985 que acaba de comenzar será la última oportunidad para la izquierda, que deberá afrontar unas históricas elecciones legislativas en la primavera de 1986.

Se cuenta en París que hace algunas semanas, en un consejo de ministros, el presidente François Mitterrand hizo unos comentarios sarcásticos ante su Gobierno a propósito de la imagen catastrófica creciente que de él ofrecen los sondeos de la opinión pública. "Espero el día en que mi cota de aceptación por parte de los franceses llegue a cero", dijo.No se sabe si el presidente, y con él toda la mala imagen de la izquierda, ha tocado fondo en este año difícil que termina para los vencedores de las elecciones presidenciales de mayo de 1981. Los números, en todo caso, no son alentadores: sólo el 26%, según unos sondeos, y el 28% de los franceses, según los otros, dicen que están de acuerdo con la política de Mitterrand. A lo largo del año, al mismo tiempo, toda la izquierda gobernante ha continuado perdiendo elecciones parciales y, sobre todo, fracasó estrepitosamente en los comicios europeos de junio.

Esas elecciones provocaron precisamente la ruptura entre los comunistas y socialistas; hecho que no sorprendió, aunque los más expertos creían que no se iba a producir hasta las elecciones legislativas de 1986.

Los comicios europeos arrojaron saldos inquietantes para la izquierda: el Partido Comunista Francés (PCF), con el 11% de los sufragios (igual que la extrema derecha), confirmó una vez más lo que se considera como un declive histórico. El Partido Socialista (PS) apenas sobrepasó el 20% del electorado y los, intentos de creación de fuerzas de centro-izquierda que pudiesen aliarse a los socialistas han fallado totalmente.

Todos estos hechos son los que cuantifican el rechazo por la opinión francesa de los socialistas. A medio camino de su septenio, el presidente Mitterrand no ha ganado ni un solo elector de la oposición y ha perdido muchos o todos los que en 1981 lo votaron como presidente contra el saliente Valery Giscard d'Estaing, o porque dudaban. Asimismo, Mitterrand ha decepcionado a una parte del electorado de izquierda porque, al fin y al cabo, después de muchos tropezones, practica una política que no se diferencia mucho de la que harían Gobiernos de la oposición.El año que acaba ha sido duro para quienes creían en la pureza de una Administración de izquierda: Mitterrand ha tenido que ceder en el problema escolar. Cerca de dos millones de manifestantes en París le obligaron a retirar una ley que la Iglesia y la oposición consideraban que ahogaba la escuela privada. Para rehacerse con la iniciativa política anunció un referéndum para ampliar la práctica de este último, y tampoco pudo llevar a cabo esta espectacular medida por obstrucción de la oposición.Titubeos ideológicos

A estos patinazos hay que añadir el titubeo ideológico, que es el que posiblemente ha afianzado a muchos franceses en la desconfianza que les inspira Mitterrand, y que en todo caso ha espantado definitivamente a los comunistas. Con la política económica de austeridad, con la reconversión industrial, con la rehabilitación de la empresa y de la noción del beneficio, con la exclusión de toda alusión al puritanismo socialista en el discurso político y con el nombramiento del primer ministro Laurent Fabius, hombre moderno y pragmático (Pierre Mauroy fue la encarnación, como jefe de Gobierno, del romanticismo socialista de la belle époque), se creyó que había empezado realmente otra era de la gestión mitterrandista. Pero hoy, sin que se crea lo contrario, el presidente, quizá por razones electorales, ha vuelto a reengancharse al discurso de la ruptura con el capitalismo, mientras la práctica gubernamental permite aún comprobar lo contrario.

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Este vaivén teórico-práctico-electoral es explotado sin respiro por la oposición y denunciado por los comunistas, de tal manera que Mitterrand, con sus fieles, se encuentra solo.

Los aspectos positivos de la política económica (reducción de la inflación y del déficit del comercio exterior, aunque a costa de un aumento serio del desempleo) da la impresión de que a los franceses ya no les importan a la hora de juzgar a los socialistas. Y otro tanto ocurre con la política europea, en la que se reconocen los esfuerzos de Mitterrand en favor de la construcción comunitaria. En este área diplomática los logros se han visto seriamente emborronados al final por lo que aquí se considera como un error o una iniquidad imperdonables: la entrevista de Mitterrand y Gaddafi en Creta, que acarreó una cierta desconfianza en todo el mundo francoafricano.

Un año justo le queda a Mitterrand para enderezar esta situación globalmente desagradable. Al presidente, que muchas veces en sus más de 40 años de vida pública se ha visto enterrado para siempre, se dice que le encantan estas situaciones dramáticas. En la primavera de 1986 los comicios legislativos serán los más interesantes de toda la historia de la V República, porque por primera vez un presidente de izquierda puede encontrarse con una Asamblea de derechas.

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